La historia se remonta a 1993, cuando la Universidad de California realizó un estudio aplicado a 36 niños de corta edad en el que se buscaba identificar los efectos de la música en la abstracción espacial. El grupo se dividió en tres subgrupos; el primero de ellos escuchó Sonata para dos pianos en D Mayor de Wolfgang Amadeus Mozart; el segundo fue mantenido en silencio; y el tercero escuchó música de autohipnosis, informa Quartz.

Luego de eso, los niños debían identificar mentalmente la forma que tendría una hoja de papel luego de desdoblarla. El resultado indicó que los que había escuchado la pieza del célebre compositor austríaco estuvieron entre 8 y 10 puntos por encima de los demás. Ahí nació todo.

Desde entonces se extendió la teoría de que los niños se harían más inteligentes si escuchaban ese tipo de música. Incluso, el entonces gobernador de Georgia (EEUU) quiso asegurarse de que la juventud futura de su estado fuera brillante y empezó a regalarles a los padres discos con la música de Mozart. Mientras, la industria llenaba sus arcas.

Pero lo cierto es que todo es mentira. Lo único que logra la música clásica es aumentar los estímulos en la corteza del cerebro, los cuales son muy similares a los que se activan cuando las personas tratan de identificar formas. Pero ahí no termina todo: un estudio de las universidades de Toronto y Londres indicó que la música de la banda británica Blur tenía más efecto que la de Mozart para mejorar la percepción espacial.

La mejor forma de hacer que los pequeños aprendan más rápido es a través de la lectura de libros, afirma Daniel Willingham, profesor de psicología de la Universidad de Virginia, ya que escuchar la voz de los padres facilita notablemente el aprendizaje y brinda al niño bases muy fuertes para aprendizajes posteriores.

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