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La marcha la convoca esa colectividad política como una protesta “contra las mentiras de Santos”, como lo asegura el senador Álvaro Uribe; “contra Santos y su desgobierno”, como la cataloga la senadora Paloma Valencia, y “contra la corrupción”, como sostiene el expresidente conservador Andrés Pastrana.

Esas ideas las recoge Eduardo Pilonieta Pinilla en una columna en Vanguardia Liberal, en donde asegura que en la movilización participarán quienes están “cansados del abandono oficial hacia las personas del común” y del “interés desmedido por proteger” a quienes han expoliado durante más de 50 años”, en clara alusión a las Farc.

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A su larga lista de razones para marchar, Pilonieta Pinilla suma el “abandono en que el Estado tiene a la justicia”, los “altísimos impuestos”, las “altísimas cuotas de seguridad social”, la negativa del Estado a “poner en cintura al sistema financiero que maneja el régimen”, el “precio exorbitante” de los medicamentos, los “límites inhumanos” del hacinamiento carcelario, la “mermelada” que mueve el proceso legislativo, las ciudades “desordenadas y abandonadas de la mano oficial”, la clase política “que lo único que busca es enriquecerse”…

Por su parte, y aunque no hace una invitación directa a marchar, Plinio Apuleyo Mendoza escribe, la víspera de la marcha, su columna de El Tiempo dedicada al “desconcierto” y la “incertidumbre” que sienten “tantos colombianos”.

Esas sensaciones las atribuye Mendoza al acuerdo con las Farc, las masacres, secuestros y extorsiones que padecen Chocó, Urabá, Arauca y el Catatumbo ejecutadas por el Eln, la “creciente inseguridad” en las ciudades, la “pobreza urbana y rural, el desempleo, el costo de vida agravado por la reforma tributaria, la inflación y el desmesurado gasto público”, y finalmente, la “corrupción”.

En suma, Pilonieta Pinilla y Mendoza exponen prácticamente todos los problemas que Colombia viene padeciendo en su historia reciente, incluso antes de que Santos llegara al poder.

Patricia Lara Sabile, en cambio, advierte en su columna de El Espectador que “lo más probable es que muchos se coman el cuento de que el comunismo está a punto de tomarse el poder, de que el presidente es un infiltrado del narcoterrorismo, de que este país lo maneja una banda de hampones, en resumen, de que Colombia es un desastre […]”.

La marcha, entonces, se deduce de la columna de Lara Sabile, es el resultado del “lenguaje incendiario” que utiliza Álvaro Uribe. “Su twitter virulento; sus descargas de odio que por esta vía les llegan diez o 15 veces diarias a sus casi cinco millones de seguidores; las tergiversaciones que lanza; el miedo que infunde; y los sofismas que se inventa, como ese de que ‘el dilema es democracia o chavezdesgracia’, indican que con su verbo lo que procura es el mal de la patria y la deformación de la percepción de la realidad, para que se piense que el bueno era él. Y con ello hace daño, porque llena a los colombianos de pesimismo, de odio y de rabia”, dice.

La otra perspectiva, la política, la expone Diego Martínez Lloreda en su columna de El País, de Cali: “La marcha, qué duda cabe, no es una espontánea iniciativa ciudadana; es el prelanzamiento de la campaña uribista de cara a las elecciones legislativas y presidenciales del año entrante. El uribismo, sin duda, el gran ganador del plebiscito refrendatorio del año pasado, no quiere que el electorado se le enfríe. Y por eso aspira a sacar mucha gente a las calles mañana”.

Advierte, eso sí, que escogieron la motivación equivocada, “porque con tanto uribista metido en líos y luego de que se comprobó que uno de los grandes receptores de los sobornos de Odebrecht fue viceministro del gobierno Uribe, no me parece que tengan mucha autoridad moral para protestar contra la corrupción”.

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