Lo triste de ese ejercicio es que he podido constatar lo cíclica que es la realidad que padecemos.

Hace un año, hace dos o tres, o en el 2010, lo cual es muy impresionante pues cada tanto se repiten una y otra vez los 180 caracteres parecen calcados: “Odebrecht, obras inconclusas o mal hechas, ingenieros en problemas, escándalos de corrupción, condenas, peleas, demandas, detenidos, fiscales, jueces corruptos, etc. Petro, Uribe, paz, guerra, Farc, ELN, muertos, Pablo Escobar, Venezuela, Maduro, Lula y elecciones” por mencionar algunos de los términos más recurrentes.

Es claro que una de las características de la llamada revolución 4.0 -como se le conoce a la nueva revolución industrial de la cual somos protagonistas todas las sociedades del mundo- es que estemos informados como nunca antes lo estuvimos.

Bien lo anunciaban los teóricos hace menos de 30 años cuando al referirse a los avances de la tecnología y las comunicaciones visualizaban que íbamos a vivir como en una aldea global: cualquier cosa que pasa en cualquier parte del mundo puede ser visto y comentado en cualquier otra parte del planeta y en el instante en que ocurre.

El problema de esa hiperinformación es que, lamentablemente -como reza la fórmula económica- a mayor oferta, menor demanda. Y como en este modelo todos opinan de todo -con o sin conocimiento de causa-, la verdad se diluye como el azúcar en el agua.

Andrés Rojas

Artículo relacionado

Movilidad cero kilómetros

Precisamente el problema de las sociedades hiperinformadas es que no tienen tiempo para reflexionar; el paso entre una cosa y otra es muy pequeño. Hoy podemos llorar a un Youtuber de apellido Legarda lamentablemente asesinado por estar en el momento inadecuado en una calle cualquiera de Medellín; unos días antes, rechazamos la bomba que puso el ELN en la escuela de policía General Santander. Sin embargo, en cuestión de horas, minutos o segundos, suele ocurrir que olvidemos estos estos dramas horrorosos.

No está de más decir que la polarización que sufrimos se debe, en gran medida, a que llevamos tres años seguidos en elecciones. La peor de todas fue el referendo por la paz, un mecanismo legítimo pero complejo que dividió los argumentos entre blanco o negro, sin mediar las tonalidades de gris que podrían existir. Terminada esta elección comenzó la campaña presidencial más larga de cuantas se tenga idea. Y este año que apenas despunta, vuelve y juegan con otras elecciones, pero para el poder local.

Todo se repite. Terrorismo, guerra, paz, Congreso, impuestos, anuncios, promesas, planes de desarrollo, Hidroituango, el fiscal, los 400 procesos de corrupción inconclusos y la lucha contra bandas de todo tipo en lugares donde la autoridad son ellos.

Pero -si sirve de consuelo- el mal aplica para toda la región, no sólo para nuestro país.

La situación actual del continente suramericano es tan diversa y conflictiva que no sabemos en cuál de las 12 naciones se vive peor, así en sus capitales haya diferencias abismales en cuanto a la calidad de vida de sus habitantes.

La invención de innumerables y variadas formas para delinquir y las guerras arruinaron por generaciones la posibilidad de concretar un proyecto decente de sociedad al que teníamos derecho los pueblos del sur.

Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam, Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Paraguay, Chile, Uruguay y Argentina tienen un común denominador: han visto frenado su desarrollo por el fenómeno de la corrupción en el siglo pasado y lo que llevamos de éste.

Brasil, el coloso del continente, se derrumbó moralmente luego de un Mundial y unos juegos olímpicos. Mientras tanto, las inversiones para esos mega eventos solo dejaron un hueco fiscal impagable y una sociedad fraccionada que, cansada del atraso, la violencia en las calles y la corrupción, le entregó las llaves del país a un ultraconservador. Esa corrupción, la brasilera, resultó peor que la nuestra, pues se expandió por todo el conteniente. Y de alguna manera son ellos culpables de descalabros y coimas en buena parte de los otros gobiernos nacionales y locales.

En Argentina la derecha llega al poder como consecuencia del saqueo de la izquierda peronista en cabeza de una mujer -para que luego no digan que la corrupción es solo de hombres-; un país que se lo han robado varias veces.

En Venezuela las cosas no podrían estar peor. Con o sin intervención militar o golpe de estado, civil o como se le quiera leer, el futuro del hermano país -por ahora- es y se ve negro. Entre los dos presidentes que han tenido en los últimos 20 años quebraron el país, empobreciéndolo y acabando con su clase media.

Poco a poco y paso a paso, el proyecto socialista fue destruyendo la sociedad desde adentro hasta arruinar su aparato productivo.  Primero fueron empresas y comercio, luego los empleos, la riqueza, el turismo, la propiedad privada y la moneda que se devaluó generando una inflación inverosímil. Después se fue la luz, se acabó la carne y hasta el papel higiénico.

Andrés Rojas

Artículo relacionado

“Ser o no ser”: del taxi al Uber

Recientemente, la llantera Goodyear liquidó a sus empleados con un juego de llantas ante la imposibilidad de pagarles con dinero y cerró su fábrica en Venezuela. Increíble.

El régimen dividió la sociedad generando un odio visceral entre los comunistas que se dicen chavistas y los otros que nunca pudieron estar unidos. En consecuencia, la miseria, el hambre, y la falta de empleo y oportunidades expulsó a millones que desplazados a otros países donde deben mendigar en cualquier esquina. En carteles de cartón simplifican su tragedia personal y familiar. Doloroso.

Es en las ciudades donde se evidencian esas fatales realidades. Es en ellas donde suceden las cosas. Caracas, Buenos Aires, Lima o Santiago -por citar algunas- y también nuestra amada Bogotá, padecen de males endémicos como pobrezas extremas, desigualdades, inequidades, abusos, delincuencia y caos en distintos órdenes.

En nuestro país, el fenómeno del desplazamiento forzado obligó a millones a poblar con cinturones de miseria y desarrollo irregular las ciudades y pueblos de Colombia. Ahora, estas mismas personas están sometidas a nueva prueba de fuego con la llegada de los desplazados venezolanos, que en el caso de la capital colombiana -y ante la mirada inerte de cualquier autoridad-, piden en las esquinas y trabajan por menos dinero que lo que ganaban los colombianos que estaban antes de que ellos llegaran.

Sólo basta mirar a cada uno de los países del cono sur para comprobar el grado de insensatez e ineptitud de los gobiernos que estaban ocupados implementando la corrupción 4.0.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.