Los periodistas vivimos entre aplausos, insultos y amenazas. Llevo en el oficio más de 20 años y entiendo la enorme responsabilidad de informar en un país convulsionado como el nuestro. He cubierto conflicto armado, proceso de paz, terrorismo y a diferentes mandatarios de nuestro país.

Hay mucha tela de donde cortar. He tenido jefes increíbles. También mediocres y traicioneros que solo tienen lupa para volver pedazos al prójimo, pero jamás aceptan ser puestos en la palestra pública.  

Puedo afirmar, que mis colegas y las fuentes que tenía, en mi caso la política y el poder, me alejaron del periodismo activo.

A esto se suma que acepté trabajar en cargos públicos y terminó siendo una puerta sin retorno. Por lo menos para mí lo fue. Debo en este momento confesar que acepté, porque yo me ganaba un sueldo insignificante, mientras los presentadores del noticiero ganaban casi treinta veces más que yo, y trabajaban la mitad del tiempo, jamás exponían su pellejo y nunca se ganaron un solo enemigo.

La desigualdad salarial en el periodismo es tan absurda que una sola persona puede ganar el sueldo de toda la redacción. Es decir, que unos muy poquitos ganan mucho y el resto pide prestado para almorzar y llegar a fin de mes.

Debo decir que, a mí, Vicky Dávila me cae bien. Pero también se cuán difícil es ella a la hora de juzgar.

Un día dijo, por ejemplo, que era el colmo que la administración distrital le prestara las calles de Bogotá a los ciclistas para el Clásico RCN. La carrera Séptima era, por excelencia el ‘escenario’ deportivo para esa ocasión. Ella o alguien cercano, se vio afectada por el monumental trancón.  Eso le dio pie para que se despachara y les dijera ineptos a todos los empleados del distrito el lunes siguiente. Vicky nunca mencionó que los trancones fueron ocasionados por la empresa en la que ella trabajaba.

Ella aplasta a sus contrincantes. No existen argumentos suficientes cuando se le lleva la contraria en algo.

El periodismo puede ser un arma poderosa para acabar con el que quiera y la defensa legítima, al final es insuficiente, irrespetuosa según su punto de vista.

La semana pasada Vicky Dávila y Hassan Nassar se creyeron el cuento de ‘yo tengo la razón’ y cayeron en la trampa.  Como lo afirmaría el gran Gay Talese, “el periodismo es una profesión honorable que busca decir siempre la verdad”. Yo me atrevo a agregarle que el periodismo no es una rama de la justicia.

Una reflexión más me queda del vergonzoso incidente. Siempre será más fácil denigrar del funcionario de turno que aceptar la propia culpa.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.