Si quieren imaginar una luz blanca está bien, si quieren imaginar un bello y tierno señor de barba también está bien, si quieren poner ahí a algún ídolo de sus deportes también está bien. Quien lo recibió era el administrador del sitio. Lo saludó muy efusivo, con toda esa ternura posible que alguien puede tener en sus sentimientos; lo invitó a seguir.

Quien llegó al recinto no era un humano, era un animal pero de otra especie. No tenía dos piernas como nosotros sino cuatro; ni pronunciaba palabras modulando la boca en diferentes idiomas como el español o el inglés; más bien emitía unos gemidos, casi siempre de tristeza, y de alguna manera se hacía entender. De alguna manera el administrador del sitio le entendía sus pesares.

Si estás aquí es porque todo se ha consumado, es porque tu cuerpo dejó de funcionar, esto es algo evidente”

oyó el ser que acababa de llegar, ya libre de dolores, de sangre, de presiones arteriales y de presiones sociales.

Sé que es difícil dejar el mundo allá abajo, sé que habrá quien te extrañe, quien te llore, pero ¿sabes algo? No te preocupes, venir aquí es cambiar de vecinos, de moldes corpóreos, aquí no hay agresividad; al principio puedes aburrirte, lo sé, pero irás encontrando tu lugar, a metros de aquí están tus abuelos, tu padre y unos cuantos amigos con los cuales te debiste haber cruzado alguna vez por alguna calle, en algún parque o cerca a algún basurero; tal vez veas caras conocidas, a algunos tal vez ya los hayas olido. Bienvenido”.

Quien llegaba ahí medía unos cuarenta centímetros, tenía el pelo un poco sucio y despeinado, de colores negro, café y gris. Gimió y trató de rascarse la nuca con la parte lateral de su pata derecha. Ya no estaba incómodo, ya las contusiones que había sufrido eran cosa del pasado, eran cosa de otra dimensión y todo lo llorado, todas las lágrimas, habían quedado atrás, era la basura que había quedado del barrio que abandonaba. De ese mundo que abandonaba.

Si bien no sufres ya, veo por ahí dos cicatrices. Por mi experiencia veo que no son de enfermedad, no son de vejez, no son de la naturaleza; son de algún golpe que recibiste, veo que no fue una caída, por los cortes y la textura veo que recibiste dos golpes fuertes. Tranquilo, ya todo pasó, esa nariz húmeda y tus ojos que miran fijamente me muestran tu alma y veo que tienes bellos sentimientos. Tranquilo, aquí solo hay vestigios de almas buenas”.

Sí, ese perrito llegaba al cielo. No importa mencionar su raza pero sí su tamaño. Era diminuto e indefenso. Murió pateado por una especie de animales que se precia de ser civilizada e inteligente, una especie cuyo espíritu impulsor es la avaricia, en un parque de una ciudad cualquiera.

Lo bueno es que él ya descansa. Allá no hay humanos.

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