Ómar Guerra es santafereño, frentero y muy conversador. Tiene una sonrisa como la que muestra en la foto, y no escatima a la hora de expresar el deseo de cambio que lo motiva cada día a levantarse e iniciar una vida nueva, muy diferente a la que tuvo que vivir en las calles de Bogotá cuando se enfrentó a dos monstruos, como él mismo los llama, que por poco le ganan la pelea: el alcohol y las drogas.

Su historia se la contó a Pulzo, en donde se refirió a esos mismos males que lo dominaron por varios años y lo llevaron a perder una vida exitosa que tenía como militar, en la que se destacó y por la que, incluso, llegó a prestar servicios de seguridad para el Departamento de Estado de Estados Unidos, en Irak. Algo que aún cuenta con orgullo.

A sus 18 años entró al Ejército de Colombia, estuvo más de 4 años en la Escuela Militar José María Córdova, en Bogotá, y alcanzó el grado de subteniente, un oficial orgulloso y entregado a la institución. Era un uniformado juicioso, trabajó en la Policía Militar, en la Escuela de Caballería y luego fue trasladado al Batallón de Contraguerrillas, en Cauca, una experiencia que, dice, le cambió la vida porque conoció otra cara del país.

“Al llegar allí usted evidencia la otra Colombia, no la bonita, la olvidada, la indígena, donde la gente no tiene zapatos, viven en condiciones de salud muy precarias”, recuerda.

Desde muy pequeño Ómar probó las drogas, sin saber de fondo la adicción que podría desarrollar. A esto se sumó que fue víctima de una serie de conductas disruptivas a nivel familiar y laboral; además, reconoce que nunca pudo darles un manejo a sus emociones.

Su paso por Irak para apoyar a Estados Unidos en el conflicto por Medio Oriente se dio poco después de salir como oficial del Ejército. En esa experiencia cuenta que tuvo la oportunidad de conocer Egipto, Jordania, Bagdad, lugares en los que pocos colombianos han podido estar.

Foto: Melissa Moreno
Foto: Melissa Moreno
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Tras apoyar dicho conflicto Ómar volvió a Colombia, con plata, pero con unos niveles muy altos de ansiedad.

“Y comienza el consumo continuo. Salí del Ejército con un síndrome que se llama estrés postraumático del combate, solo con medicamentos me bajaban los niveles de ansiedad.”, contó este oficial del Ejército de 42 años, que también estudió derecho durante varios años, algo que evidencia por la forma como se expresa, con coherencia y conocedor de leyes.

Una vida de consumo de drogas

Su vida en las calles se remonta a su adolescencia. Pese a que tuvo oportunidades, reconoce que el alcohol y el consumo de estas sustancias los veía dentro de su hogar y lo marcaron durante varios años.

“A los 12 años fumaba cigarrillo, a los 15 años me metía droga en la Calle del Cartucho. Me iba de la casa durante 2, 3 o 4 días, por mi dinámica de consumo de sustancias psicoactivas”, relató Ómar, y también reconoció que, años después con una carrera militar a cuestas, sus tejidos sociales se rompieron a nivel laboral, social y en ese instante es cuando se da cuenta que estaba en la calle, completamente solo.

Antes de iniciar el proceso de rehabilitación en el que se encuentra actualmente, este militar retirado recorrió por muchos días las calles de Bogotá, en donde se enfrentó a dinámicas que describe como una obsesión y que, reconoce, se producen por cuenta de la abstinencia en la que cae el consumidor.

“Las ganas de seguir consumiendo lo llevan a uno a lucrarse y conseguir el dinero que necesita para lograr el dolor y la ansiedad que le produce la sustancia”, relata y enfatiza en que buena parte de su vida la tuvo que pasar en zonas de alto impacto como la localidad de Santa Fe (centro de Bogotá), que se convirtió en su “zona de confort donde se podía tener acceso a las sustancias psicoactivas”.

Un nuevo camino, reto y oportunidad

Durante el inicio de la pandemia, en marzo de este año, Ómar estaba enfermo, sin trabajo y cansado de estar en las calles. Debido a esto, llegó al hospital Santa Clara, en donde recibió atención y fue entrevistado por un psiquiatra que le dictaminó una adicción a las sustancias psicoativas.

