Nota de Q´hubo para el especial ‘Colombia Unida, donde pueden vivir las diferencias’, iniciativa impulsada por la Asociación Colombiana de Medios de Información (AMI).

¿Perdonar o vivir con un rencor enquistado? Asumir con resiliencia la pérdida de un ser querido por causa de una muerte violenta es una determinación valiente, pero lo es aún más darle una segunda oportunidad al agresor. En una sociedad desbocada por el rencor, en la que prima la ley del ‘ojo por ojo y diente por diente’, e incluso se ha vuelto costumbre asumir la justicia por mano propia y pasar por encima de la autoridad, es necesario reflexionar sobre el perdón y la reconciliación como camino válido a la hora de enfrentar y superar un duelo.

Basta con echarle un vistazo a las alarmantes cifras de muertes violentas que registran los organismos oficiales en el país para hacerse a la idea de la considerable cantidad de familias que se ven afectadas con este delito, y el drama humano que significa perder a un ser querido. Según el más reciente informe anual dado a conocer por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en Colombia se cometieron 13.709 homicidios, lo que representa un aumento del 13% respecto a 2020, cuando se registraron 12.127 casos.

“El otro fue víctima, tanto como mi hijo”

Para algunas víctimas el agresor está lejos de ser un monstruo que actuó de forma impulsiva en una circunstancia determinada. Por el contrario, lo conciben como alguien que llegó a ejecutar una acción delictiva por cuenta del contexto en el que creció, se desarrolló y se educó. Una muestra es el pensamiento de Mireya Kurmen, a quien, por un robo, le asesinaron a su hijo Juan Manuel Campo Kurmen. Q’HUBO habló con ella y nos enseñó a ver su particular y admirable percepción del perdón.

“Estoy segura de que ese muchacho en su historial tiene antecedentes en su familia de asesinatos, de violencia, de excluidos que lo llevaron a obrar así en ese momento. Yo ni siquiera he utilizado la palabra perdón, porque perdonar supone que el otro tuvo una intención individual de matar, de hacer daño o lo que sea, y no, el otro fue víctima, tanto como mi hijo, de las fuerzas del sistema”, cuenta ella.

Juan Manuel era un biólogo de 37 años y la noche del 15 de octubre de 2017 fue interceptado por dos delincuentes en el puente peatonal de la Carrera 30 con calle 40, a la salida de la estación de TransMilenio El Dorado. Por oponerse al robo de su cámara fotográfica, recibió dos heridas de puñal en el pecho frente a su novia. En la madrugada del 16 de octubre, Campo Kurmen falleció en la Clínica Méderi, ubicada cerca al punto donde recibió el salvaje ataque.

Desde ese momento la vida a la señora Mireya se partió en dos, pues tuvo que echar mano de su bagaje académico como psicóloga formada en el pensamiento sistémico para llevar el duelo por su amado hijo. Fue gracias a esas bases formativas que un día, en la primera audiencia por la muerte de Juan Manuel, decidió ver a la cara al victimario y mirarlo con bondad.

“Cuando pide perdón me siento desarmada”

“Lo que me pareció lindo de esta experiencia es que el muchacho pide perdón. Él reconoce que mató a mi hijo, pide perdón a su mamá y también a su hermano, que estaban en el juicio. Y cuando él pide perdón yo me siento totalmente desarmada”, dice la señora Mireya. Bajo esta lógica, el victimario pasó a adquirir rol de víctima, en la percepción de la mamá de Juan Manuel, y su conducta desadaptada a las normas sociales se desencadena por todos los elementos culturales y tradiciones que construyeron su identidad. “Si tú te formas en la cultura de la violencia, del ojo por ojo… entonces ese es el producto que vas a obtener…”, afirma la señora Mireya Kurmen.

Ya han pasado más de cuatro años y tres meses del homicidio de Juan Manuel y Mireya Kurmen vuelve a hablar con ‘QHUBO sobre su proceso de duelo. “Inicialmente fue muy doloroso, y una fuente de trabajo personal para mí en lo que llamo asentir al destino, que es reconocer con humildad que la vida es mayor que nosotros y es perfecta en todos sus acontecimientos. Sin embargo, implica tener siempre presente a mi hijo sin su presencia física, sin poder conversar con él, sin escuchar sus puntos de vista y recordarlo a cada instante, con cada nuevo amanecer y en muchas ocasiones traerlo a mi memoria en los sueños, que con frecuencia me dejaban un sabor agridulce, porque en sus imágenes vívidas lo veía claramente, y al despertar me recordaba que realmente era un sueño, simplemente un sueño”.

