Mejor aún, como un jubilado que no tiene que ir cada semana al médico, ni a hacerse exámenes de próstata, ni a que le revisen la presión arterial. No tengo que comerme de a un huevo, ni arepita blanca sin sal. Soy un jubilado de la segunda edad, vigoroso. No necesito que nadie me ayude a bajar de un taxi, como si fuera una reina descendiendo de una ballenera.

Tampoco pierdo el tiempo leyendo columnas de opinión. Mi tiempo lo pierdo como Dios manda en esta época: leyendo pareceres y noticias falsas en Facebook (que es básicamente lo mismo que leer columnas de opinión).

Tampoco me desgasto llamando a Julito en La W. Ni loco. Pero sí llamo a los proveedores de servicios a decirles sus tres verdades. “No, señores de ETB, yo no soy un viejito que no sabe lo que es una mega de internet. ¡Le voy a escribir a la Superintendencia! ¡A mí me responden! Voy a denunciarlos en Twitter. Sí, eso es lo que voy a hacer ¡Esto va a ser viral! Pere y lo verá”.

No todo ha sido tiempo perdido. Escribí la primera temporada de una novela en línea sobre fútbol y política española (léala acá, en managerfc.com). Durante todo un año consumí entre tres y cuatro horas diarias de noticias sobre lo que pasaba en Madrid y Barcelona. Publiqué un capítulo mensual de la novela, basado cada uno en los hechos más recientes de la actualidad española. Subí yo mismo los textos a la página, elaboré piezas en redes sociales, pagué por publicidad en Facebook y envié correos a las redacciones de diferentes medios en España. Al final…, no pasó nada. O sea que en esto también perdí el tiempo.

De no ser porque tengo un bebé, dormiría 10 horas, cual adolescente enguayabado. Me levantaría a las 11 de la mañana —qué diablos, a las 11:30—, dejaría entrar a los pájaros por la ventana para que levantaran mi vestido con sus paticas y lo dejaran caer sobre mis hermosísimos hombros, para luego terminar de acomodar el atuendo sobre mi bellísima barriguita. Hablaría con ellos mientras los cargo en mis delicadas manos. Pero, insisto, como tengo un bebé, entro a las 6 de la mañana a cambiarle el pañal, y soy yo quien deja caer el bodi en sus delicados hombritos y lo acomodo en su redonda barriguita. Él sí que parece un jubilado, de los que no controlan esfínteres.

Como decía, no todo ha sido tiempo perdido. No soy un abuelo malcriando a su nieto. Soy un papá criando a su hijo… hasta las 10 y 30 de la mañana, que es cuando llega mi mamá para ahí sí malcriarlo el resto del día #YoTambiénTengoDerechoAunaVida. Escribo de cualquier cosa durante la jornada, de vez en cuando pruebo material de “stand-up comedy” en bares y juego Play Station siempre que es posible.

Mientras más lo pienso, más me inclino a pensar que no soy un jubilado tempranero. Soy más bien como un estudiante viejo próximo a graduarse, sin idea de qué va a hacer el siguiente semestre, con qué va a pagar las cuentas o a sostener a su bebé no planificado. Me siento como el Benjamin Button de la vida laboral: de retirado a ciudadano en busca de oportunidades de empleo.

Han sido dos años maravillosos de jubilación. No me he visto obligado a salir a la calle en medio de un aguacero. No he tenido que lidiar con dramas de oficina, ni incertidumbres por cambios de jefe o reestructuraciones. No vivo de afán, ni ando con sueño después del almuerzo, porque si me da sueño, duermo.

Lo que sí he hecho es transitar la ciudad evitando las horas pico; escribir de lo que me da la gana, y no de lo que otros quieren que escriba; salir al parque con mi niño a las 9 de la mañana y jugar descalzos en una arenera hasta las 10 y 30.

Pronto me iré de esta vida Disney, pero volveré. Ahorraré para comprarme otro par de años (que ojalá sean seis), para darme de nuevo la oportunidad de contemplar desde la barrera el ajetreo de los otros, como si la rutina universal no fuera conmigo. Ya sé que sí es posible hacer realidad aquella manida intención, que muchas veces se queda atorada en una frase de cajón: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

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Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La próxima, el miércoles 20 de noviembre: “Soy un interesado”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

Qué rico jubilarme… a los 36 años

No soy mejor que nadie, pero me encanta sentirme mejor que los demás

Quiero informarme seriamente, pero los medios insisten en tentarme a leer pendejadas

Yo también fui un periodista que gorreaba desayuno a las fuentes

Segunda parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

Primera parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

“¿Cómo sería una red social en la que compartiéramos nuestros estados reales y antisexis?”

“Endiosamos a nuestros padres y con los años nos damos cuenta de que son humanos”

“Me la paso compitiendo con mi esposa aunque ella no lo sabe”

“¿A cuento de qué tengo que salir de la zona de confort si tanto luché para llegar a ella?

“Propuesta al mundo mundial: revaluemos los piropos”

“Las manos son como un par de hijas: a una se le exige y sale adelante, la otra…”

“Carta abierta de un aficionado al Play Station”

“Más que un niño interior, tengo un adolescente interior… y es un petardo”

“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

“Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré”

“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram”

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés”

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas”

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea”

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.