La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca merece una reflexión necesaria en el escenario global, donde se disputan en Europa la consolidación y auge de proyectos de carácter progresista, como el ganador ecologista de la contienda presidencial en Austria Alexander van der Bellen; el movimiento político innovador de Podemos en España; la candidatura de Martin Schulz en Alemania, todos proyectos interesantes, razonables, inclusivos y alternativos; versus las fuerzas de ultraderecha que emergen en un escenario con un enemigo común, el terrorismo y en una crisis económica, ambiental, política y social, pero que parecen dispuestos a profundizarla y ponen en juego la estabilidad que se supone se había ganado a nivel global después de la caída del muro de Berlín como símbolo del colapso de la Unión Soviética.

La demagogia y el populismo como el de Donald Trump, que dice no ser parte del establecimiento, pero se ha favorecido de él, interpreta el descontento y se propone como la cura a los grandes males con propuestas extremas, apelando a un discurso emocional con valores recalcitrantes y llenando de contenidos inciertos palabras como trabajo, libertad, cambio etc.

Toda una vuelta al pasado, en una crisis semejante estuvo inmerso el mundo después del colapso de la economía en 1929 y el descontento con los valores liberales siguiendo al historiador Eric Hosbawn, al inferir que fue el escenario propicio para que el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia emergieran como fuerzas que además de poner en jaque a las potencias de aquel mundo bipolar vulneraron todos los valores consolidados del liberalismo que proporcionaban por lo menos tolerancia y respeto entre las naciones, por tanto es necesario un acto de reflexión a nivel cultural e ideológico global entre las ciudadanías y los dignatarios porque aunque esto no quiere decir que se repite la historia, pero que si pinta con los mismos colores: muros, xenofobia, exclusión e intolerancia.

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