Y es que la fuerte ola de opiniones que desató Morales el viernes pasado, cuando contó en su columna de El Espectador que un jefe suyo había abusado de ella, tiene dos radicales corrientes enfrentadas, y que pueden clasificarse entre quienes están de acuerdo con que calle y no revele el nombre de su agresor, y quienes piensan que sí debe hacerlo.

La psicóloga Gloria H. es parte de la segunda, y considera en su columna que a Morales se le “enredó” el mensaje “porque de pronto la intención fue una y el resultado otro”, y califica la columna de Morales de “perversa”, desde el punto de vista del psicoanálisis, disciplina para la cual ese concepto (‘perverso’) es lo que confunde: “Si, pero no”.

“Pues bien, Claudia terminó escribiendo una columna perversa. Sí, pero no. Anuncia que ella fue violada por uno de los tantos (o poquitos) jefes […] que ha tenido, quiere manifestar su inconformidad, pero no revela su nombre. […] Un manto de duda para todos sus anteriores jefes. […] Además, lo más delicado, lo anuncia, lo vomita públicamente (por lo tanto está expuesta a toda clase de interpretaciones) pero sigue ‘cuidando’ a su violador”, escribe la columnista de El País.

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Por eso, también cree que la actitud de “es un mal precedente para muchas mujeres”.

Es “obvio” que Morales le tiene miedo —continúa Gloria H.—, “pero el resultado es nefasto”, porque el violador debe “estar riendo del poder que aún tiene sobre ella”, que enfrenta esa verdad, “sólo a medias, como quien desea producir pesar o conmiseración. ‘Pobrecita’, pero no puede enfrentar como mujer adulta la realidad del hecho”. Y remata: “es obvio que una actitud como la de Claudia ‘devuelve’ el poder al mundo de los violadores”.

De la otra corriente radical que se ha desatado en torno a la decisión de Morales de denunciar su violación pero no al perpetrador, y que la respalda precisamente por eso, hace parte, por ejemplo, El Espectador, que en un reciente editorial plantea que “la sociedad colombiana hace todo lo posible para que las mujeres víctimas de la violencia de género se queden calladas”.

Para ese medio, entre muchos de los que se “autoproclaman defensores de la igualdad, abundan los prejuicios tóxicos y hostiles contra quienes denuncian, […] debido a una incapacidad de escuchar con atención, empatizar y buscar comprender un problema complejo que está más allá de las indignaciones populistas y las visiones maniqueas”.

Sostiene, además, que en vez de “cuestionar cada decisión que las mujeres víctimas toman, la atención debería centrarse en los agresores y en las condiciones existentes en nuestra sociedad que los protegen”.

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