Con el triunfo de Donald Trump en las presidenciales de los Estados Unidos, una nueva y escandalosa forma de asumir la política (que ya había mostrado no pocos avances en diversos países) ha recibido el aval definitivo en este mundo globalizado: la ‘Post-Verdad’ ha llegado para instalarse definitivamente, para reproducirse y ocupar los espacios de las tradiciones éticas, que más o menos salvaguardaban al mundo de la autocracias y las dictaduras escondidas en las democracias, no pocas de ellas entre comillas.

La sustancia fundamental de la ‘Post-Verdad’, corrompida y corruptora, es justamente que la verdad ya no importa, que los parámetros morales no hacen parte del “aire del tiempo”. Que se puede mentir para triunfar, para gobernar, para ascender. Y punto. Es decir, la inmoralidad y el dolo como marcas globales, aceptadas y como modelos a repetir. La institucionalización y aceptación del embuste.

Aunque Trump, quien ha reivindicado tal despropósito como matriz de sus políticas y sus actos, es por ahora el rey electo de la farsa como política, la cosa viene de antes y se corre el peligro de que se multiplique y se acepte en no pocas partes del mundo donde la gente, por identidad o por simple ignorancia, termina votando por los portadores del virus de la ‘Post-Verdad’. Y se acepta porque Trump y los Estados Unidos pueden irradiarle al mundo dichas prácticas de frente, sin complejos de culpa.

Aunque algunas izquierdas del planeta no están exentas de dicha práctica, en un amplio porcentaje son los sectores de derecha pura y de ultraderecha quienes se han mostrado como altavoces de dicha “política” y como beneficiarios.

No hace mucho tiempo, Sarkozy en Francia hablaba de la “derecha sin complejos”, es decir, de la exaltación de políticas precisas del ultra neoliberalismo sin barreras, ni sociales ni morales. Es decir, la acumulación, el estractivismo, el consumo desatado, en desmedro de los débiles, de las sociedades y de la naturaleza.

Hace ya rato, un pionero de la ‘Post-Verdad’, no como candidato sino justamente como presidente, Turbay Ayala, soltó dos perlas antológicas: “Acá la gente se autotortura, el único preso político soy yo”.

Gracias a la ‘Post-Verdad’, lo que antes se hacía de manera camuflada, soterrada y no pocas veces subrepticia, aceptando tácitamente los contenidos rayanos con el delito de muchas de esas políticas, se pretende ahora es desdibujar las barreras morales, y hacer ver que, tanto en las campañas electorales como en los actos de gobierno, se puede hacer lo que le dé inmoralmente la gana al triunfador, gracias a unas mayorías que lo impusieron como rector de la vida de los demás.

El antecedente conspicuo de la ‘Post-Verdad’ podría ser la máxima simplista pero igualmente eficaz de “el fin justifica los medios”, con todos los contenidos de guerras, violencias e indignidades que ello ha dejado como estela a lo largo de los siglos y en todo el planeta.

Pero aun así, “el fin justifica los medios” podía ser criticado, impugnado y derrotado. Ahora con la ‘Post-Verdad’, resulta que la mentira es la verdad, en una inversión de valores radical y a juicio de sus ejecutores, “revolucionaria”. Tanto como declararse contra el sistema (caso Trump), siendo el máximo adalid de este.

La malsana influencia de la ‘Post-Verdad’ podría abarcar todos los escenarios. Ya está inscrita con el sello de Trump en la política y la economía, pero este glotón pulpo bien puede extender sus tentáculos hacia la vida de la sociedad, tragarse los avances de la modernidad, apabullar de manera represiva a las nuevas ciudadanías, hundir los puentes hacia un futuro de democracia social activa, arrasar con las minorías étnicas, políticas y religiosas, entre otras bellezas.

Identificado el propósito de los ad láteres de la ‘Post-Verdad’, aparece de bulto la pregunta: ¿Pero cómo es posible que la gente vote por la mentira, por el engaño? ¿Hay una ‘conciencia’ de la aceptación de la trampa, de la marrulla?

Las claves postmodernas de estos tiempos lo permiten, es decir, la suma del mundo o del mundo de las comunicaciones. La futilidad y frivolidad presentes en Internet y en las redes poco a poco han reforzado la ausencia de profundidad en los lectores, la superficialidad. Y de otro lado, el maniqueísmo de los medios masivos, no pocas veces su unanimismo y su capacidad de invisibilizar (como en Colombia), son la segunda dosis para completar el escenario de la ignorancia. La gente vota por Trump o por el No a la paz en Colombia, conducida al despeñadero creyendo que se trata de los Campos Elíseos. La segmentación de la información es de tal tamaño que resulta muy difícil “saber”. Y sin saber no hay libertad.

Resultado, una sociedad con más acceso a las informaciones (supongamos) pero menos crítica y educada es pasto de los vendedores de mentiras, de los exégetas de la ‘Post-Verdad’ que hacen pasar entero castro-chavismos o “gobierno homosexual” en Colombia; y en Estados Unidos xenofobia, sentido de la Gran América y demás simplismos fáciles de vender y de tragar. O como el caso de los e-mails relacionados con Hillary Clinton y potenciados por el FBI, que se retracta dos días antes de elecciones, cuando el  daño está hecho.

El No en Colombia también proviene de un ejercicio metódico de la ‘Post-Verdad’, de la mentira. “Aquí no hay conflicto”, “el poder quedará en manos de las Farc”, “le quitarán a la gente las pensiones”, “triunfará la ideología de género”. Acá tenemos magos de la ‘Post-Verdad’ como Uribe y Ordóñez, que medran para sacar ventaja en medio de la polarización. Como Trump allá.

Pero volviendo a la Presidencia de Trump y pasada la ‘Post-Verdad’ en la campaña que le dio el triunfo, lo más grave es la cuasi certeza de que en sus políticas nacionales e internacionales la ‘Post-Verdad’ será el fiel de la balanza de sus actos de gobierno. Un país engañado para poder engañar al mundo entero.

Y en la ‘Post-Verdad’ subyace el negacionismo, como el de los nazis con el holocausto judío. Trump asegura que no hay tal calentamiento global y seguramente actuará en contravía de la sostenibilidad planetaria. ¡Horror! Y en Colombia, Uribe niega el conflicto, niega la paz. Y empieza a instalar su ‘Post- Verdad’ para su retoma del poder en el 2018.

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