Ya pasada la medianoche de algún viernes de fiesta, se despidió de los demás abogados y esperó su transporte en el frío de la capital.

Entonces, se atravesó la amable invitación de unos extraños para tomarse una cerveza y las horas que le siguieron son un remolino de recuerdos difusos que desvalijaron su apartamento.

Tres días después, con su reporte toxicológico en la mano, la cosa quedó en una mera anécdota y un par de chistes de doble sentido, pero muy en el fondo conservo la certeza de que esa noche tenía la suerte costeña de su lado, pues fácilmente pude no volverlo a ver jamás.

Este evento me devolvió a uno de los primeros recuerdos que conservo sobre los demonios que esconde Bogotá: Se trata de María, el personaje construido por Mario Mendoza en su novela “Satanás”, y cómo en algún recreo olvidado de mi colegio leí aquel capítulo en el que ella se convierte en carnada para disolver escopolamina en los tragos de altos ejecutivos que luego serían víctimas del paseo millonario.

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En aquella época, ese tipo de crímenes no eran comunes en mi Bucaramanga natal, por lo que estaba leyendo era para mí solo otro buen pasaje de una historia de ficción.

Ahora con la muerte del Dr. Fabián Herrera, vuelven a aflorar todos esos fantasmas que acechan en la ciudad.

Otra vez, está sobre la mesa la discusión acerca de la peligrosidad de tomar un taxi en la calle y la indiferencia de los líderes de este gremio a los que se les llena la boca arengando contra Uber o Cabify, y dando cátedra de legalidad, cuando no son capaces de asumir responsabilidades frente a sus propias manzanas podridas. Seguramente si el Dr. Herrera o, incluso el mismísimo agente Watson de la DEA, hubiesen usado alguna de estas nuevas plataformas estarían vivos.

Aun así, es ridículo que tengamos que vivir constantemente con este miedo, pidiendo a amigos que apunten placas o nos llamen por el camino para fingir que no estamos solos en el asiento trasero, y que más encima esos temores sean refrescados cada tanto para reafirmarnos que la calle es nuestra enemiga.

Por eso en los países donde la seguridad no es un problema y la gente llega a sus casas igual que como salió en la mañana, uno se siente extraño, casi en una dimensión paralela.

Allí donde no hay que “ir con la doble”, donde los extraños ofrecen cervezas de buena fe y la gente pregunta direcciones porque realmente está perdida.

Tras el triste suceso del doctor, le queda un arduo trabajo al gobierno y la policía para despejar el desasosiego del aire y recuperar nuestra confianza en que nada nos pasará si salimos a divertirnos. En ese camino, dejar trabajar a Uber, Cabify y las demás plataformas sería un excelente inicio, pues, al menos, de momento ningún usuario ha muerto subido en uno de ellos.

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