Los resultados de un estudio realizado en dos partes muestran una faceta desconocida de ese movimiento feminista, que también, y sin intención de hacerlo, vendría afectando laboralmente a varias mujeres.

En 2018, los investigadores le formularon varias preguntas sobre conductas en el entorno laboral a 152 hombres y 303 mujeres de un “amplio rango de industrias”. De acuerdo con el Harvard Business Review, en ese entonces un 74 % de mujeres ya se mostraba más proclive a hablar de acoso, mientras que un 77 % de hombres reconocía haber comenzado a ser más cauto en comportamientos potencialmente inapropiados.

Sin embargo, esa parte de la investigación se llevó a cabo en el auge del movimiento #MeToo, por lo que en 2019 quisieron medir qué había cambiado después de un tiempo y repitieron esas mismas preguntas, haciendo hallazgos “más grandes de lo que habían anticipado”, de acuerdo con el mismo medio.

En primer lugar, indica el Buisiness Review, el porcentaje de hombres que dijeron que se negarían a contratar mujeres atractivas llegó al 19 %, mientras que un 21 % se mostró reticente a contratar a mujeres para trabajos que implicaran interacción cercana con hombres, como por ejemplo viajes juntos. Por otro lado, 27 % de los trabajadores consultados aceptaron estar dispuestos incluso a evitar reuniones a solas con sus compañeras.

“Cuando los hombres dicen: ‘No voy a contratarte, no voy a enviarte de viaje, voy a excluirte de las actividades’, son pasos atrás”: Rachel Sturm, profesora de la Wright State University, citada por el Harvard Review

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No resulta fácil hacer un diagnóstico sobre este fenómeno. Aunque el estudio estableció que hombres y mujeres coinciden en su mayoría en qué actitudes consideran abusivas, la reacción de muchos jefes al surgimiento de #MeToo parece haber sido de autoconservación y no de resiliencia. Además, no excluye que jefes de género femenino también pongan en práctica algunas de esas medidas contra otras mujeres.

Ante su incapacidad para asumir una posición equilibrada respecto a las denuncias, algunos jefes optarían por cortar de raíz con la posibilidad de experimentar esos casos evitando que se generen espacios propicios para ello.

No obstante, también habría otros que creen que hay denuncias falsas. Esto último podría ser un efecto colateral que complica la situación, pues no son muchas las denuncias que terminan en algo, ya sea castigo o absolución para los acusados. De esta forma queda en el aire la sensación de que algunas denuncias se hacen por razones económicas, chantaje o venganza, lo que le resta credibilidad a las que lo hacen de forma legítima y siembran pánico entre los responsables de equipos de trabajo.