Es el viernes de la semana, es la hora loca de la fiesta y es el recreo del día. Es el mes de la familia. De compartir. De orar. De recapacitar y de volver a empezar. Es el mes de descargar, desinstalar, reprogramar y reenchufar.

Pero cuando se vive fuera de tu país de origen y lejos de tus familiares, sencillamente, no es igual. Se extrañan no solo las personas, también esas bellas tradiciones navideñas: villancicos que suenan una y otra vez, la vecina que te brinda algo de su cena navideña, el amigo que viene con la ancheta, las calles de los barrios adornadas homogéneamente y hasta el niño que canta 3 novenas diarias para conseguir su detalle entregado por Papá Noel.

También se extraña el saludo que sabe a café. El olor a la guayaba. El abrazo que sube y baja, como montañas del eje cafetero. El beso profundo, como el Cañón del Chicamocha. Y el abrigo de una mirada, como los lugares calurosos de las tierras boyacenses.

En Colombia, en esta época del año, todo es calor; tanto, que los nevados del Ruiz y del Tolima se esconden ante el fuego decembrino. Las casas, los carros y las personas se encienden de luz con sus adornos, siendo estos solo un complemento de unos corazones que titilan luces de colores. Nace y renace más calor humano. Sin duda alguna, el mes del imán del amor.

Estando lejos se extraña ese calor con pocos o muchos regalos, pero con la armonía de un abrazo inmenso en familia y hogar. Se anhela la deliciosa comida de la abuela, los globos y las velas encendidas y el muñeco quemado para despedir los malos ratos.

Se extraña ese buñuelo y natilla de horno colombiano. Las empanadas, los tamales y el pernil del sartén colombiano. Se extrañan los almacenes con la ropa interior amarilla de la buena suerte, la venta de hierbas dulces para el baño del fin de año y la maleta lista para dar la vuelta a la manzana cuando sean las 12 de la noche.

Se extrañan las espigas en la mesa, las lentejas en los bolsillos, los juegos de pajita en boca, la chiva rumbera y hasta las emisoras sonando por enésima vez los nuevos 14 cañonazos como el Ron de Vinola, Cinco pa´ las 12, El ausente y el Cuartetazo.

Se extrañan los niños corriendo a media noche con los regalos dejados por el Niño Dios. El asado de desenguayabe, la asoleada en la piscina, el sancocho en el río y hasta la visita a la playa. Todo, para ver esa fotografía familiar expuesta ante la realidad.

Se extraña la casa de los abuelos, donde se congregan sobrinos, primos y amigos que solo suelen frecuentarse en este mes. Y es que es eso, precisamente ese, el calor humano, lo que más se extraña. Esa alegría que irradian nuestros rostros cantando villancicos y, para los creyentes, alabando al Niño Dios.

Familia de Mónica Toro
Amigas de Mónica Toro / Cortesía de Mónica Toro

Por eso, estar lejos duele. Amarga al corazón. Lo mete en un embudo y lo presiona sin opción de salida. Duele. Ser ausente, duele. Se añora día a día el volver a ver esos rostros que algún día dejamos y que, para muchos, no se sabe cuándo se volverán a ver.

Familia de Mónica Toro
Amigas de Mónica Toro / Cortesía de Mónica Toro

La tecnología ha logrado acercar la distancia, pero no ha conseguido limar el dolor de ser ausente en Navidad. Duele sentirse solo y, por eso, el ausente que puede busca la manera de agarrar un carro o un avión y llegar a esa casa que guarda tantos recuerdos, errores y aventuras de niñez.

Pero cuando no hay ni transporte, ni dinero ni opción de tiempo ni de forma para llegar allí, el ausente tiene una tarea meticulosa: escoger su nueva familia, sus amigos.

Así que sin importar culturas, color o posición social, dedicas tiempo a ello. Y encuentras amigos que, como tú, ausente, desean mantener viva esa tradición que te hace feliz.  Con ellos, te recargas de emociones, encienden velas, planeas novenas e intentas cocinar el tour gastronómico navideño.

Y como por arte de magia lo que encuentras en ellos no son regalos, sino tesoros. La tula de presentes se llena de gratitud. Llegan abrazos, besos, visitas y conversaciones que se convierten en accesorios predilectos para el nuevo árbol navideño. Amigos que se vuelven hermanos, primos y hasta padres de uno.

Familia de Mónica Toro
Amigas de Mónica Toro / Cortesía de Mónica Toro

Diciembre con amigos en el extranjero duele menos. Las tradiciones se unen, quedando en el alma como un tatuaje perpetuo imposible de borrar, donde ni la magia de Santa ni de Elfo logran hacernos sentir plenos en una navidad fuera del hogar que nos vio nacer.

Por ello. Hoy brindo por todos los ausentes. Por los que nos duele separarnos en esta fecha intocable e intachable. Por los ausentes que no pueden llegar a su nido. Pido porque encuentren en sus amigos la luz navideña, porque sean recordados por sus familias y porque siempre, siempre, tengan un lugar en la mesa navideña, así sean más años los que pasen sin llegar a ella.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.