La mirada de Henry Rodríguez Ramón se pierde en el horizonte mientras recuerda sus inicios en el Ejército de la República de Colombia. Se formó en la escuela de suboficiales de Tolemaida. “Inicié en la fuerza en el año 2000; en el año 2003 ya era comandante de escuadra”, comenta con orgullo. “Mi primera unidad fue Cali, allí, para tomar confianza con los soldados, se nos destina a una compañía de instrucción”.

El Ejército, para Henry y para muchos, es una institución revestida de honor y  por supuesto, oportunidades. “Tras esta experiencia, fui destinado al Caquetá. Allí el desayuno era bala, el almuerzo, bala y la cena, bala”, comenta con algo de ironía, dando a entender que, después de todo, son  decisiones propias de la vida que escogió.

Fueron años de patrullaje, de intentar poner el orden en una región fuertemente golpeada por la violencia, de hacer del coraje propio de los militares una cotidianidad, o, como dice Henry, “de mostrar finura”.

En un principio, las condiciones laborales no fueron las mejores. Después de todo, tenía que comandar una escuadra de soldados profesionales, destacados por su duro entrenamiento y con la característica común de haber sido probados en combate.

No era del agrado de estos guerreros recibir órdenes, pues, para ellos, en primera instancia, era un extraño. No obstante, la milicia funciona de esa manera y aunque su rango le diera la voz de mando, tenía que ganar su puesto en medio de sus hombres.

Así lo hizo Henry: probó lo que valía en diferentes acciones en combate y en patrullajes cotidianos, con el olfato característico de quienes se han preparado para la guerra. Al poco tiempo, Henry contaba con la lealtad de su escuadra.

Entre lo heroico y lo dantesco

No obstante, en el año 2012, todo cambió. Una mina antipersonal sembrada por fuerzas al margen de la ley (ELN) truncó muchas de las metas que, por lo menos hasta ese momento, tenía Henry. “Era una operación táctica y me encontraba al mando de nueve soldados.

Una mina antipersonal estuvo a punto de acabar con mi vida. Corrí con suerte”. Esto lo comenta Henry, sin el menor asomo de duelo en su voz mientras recuerda que estos artefactos están diseñados específicamente para acabar con la vida del enemigo, o de cualquier infortunado civil que por error llegue a pisar tal zona.

Ante la mirada atónita de sus hombres, Henry debía ser trasladado de manera inmediata al Hospital de Neiva, pero lo inhóspito del terreno y las condiciones mismas de la zona en donde se encontraba hicieron que la herida abierta se complicara mientras el desespero del escuadrón que le acompañaba iba en aumento, hasta que por fin fue trasladado al lugar donde se le informó lo que ya temía: su pie derecho debía ser amputado.

Henry enfrentó la decisión con el coraje propio de su labor. Como él mismo dice: “el duelo para mí fue corto a decir verdad; no tengo esposa, no tengo hijos, y en el transcurso de mi carrera tuve la oportunidad de poner a salvo a mis tropas e incluso a enemigos con algún tipo de mutilación”; dando a entender que, en medio de los horrores de esta guerra, situaciones como la que se le presentaba en ese momento no distaban de ser una cosa “normal”.

Henry había visto mutilados por decenas, simplemente ahora era su turno. Tras la amputación, la promesa de una prótesis que iba a facilitar su nueva forma de vida sirvió como paliativo para la situación que empezaba a afrontar.

La empresa Ottobock envió algunos diseños y tomó las medidas necesarias para realizar la prótesis, aunque al final fuera otro diseño y otro material el recibido para reemplazar la extremidad perdida en servicio.

Ottobock es una multinacional cuyo principal mercado son las personas que han perdido su movilidad. Sus diseños biónicos de alta tecnología son reconocidos internacionalmente por su calidad y la mejoría mayúscula en movilidad que obtienen sus usuarios.

Son reconocidos, igualmente, por su vinculación con la asociación de juegos paralímpicos, la cual inició en el año de 1988 y continúa hasta la fecha. Por tal razón, era de esperarse que la prótesis que Henry recibiría sería de la más alta calidad. Pero como era de esperarse, recibió una prótesis más rudimentaria y mucho más económica.

