Es inevitable y sensato decir que no ha podido dirigir su país en las sendas del desarrollo en términos sociales y económicos, fortaleciendo un modelo que mejore las condiciones a las mayorías.

Sus aciertos duraron lo que duró la bonanza petrolera, pero perdieron la oportunidad de fortalecer su industria nacional para generar empleo; la corrupción los tomó por asalto y las mayorías ya no están con el chavismo.

En Colombia impresiona ver cómo los sectores de la izquierda defienden públicamente al gobierno inmaduro y cómo los santistas y uribistas se creen con la suficiente moral política para criticar.

Cuando estamos en un descontento total con su rosca y corrupción está demás decir que la gran mayoría no nos vemos representado por los trasnochados de doble moral (Uribe, Santos y la izquierda).

La represión ejercida por el gobierno venezolano a los manifestantes, además de las constantes violaciones de los derechos humanos, diluye cualquier carácter de legitimidad en su gobierno.

Uno no puede ser demócrata y silenciarse con la situación en Venezuela. En definitiva, jugando con las palabras y parafraseando a Salvador Allende: ser demócrata y ser madurista es una contradicción hasta biológica.

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