Una de ellas me enseñó, o más bien me corroboró, que la herencia se deja en la cabeza. Otra decía, a medida que iba moldeando una deliciosa arepa, que el libro de la vida es tan grande que uno nunca acaba de leerlo. Y otra de estas señoras tan encantadoras decía que para donde vamos no necesitamos nada. Sus testimonios traen consigo toda la experiencia de los años vividos, entre alegrías, tristezas, pérdidas, amores, desapariciones, maíz y cometas.

En el Café-bar llamado “Tangos y algo más” una de ellas recuerda sus épocas en las que bailaba con su novio, mientras con las amigas juegan una partida de cartas. Con la cadencia de boleros como “Luna lunera cascabelera” y el sonido de los pájaros, van transcurriendo los minutos del documental “Jericó: el infinito vuelo de los días”, que acaba de ser estrenado en cine.

Para los que no saben, Jericó es un bello pueblo a algo más de dos horas de distancia de Medellín, conocido como La Atenas del Suroeste, debido al alto nivel de cultura de sus habitantes. Siempre me ha llamado la atención la manera en la que se logra esa intimidad y naturalidad en los diálogos, difícil de lograr al tener una cámara en frente.

Jericó

Hablando con Catalina Mesa, la directora, ella me decía que indagando poco a poco se va logrando la confianza. No forzar las cosas, dejar que ellas hablen de lo que quieran hablar, de lo que ellas consideren importante.

De esta forma y con el mínimo de luces y requerimientos técnicos, ellas las protagonistas se van olvidando de la existencia de la cámara. De ahí que se hayan grabado 60 horas.

Catalina Mesa me decía que durante el proceso de edición, que se hizo en Francia, se iba puliendo todo. Inicialmente eran veinte personajes, luego doce y al final quedaron ocho mujeres jericoanas.

Todas estas píldoras de sabiduría que cada una nos va proporcionando nos generan esa dosis de nostalgia al traernos reminiscencias de nuestras propias familias. A propósito, hubo un caso que me conmovió: el de una señora cuyo esposo tuvo una caída grave, entonces tuvieron que trasladarse a Medellín a que le operaran la columna, dejando sus nueve hijos con una ayudante.

Luego el esposo muere, ella debe sacarlos adelante y funda una pequeña escuela.

Hay otra señora que sufre la desaparición de su hijo hace veinte años por problemas de orden público; aun hoy lo sigue esperando con lágrimas en sus ojos. Hay mucha intimidad, rosarios colgados, típicas casa de campo amplias, de puertas abiertas y con figuras religiosas, muchos colores, helados de palito y siempre ahí el sonido de los pájaros. Como dice Catalina, lo que tienen aquí es un trabajo etnográfico y poético.

Es todo poesía este documental. Jericó: el infinito vuelo de los días.

LO ÚLTIMO