¿Cuánto de verdad? ¿Cuánto de mentira?

Que tanto él como Falcao juegan desbordados, sin la frescura tradicional, desesperados, ocupando  todos los espacios e invadiendo zonas, en desgaste físico desordenado que agota las formulas ya ensayadas y efectivas. Extraño es ver al 10 hiperactivo, revolucionado, en los minutos que  pasa por el campo de juego.

Ellos son eje central del colectivo, que tiene eslabones menos representativos, acorralados en un esquema inefectivo o disminuido por sus carencias.

Después de la derrota ante Japón, tratan los jugadores con frases célebres,  proclamas de superación y oraciones, levantar la alicaída moral de los aficionados. Desde los púlpitos de los medios, los comentarios superficiales, alejados de raciocinio crítico, analítico, minimizan la derrota con sus efectos y pronostican un mañana mejor, sin argumentos.

Son discursos acalorados, sin fondo, con nacionalismo impuro, predicando que la vida del fútbol es solo el resultado.

Pero no es al público al que los jugadores deben cerrarle las heridas. Estas, el aficionado puro, las restaña con los buenos resultados, apoyado en la inagotable dosis de perdón que tiene. Siempre, para él, habrá un mejor mañana. Las proclamas alentadoras deben ir hacia adentro, donde el espíritu castigado busca soluciones.

Es importante, la sinceridad de vestuario, sin ocultar fisuras, evitando el silencio oscuro de los  directores, médicos incluidos, que niegan la información a  los aficionados, haciendo de la selección un reducto privado de imposible acceso, en demostración clara de la inseguridad reinante.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.