A pesar del tiempo, Mireya conserva su “forma de ver las cosas, de verme como parte de un sistema mayor que nos contiene y que en gran medida nos determina. Sinceramente agradezco esa forma de ver las cosas, porque me trajo serenidad y compasión. Un sistema es como un río, y pretender cambiar las cosas es una tarea inútil, como quien se empeña en nadar contra corriente en el río, en vez de fluir con él y con sus designios”.

Este ha sido un dolor que no solo ella lo ha llevado, por fortuna ha contado con solidaridad en su luto. “Agradezco el apoyo recibido de parte de todos sus colegas, de todos sus amigos, que mandaron mensajes que fueron como un bálsamo para mi duelo y el de mi pequeña familia. Toda mi gratitud por su amorosa solidaridad”.

Palos de ciego de la justicia

El dolor de esta madre no ha sido solamente por la pérdida de su hijo, también ha sentido indignación por el proceder de la justicia, pues pese a que en el juicio de primera instancia tanto Rafael David, hermano mayor de Juan Manuel, como ella misma, le solicitaron al juez benevolencia en la pena, al ser testigos de su arrepentimiento, otra situación totalmente diferente se vive con el cómplice del homicida.

“Fue muy diferente sentir el comportamiento arrogante y agresivo de su cómplice, que no se acogió al preacuerdo, y en primera instancia fue condenado a 38 años de prisión, pero apeló y ahora está libre”. El asesino fue condenado a 13 años y medio de prisión, mientras que su cómplice, como fruto de la apelación, fue dejado en libertad y exonerado de cargos por parte del juez superior que conoció el caso. En primera instancia lo habían condenado a 38 años de prisión, sin embargo, en la apelación fue exonerado de todos los cargos.

“Esa fue una experiencia muy frustrante. El alegato que presentó ese juez en una audiencia virtual era, a mi juicio, una copia textual de la defensa presentada por el defensor de oficio de primera instancia. Su argumento se basó en lo que no se hizo, mientras que ignoraba todos los hechos que lo inculpaban. Terminó y apagó la cámara, sin que pudiéramos expresar desacuerdo alguno. La decisión fue apelada a la Corte y está siendo investigado el juez superior que dictó la sentencia”, relata Mireya, inconforme por la decisión judicial.

Un bosque para Juan

Poco después del homicidio de Juan Manuel, uno de los propósitos de su mamá fue continuar su legado de amor por la naturaleza, fue así como desde entonces lideró el objetivo de ‘Un bosque para Juan’, iniciativa con la que se le quiere rendir un homenaje al biólogo sembrando un millón de árboles.
“La pandemia representó un freno para este proceso, pero la página fue actualizada y ahora cuenta con un contador automático para el registro de los árboles que sembremos. Los invito a todos en el lugar en que se encuentren a honrar la memoria de Juan y sembrar árboles en su nombre para bien de él y de la naturaleza siempre viva, y a registrar la siembra en la página unbosqueparajuan.com.co Llevamos 64.584 arbolitos, y la meta del millón está lejana”, dice la señora Mireya.

Para finalizar, desde su proceso y desde su ejemplo, ella quiere hacer un llamado al país para que las fuerzas de la paz sean superiores a la violencia que se refleja en muchos sectores del acontecer nacional. “En este momento hay un movimiento muy fuerte en favor de la paz, y paralelamente uno muy fuerte en favor de la violencia. ¿Cuál de estos dos tigres vencerá? Aquel que alimentemos”.

“La violencia, como dice Pacho de Roux, es el resultado de un complejísimo entramado, de vieja data, y está en nosotros la posibilidad de decidir darle cabida a la paz en nuestro corazón, con humildad, para que la salud, la alegría y la solidaridad, que también nos caracteriza, reine en nuestras comunidades, y podamos florecer como un bosque para Juan”.