Por cuenta de la pandemia, además, no tenía entradas económicas en la calle, todo estaba cerrado y no había opciones de acceso a un empleo. Es entonces cuando, remitido desde Santa Clara, logró llegar a las instalaciones de Comunidad de Vida El Camino, un proyecto de la Secretaría de Integración Social de Bogotá a través del cual atienden a personas víctimas de alcohol y las drogas que tienen una voluntad de cambio para sus vidas.

Melissa Moreno
Melissa Moreno

“Llevo en esta comunidad de vida 60 días, pasé el momento uno de cinco momentos. Me volví a la vida, volví a tener sueños”, relató Ómar.

El programa del que hace parte este militar retirado dura 9 meses, y se desarrolla en un centro del Distrito ubicado en la localidad de Engativá. Allí recibe ayuda psicosocial, alimentación y tratamiento médico.

Así lo explicó a Pulzo Raúl Ortiz Guillin, líder de la comunidad de vida El Camino, que describe esta iniciativa como un abordaje integral.

“En una parte se diagnostica y se hace un transcurrir por etapas dentro del programa. El participante tiene que pasar por varios momentos y llegando al momento 4 se gestiona una ruta laboral; también deben hacer un ahorro programado para, posteriormente, reintegrarse a la sociedad”, explicó Ortiz.

Ómar Guerra y Ortiz Guillin. Foto: Melissa Moreno
Ómar Guerra y Ortiz Guillin. Foto: Melissa Moreno

Actualmente, en el programa participan habitantes de calle, que no tienen vivienda y su único lugar de refugio son las denominadas ollas de consumo de drogas.

“Los que tenemos aquí pueden ser consumidores o no. Un 89 % de los habitantes de calle han consumido sustancias o alcohol; la droga de ellos es el bazuco”, agregó el líder del proyecto, que destaca que en este proceso han participado profesionales, religiosos, militares, gente desplazada. Es decir, la droga no respeta rango, religión o estrato.

La situación de los habitantes de calle durante la pandemia

El caso de Ómar Guerra es solo uno de los más de 9.500 que existen en Bogotá, según el censo de 2018, el más reciente. Esta población es una de las más afectadas por la pandemia y, pese a los diferentes programas, aún hay mucho trabajo por hacer.

Así lo reconoce Xinia Navarro, secretaria de Integración Social de Bogotá, que en entrevista con Pulzo explicó que habitabilidad de calle es uno de los fenómenos que afecta a la ciudad y que viene siendo tratada desde diferentes iniciativas distritales.

Según la funcionaria, los habitantes de calle tienen diferentes clasificaciones:

  • Los que tienen una situación de consumo de sustancias psicoactivas, una dependencia que puede ser usada por bandas criminales para generar delincuencia.
  • Hay otros habitantes que trabajan en el reciclaje y que son carreteros. Ellos, en su mayoría, no consumen drogas, no quieren entrar a un servicio de acogida y duermen en algunos lugares.

Para mitigar la situación, Integración Social cuenta con diferentes programas que trabajan problemáticas como la de Ómar. Por ejemplo, un proyecto llamado ‘Cambuches y parches’, con el que varios profesionales especializados recorren rincones de la ciudad, ubican a los habitantes de calle para ofrecerles servicios y los ayudan a superar su adicción a las drogas.

Otro proyecto es ‘La Tropa Social’, que incluye una variable para el habitante de calle: van hasta los lugares más complejos de Bogotá para ver las condiciones en las que están en medio de la pandemia´.

“Hay otros que no son lugares de paso, sino comunidades de vida. Un proyecto de vida, como el de Ómar, recibe todo el proceso de desintoxicación, apoyo psicosocial, relacionamiento con su familia”, explicó Xinia Navarro a Pulzo.

La funcionaria, además, reconoce que el trabajo con esta población que vive en la calle no es fácil, entre otras cosas, porque el fenómeno de la droga es muy complicado y existen muchas bandas de narcotráfico que utilizan a estas personas dependientes del consumo de droga como herramienta para lucrarse.

Adicional a esto, los ciudadanos habitantes de calle no quieren estar en lugares encerrados, quieren volver a entrar y salir. “Es una condición de voluntad y no los pueden obligar”, sentenció la funcionaria.

En el caso de Ómar, aún tiene que pasar por varias etapas de su proceso para volver a las calles, pero no en la indigencia, sino en una nueva vida que él mismo considera como una segunda oportunidad para triunfar, ser el gran combatiente que es y ganar la guerra más difícil de su vida: vencer sus adicciones.

Carlos Díaz / Subdirector Editorial Pulzo.