Qué diferencia con aquel espectacular y contundente equipo de Brasil 2014, que deslumbró al mundo.

La destreza siempre fue nuestra fuente. El balón, históricamente, el instrumento elegido para dominar espacios, rivales y resultados; para organizar defensas y fortalecer ataques.

Pero, sin Quintero, ausente aun dentro de la cancha, y sin James, pieza clave, figura indiscutible, apabullado por sus lesiones y su carácter, la selección fue riñones y pulmones, pero sin fútbol razonado, combinado o efectivo.

Solo Jerry con ese inmenso espíritu de combatiente invencible. Elevado a los altares por sus imponentes cabezazos, pero, especialmente, por su coraje. Y, con él, Dávinson, Arias, Ospina, Barrios y Falcao.

No fue Colombia un equipo. Sus goles llegaron por la vía de la pelota quieta y la fiesta del pasado se convirtió en sufrimiento, para ganar con muy poco. Solo aquellos toques sutiles, deliciosos de Quintero para el histórico gol de Falcao ante Polonia y el pase milimétrico y en curva precisa de James para Cuadrado en la misma velada futbolera.

Fue una selección física, sin ideas, repetida y monótona.

En el partido crucial ante Inglaterra los miedos aplastaron al técnico. Como ante Brasil hace cuatro años, o como en Alemania cuando Pékerman dirigía a la selección Argentina. Su diseño de juego y la elección del equipo, alimentaron la confusión. Cuantos asistentes para el veterano maestro y tan poca ayuda.

Desinformación y misterio. De adentro nada se supo y todavía se especula sobre el real calibre de las dolencias de James sensible en el rendimiento como ninguno, cuando no aparece.

En esta tolerancia generosa del pueblo hacia los ídolos, se pasan por alto tantos errores y se recurre a los delirios que señalan a los árbitros como únicos culpables. Valor es asumir responsabilidades, sin justificaciones, en tantos casos, infundadas, demagógicas o manipuladoras.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.