Henry no se rindió. Conoce de sobra el país en el que se encuentra como para dejarse afectar por esta situación, mientras su nuevo pie fuera funcional, lo estético sería secundario. Ahora se enfrentaba a una dura tarea: la terapia y la recuperación subsecuente.

Totalmente confiado en Ejército (así lo llama Henry: Ejército, a secas y sin el artículo, con una entonación que hace que se perciba la E mayúscula, en una demostración de lealtad total y respeto por su institución a pesar de las circunstancias que ha debido afrontar), se inicia este proceso en el cual Henry descubre que tiene el 90,22 % de incapacidad laboral de acuerdo a los estándares propios de su institución.

Naturalmente, Henry jamás volvería al servicio activo. Una incapacidad de ese porcentaje sería más que suficiente para que cualquier trabajador frenara sus labores, de acuerdo a la legislación colombiana. No fue, sin embargo, su caso.

“Es extraño” -comenta Julio Rincón, pensionado en el año de 1982 por una incapacidad laboral de 99 %. “Tenía entendido que después del 51% se pensionaba al soldado. Habría que ver la hoja de su hoja de vida, para observar su servicio y ver si no tiene ninguna falta. En cualquier caso, no es obligación vincularlo a la parte administrativa; vincularlo o no es una prerrogativa del Ejército Nacional. Pero en los casos que yo conozco, siempre el retiro y la pensión se da si su invalidez supera ese 51%”.

La vida después de la guerra

La terapia duró tres meses, en los cuales Henry recibió también acompañamiento psicológico. “Por requerimiento de la fuerza debemos asistir a la parte psicológica, no porque uno la necesitara. La verdad, por la parte psicológica no tuve problema”, comenta el sargento, dando a entender que en su mundo, ni el menor asomo de debilidad está permitido.

Eran principios del año 2013 cuando Henry por fin pudo afirmar: “terminé mi proceso de recuperación”. La integralidad del servicio prestado por el Ejército para que la recuperación fuera óptima tenía a Henry satisfecho de los esfuerzos realizados por su institución para que él retomara su vida normal.

Tras esto, Henry contó con la fortuna de ingresar a cursar estudios superiores, siempre con el fin de ser útil al ejército y, por ende, a la sociedad, pues naturalmente sabía que si el ejército invertía recursos considerables en su formación, era para hacer uso de sus servicios en un futuro.

La expectativa de ir a la universidad se convirtió para Henry en una nueva meta existencial que brillaba en su horizonte. Con ello en mente, Henry acudió juiciosamente a las aulas hasta lograr su titulación como fisioterapeuta.

La universidad Manuela Beltrán abrió sus puertas al recién recuperado sargento, quien era uno más en medio de estudiantes y maestros. Solo una vez detuvo su formación académica: en el año 2015 se separó de sus estudios con el fin de acudir a los cursos de formación para obtener su ascenso a sargento viceprimero.

“Uno en Ejército vive de dos cosas: ascensos y medallas”, dice, explicando la importancia de este evento en su vida militar. Y con su probado valor en servicio, solamente el aumento de su grado la podía sostener en alto, más aún una hoja de vida heroica al servicio de la patria.

Los cursos y el ascenso se dieron sin contratiempo alguno; ahora la V de sargento viceprimero lucía en sus hombros para recordarle su nueva responsabilidad con su institución. Como explica Henry, su incapacidad no le sustraía del trabajo militar, el cual no solamente es operativo, sino también administrativo.

Con toda certeza su servicio en el sector destinado a la administración sería el siguiente paso tras su formación académica: su nuevo ascenso y sus estudios superiores así lo auguraban. “Yo no tengo ninguna disminución laboral; tengo una disminución física. Es decir: puedo trabajar perfectamente en la parte administrativa, estamos para servir”, nos recuerda Henry.

A la par, Henry se vincula al equipo de voleibol de liga de discapacidad de las fuerzas militares, un equipo reconocido por su alta competitividad y rendimiento deportivo. En el deporte Henry ve como muchos una oportunidad de mantenerse activo físicamente y aplicar la disciplina aprendida en años de servicio en el Ejército.

