Otto era un perro callejero más en Argentina. Pasaba sus días en la Plaza Florentino Ameghino de la ciudad de Azul, en el interior de la provincia de Buenos Aires. Su familia la conformaban otros peludos que dependían de la comida en basureros y el cariño efímero de transeúntes.

A la misma plaza, Álber y ‘Ale’ llegaban cada día para tomar unos mates. Otto tomó la costumbre de acostarse al lado de ellos, y ellos empezaron a quererlo de a poquito. En 2014, en una tarde de septiembre, la pareja decidió llevarlo a su casa para darle algo de comida. Otto entraba a la casa y luego se iba. Se negaba a dejar la calle. Así transcurrió un mes, hasta que un día el perro dejó de frecuentar los lugares de siempre.

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“Unas semanas después, ‘Ale’ iba caminando por el centro, como a 20 o 30 cuadras de la Plaza Ameghuino. Otto se le acercó y la tocó por la espalda. ‘Ale’ se lo trajo hasta la casa, y ya desde ese momento se quedó con nosotros”, cuenta Álber Sala.

Álber Sala y Alejandra Pérez son pareja desde 2013. Hartos de solo tener 15 días de vacaciones al año, decidieron emprender una travesía de ensueño: viajar desde Argentina hasta México en moto.

Ahorraron dinero, vendieron los muebles de la casa, se compraron una Honda NX 400 Falcon, renunciaron a sus trabajos, construyeron el ‘porta-pulgas’ de Otto, abrieron una cuenta de Instagram, y salieron hacia el norte.

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El pasado 14 de octubre, inició la aventura. Tomaron la Ruta 14 con destino a la provincia argentina de Corrientes, para después conectar con Brasil. Con el pasar de los días, se dieron cuenta que era imposible cumplir con un plan de viaje, que a veces se presentaba la oportunidad de conocer nuevos amigos y quedarse por un tiempo en algún pueblo suramericano. Es un viaje sin afán.

A finales de junio llegaron a Colombia. Cruzaron la frontera de Rumichaca, visitaron el Santuario de la Las Lajas, en Ipiales, acamparon frente a la Laguna de la Cocha, y se dieron una vuelta por los caminos que bordean el Volcán Galeras. Su estancia en Nariño culminó en el municipio de Sandoná.

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Otto, como buen perro que se crió en la calle, se ha adaptado con facilidad a la vida nómada. Donde llega se siente como en casa. Y ni hablar de su inteligencia y lealtad: en Machu Picchu, por ejemplo, Otto esperó a sus dueños durante un día mientras ellos hacían el recorrido por la antigua ciudad Inca.

En nueve meses de viaje, esta familia ha dormido en cuarteles de bomberos, una discoteca en construcción, moto-posadas, hostales, casas de familia, fincas, y en su carpa que los acompaña a todas partes.

La travesía ‘Rodando por la vida, de Argentina a México’ espera cumplirse en dos años. Para sostenerse, ‘Ale’ y ‘Alber’ venden artesanías que ellos mismos elaboran; también, de vez en cuando, hacen voluntariados en hostales o trabajan de manera temporal en restaurantes. A todo eso se suma la colaboración de la gente que abre las puertas de su casa, comparte una cena, o le regala un bulto de concentrado a Otto.

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Por ahora van 17 mil kilómetros recorridos, dos cambios de llantas traseras y una delantera, una batería reemplazada, cinco cambios de aceite, dos visitas de Otto al veterinario, y muchos nuevos amigos en siete países.

“A los seis meses, cuando íbamos a entrar a Ecuador, me entró una crisis y pensé en regresarme. Empecé a extrañar mucho a la familia, a los amigos, a la comida. Gracias a una videollamada con mis amigas, recibí el aliento para salir adelante. Ir encontrando gente en el camino que te apoya también te da la fuerza para seguir”, afirma ‘Ale’.

“Nuestro lema es ‘que tus sueños sean más grandes que tus miedos’. Siempre incentivamos que se puede viajar con la mascota y que no hay que dejarla en la casa; si uno es cuidadoso y busca las precauciones, puede viajar con la mascota. También fomentamos que la gente ayude a los perritos de la calle, sacando a la puerta un bote de agua o algo de comida”, dice Álber.

Por: Jorge E. Benavides N.