Me dirijo a quienes desechan las alarmas y son de derecha, la ideología que mayor progreso y bienestar ha generado al planeta”, precisó la columnista en el artículo de opinión publicado en el semanario.

No se vuelvan ahora brutos, por Dios. No ignoren una realidad incuestionable: nada más grave que el deterioro acelerado de la naturaleza”, puntualizó Hernández que, sin embargo, atribuyó la muerte de algunos paraísos naturales de Colombia al narcotráfico, la minería ilegal, la explotación de carbón a cielo abierto y a sectores poblacionales que viven de la pesca o de actividades agrícolas.

“El lago de Tota está muerto. Quince mil cebolleros y los cultivos de trucha lo asesinaron […]. En las ciénagas cercanas a Bojayá apenas hay pescados. Las atarrayas los aniquilaron […]. El Chiribiquete [Amazonas] dejó de ser inaccesible. Lo están invadiendo mineros y madereros furtivos”, subrayó Hernández-Mora en Semana.

Si bien el alarmante panorama que expuso la columnista sobre el estado de algunos ríos y bosques de esa “Colombia profunda” que ella conoce bien, lo cierto es que los frágiles ecosistemas del país también han sufrido daños irreparables ocasionados por la actividad industrial.

Un informe de El Espectador, publicado en noviembre de 2015, da cuenta de que los grandes contaminadores industriales son el transporte (38,2 %); la industria energética (23,1 %); la construcción (12,2 %); la explotación de gas y petróleo (7 %); y la minería de carbón (5 %).

De hecho, la participación histórica de estos procesos industriales va en aumento y allí también entran el Estado y el Gobierno como actores que regulan estas actividades, a la vez que están en la obligación de garantizar la protección de los recursos naturales que están en riesgo, de acuerdo con la Ley 99 de 1993 que da vida al Ministerio del Medio Ambiente.

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Aunque Hernández no lo menciona en su columna, el mundo debate hoy la responsabilidad de los gobiernos y los Estados en las causas ambientales y especialmente de quiénes son los que más responsabilidad tienen en el daño del medio ambiente y no necesariamente pasa por los campesinos, los indigenas o los pescadores.

“Una de las afirmaciones ineludibles de la cumbre del clima ha sido la constatación de que según aumenta nuestro nivel económico y, por tanto, la capacidad de consumo, se incrementa nuestra aportación al deterioro del medioambiente; por el contrario, son los más desfavorecidos quienes menos contaminan pero más sufren el impacto de las sociedades desarrolladas”, comentó para El País de España la periodista Elvira Lindo.