Porque cada vez son más difíciles y espectaculares los retos que impone a los atletas. Aquí radica la controversia por la contradicción con los principios originales de la actividad física, que ha pretendido sostener el axioma deporte-salud, hoy en franco deterioro por cuenta de la competencia alienada.

Esa misma que tiene unos certámenes emblemáticos que buscan abultadas audiencias por su espectacularidad. Y más precisamente ahora que tenemos al frente un nuevo torneo orbital del máximo nivel en el fútbol (la Copa Mundo de la FIFA) y otras coyunturas como las grandes pruebas ciclísticas. Además del obsesivo reto de unas multinacionales, por ejemplo por diseñar al súper atleta que baje de las dos horas en el maratón atlético (42,2 Km), algo hasta hace poco utópico e inalcanzable. El reciente ensayo realizado en Italia, demostró que si es posible semejante hazaña.

Estamos asistiendo entonces a un moderno circo romano por el gran “poderío” del deporte de élite, que ha obligado a preparar a los deportistas en el laboratorio con el apoyo de las más sofisticadas ciencias. ¿Hasta dónde los atletas de alta competencia deben soportar la “responsabilidad” con sus propias capacidades? No se puede disputar el Tour de Francia comiendo solo espagueti, prueba inhumana, donde el espectáculo bien afinado y financiado obliga a inventarse las formas y los medios.

Ante este panorama se es incoherente para hablar del deporte de élite en términos de salud lo que presenta profundas contradicciones, incluyendo al dopaje. La finalidad de la Medicina Deportiva no es predicar de manera pseudo-religiosa la importancia del deporte para la salud. Es exponer en la práctica, de manera crítica y científica ventajas y desventajas del deporte desde el punto de vista sanitario. El deporte no es en sí mismo sano: lo es sólo en la medida en que se practica adecuadamente lejos de la espectacularidad y más cercano a la naturaleza del hombre.

El deporte espectáculo obliga a prestaciones impensables: un tenista de élite juega 150 partidos en un año, un futbolista 80 partidos de competencia, un ciclista recorre 50.000 Km, un atleta más de 7000 Km anuales. Sin contar que se prolongan las ligas, se acortan los periodos entre campeonatos y lo que es más peligroso se refiere a que cada vez se endurecen las condiciones, obligando a actuaciones que rebasan el límite de lo humano: más alto, más fuerte, más lejos… más atentados.

¿Hasta dónde llegaremos? Aunque no parece haber frontera, el ser humano por sí solo está encontrando un margen de mejoría cada vez menor y para mantener el espectáculo debe sacrificar su cuerpo recurriendo a procedimientos antiéticos. En esta dinámica de riesgos seguimos aceptando “deportes” de gran brutalidad como el boxeo y el full contact, condiciones de entrenamiento espartanas que siguen sosteniendo la medieval concepción “sin dolor no hay ganancia”, una de las mayores falacias del deporte moderno. Y entre los aficionados por ejemplo hay gimnasios que promueven con ciertos riesgos algo que llaman Cross-fit, con evidente irresponsabilidad sanitaria.

Las investigaciones deportivas buscan humanizar y suavizar los excesos de la mayoría de deportes ahora que “terrenalmente” nos hemos aproximado al listón definitivo de las posibilidades. El espectáculo puede continuar, pero el deportista debe ser protegido de las exigencias a través del cuidado que le permita las mejores condiciones y la máxima optimización, con el convencimiento de no intentar daños a su cuerpo que tiene un límite para sostener el equilibrio en la salud.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.