Ese día, “el país se despertó […] con dos avalanchas”: “Una que nadie esperaba y la otra que los demócratas temían, pero que no se dio”, afirma Silva Luján en su escrito.

Insiste en que la marcha “no ocurrió” y la califica de “fallida”, lo cual, según él, “produjo alegría en la inmensa mayoría de los colombianos”.

“La patética concurrencia, a pesar del maquillaje visual que trataron de hacer algunos medios de inclinaciones autoritarias, debe de tener muy nerviosos a sus organizadores. Los números de la audiencia en todo el país fueron pírricos, incluso en Medellín, el fortín del senador Álvaro Uribe”.

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“El Centro Democrático se dejó contar”, termina Silva Luján. “Una convocatoria que fracasó, aunque los tuiteros a sueldo clamen por las redes un éxito apabullante. Esa es una realidad paralela que no se compadece con lo que se vio en las calles. Me consta. Y no hubo pueblo. Pueblo de verdad. Mientras Uribe sembraba odio con sus arengas, Santos estaba acompañando humanitariamente a las víctimas de Mocoa. Esa es la diferencia. Desafortunadamente, la avalancha que fue y la que no fue sembraron muerte”.

Sin embargo, Darío Acevedo Carmona tiene otra mirada que plasma en una columna de El Espectador, en la que asegura que la marcha “tuvo una concurrencia multitudinaria y debe ser apreciada como una legítima manifestación de descontento y protesta”.

“A la colorida, alegre y variopinta jornada asistieron personas de muy diversa condición social, económica, religiosa, partidista, ideológica, de género, raza y edades”, agrega. “[…] La gran prensa oficialista, agradecida con un gobierno que la ha subsidiado con elevadas pautas publicitarias intentó, en vano, desacreditarla atacando como de costumbre al expresidente Uribe, tan solo uno aunque el más sobresaliente, de sus promotores”.

En ese sentido se manifiesta Juan José García Posada en su columna de El Colombiano, en la que, a propósito de la cantidad de personas que participó en la marcha, critica de entrada la forma como Teleantioquia presentó esa información.

“Las cosas son como son y no como se quisiera que fueran. En Medellín y Bogotá, por ejemplo, la concurrencia fue multitudinaria. En algunas ciudades se redujo a algunos miles de asistentes. Es inexacto entonces el titular de un telenoticiero regional, que registró en la capital de Antioquia la asistencia de “un numeroso grupo de personas”.

“Para buenos entendedores, es obvio que en esa expresión se rebajó la magnitud de la protesta. No sé si de buena o mala fe o por miopía o porque la cámara sólo funcionaba en primeros planos”, añade García Posada. “[…] Ha sido notorio cierto ánimo oficialista de subestimar, ridiculizar, caricaturizar la protesta colectiva que expresa un malestar general tan evidente, quiérase o no, frente al actual régimen. No me alegro, pero me preocupo, con la caída de favorabilidad y credibilidad del Ejecutivo, los demás poderes y las instituciones”.

Desde una postura diferente, Pedro Medellín escribe en su columna de El País, de Cali, sin calificar si fue multitudinaria o no, que a Uribe “le otorgan las miles de personas que salieron a la calle, a protestar por los más diversos motivos”, y pregunta: “¿No se dan cuenta que lo están inflando? ¿No son conscientes de que electoralmente sí lo están convirtiendo en la bestia negra? ¿Por qué no superan el complejo Uribe? ¿Por qué no aceptan que la impopularidad de Santos en producto de sus propios errores? ¿Por qué no le dan su exacta dimensión?”.

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