El deporte se convierte en un nuevo paliativo para su vida, acostumbrada al movimiento y la exigencia tanto física como mental. En el equipo de voleibol Henry se hace de nuevos amigos, quienes tienen en su haber experiencias similares a la vivida por él tiempo atrás.

“Aún estamos para servir”

Así pues, llega el año 2020 y el sargento viceprimero Henry Rodríguez, con la acreditación como fisioterapeuta en sus manos y con la expectativa de un nuevo ascenso, se dispone a continuar sirviendo al Ejército Nacional. No obstante, se encontró con la sorpresa de que el Ejército no haría uso de sus servicios como fisioterapeuta y de que, a un año de su nuevo ascenso, no se le permitiría adornar su jineta con la V de sargento primero, pues según la institución “no era apto para la actividad militar”.

“Estudié y me capacité cinco años”, reflexiona Henry con desilusión, “salí graduado como fisioterapeuta, y no sé cuál es el objetivo que Ejército haya gastado tanto dinero para darme esa capacitación, sólo para que en cualquier momento me digan listo chao, gracias por sus servicios”.

“El gobierno lo manejó muy bien”, comenta el mayor retirado  Ramiro Toro Chaparro. “Bien pudieron haberlo retirado del ejército en el momento de su accidente, pero psicológicamente el Ejército lo manejó muy bien y le permitió continuar en servicio, lo dejaron para pensionarse más adelante facilitando su quehacer como militar.

Ahora, con un tiempo de servicio reglamentario cumplido, está bien que se retire. Él sabe que se va muy bien pensionado”. Con ello se puede explicar la postura del Ejército Nacional de permitirle al sargento continuar en la fuerza y proceder a su retiro cuando se cumplen sus 20 años de servicio reglamentario, de acuerdo a la ley 14.157 de 21/2/74.

La baja es la posibilidad más real y más temida por Henry; se aproxima a cumplir su tiempo reglamentario de servicio antes de acceder a su retiro y su disminución física es un argumento más de la institución para dar fin a su carrera militar. Tales tecnicismos escapan a la comprensión del sargento, quien solo atinó a murmurar: “no debería ser así, aún estamos para servir”.

Lo incomprensible del asunto radica para Henry en dos situaciones: la primera es que no comprende por qué se le permitió su ascenso a sargento viceprimero pero ahora se le niega el ascenso a sargento primero alegando su discapacidad, con la cual ya cargaba en el momento de su anterior ascenso.

La segunda es que se apele a dicha incapacidad para proceder con su retiro, a pesar de que en años anteriores no se contempló su incapacidad para proceder inmediatamente con su pensión. Naturalmente, Henry es consciente de que “las leyes son hechas por ellos, tenemos un ejército de oficiales” y por más que busque recursos legales para su situación, será difícil vencer en la arena legal a una estructura tan sólida como la castrense.

Consultado el abogado penalista Iván Pedraza, considera que en su momento no fue tanto falla del Ejército como de su fondo de pensiones: “Lo que debió hacer Henry fue solicitar su pensión a través de su fondo de pensiones, pues la invalidez superior al 50% es argumento legal para poder solicitarla”. Aun así, el doctor Pedraza considera que Henry “puede proceder con una demanda contra el Estado, en lo que llamamos una demanda administrativa de reparación directa, para que le paguen por los perjuicios ocasionados; hubo una confianza legítima dada por la institución de seguir vinculado”.

Con todo, Henry no pierde la esperanza de continuar en la institución, continuar en su servicio activo y seguir demostrando la valentía que otrora pusiera a prueba en el campo de batalla.

Una vida dedicada con sacrificios mayúsculos al ejército nacional no puede ver su final con una baja faltando poco tiempo para un nuevo ascenso, con una formación académica sólida y con una experiencia inigualable, pues cree que un discapacitado no necesariamente es un trabajador secundario o incapaz para las labores que espera le sean encomendadas. No siempre el trabajador más sano es el mejor trabajador -“Nosotros demostramos lo contrario. Nosotros somos los que más trabajamos”.

Autora: Sofía Sabogal Pulgarín

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.