Para indignarnos somos eruditos. Para crear movimientos en redes sociales nos hace falta nada más que el esfuerzo de un clic. Para criticarnos unos a otros son muy fáciles 140 caracteres.

Todo, todo nos acostumbramos a hacerlo detrás de una pantalla. A
veces, anónimos y, a veces, con nuestros nombres reales. Pero como somos cientos, miles, en esas redes sociales, el nombre también resulta relegado al anonimato.

Y no, no usamos las redes para lo que ciertamente podrían funcionar. Para
movilizarnos físicamente. El primer paso se queda ahí. Somos expertos en volvernos protagonistas de asuntos mediáticos como el tan sonado caso de esta semana entre el periodista Daniel Samper Ospina y el senador del Centro Democrático Álvaro Uribe Vélez.

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Un tuit, dos, tres, y luego fueron mil. Y ahí estuvieron, muy fieles, los seguidores de cada uno de los dos personajes. Los uribistas defendiendo, alegando. Los indignados y periodistas hasta firmaron una carta. Y a esa carta se fueron uniendo más.

Indingadísimos todos, los uribistas estaban enajenados en 140 caracteres, y los periodistas muy indignados que hasta se esforzaron en poner su firma. Pero hasta ahí.

Ese es todo el esfuerzo que, como colombianos y como fanáticos de la internet, nos atrevemos a tener.

Pero como indignados parecemos eruditos, la indignación nos dura poco pues no sabemos mantenernos. Y así como somos capaces de exacerbar en temas vanales, somos expertos en ignorar los que realmente nos deben importar.

Para los asesinatos, las amenazas a líderes campesinos o indígenas, las desapariciones, las violaciones, el racismo y cientos de miles de problemas que tiene nuestra querida Colombia somos almas en pena. Personas sin opinión, sin indignación, y lo más triste, sin acción.

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