Desde hace dos años me he convertido en asiduo usuario del servicio de taxi en mi querida ciudad de Santiago de Cali, por lo general siempre acudo a un amarillo cuando dispongo de poco tiempo para transportarme hasta determinado lugar, tomando también en cuenta lo complicado que se ha vuelto el tráfico en esta ciudad, donde ya a cualquier hora del día y en cualquier vía confluida o no, se topa uno con tremendos trancones que muy seguramente lograrían irritar al mismo santo Job (Eso sí, nada comparado con Bogotá).

Al ser un usuario recurrente del servicio de taxi y desplazarme haciendo casi los mismos recorridos citadinos, he aprendido a calcular el valor de las carreras con exactitud, por lo cual cuando el valor de ese recorrido supera exorbitantemente lo acostumbrado, de inmediato intuyo que el taxímetro tiene su “maturranga” y nunca dudo en hacerle la acotación de muy buena manera al taxista de turno.

Algunos taxistas, ante mi cuestionamiento sobre el sobre costo de la carrera, guardan un sepulcral silencio y lanzan una mirada igualitica a la que el presidente Rafael Correa de Ecuador le lanzó al hoy congresista Álvaro Uribe Vélez en una cumbre donde coincidieron años atrás. Otros se exaltan y responden de manera displicente o se ponen muy nerviosos, tartamudean y no saben que responder.

Los valores que usualmente pago en mis recorridos oscilan entre los $12.000 y $22.000 y las tarifas que me han cobrado haciendo el mismo recorrido en taxis, en los que me atrevo a sospechar tienen el taxímetro adulterado, me han cobrado sin atisbo de vergüenza, $23.000 y $32.000, significativa diferencia que obviamente afecta el bolsillo.

Es prioritario que la Secretaria de Tránsito y transporte Municipal en Santiago de Cali y todos los entes involucrados se den a la tarea de hacer controles periódicos a los taxis, priorizar la revisión de los taxímetros, pues sin generalizar claro está, una buena porción de estos profesionales del volante los tienen adulterados, actuando con flagrante deshonestidad.

Después se cuestionan porque cada vez se prefieren los servicios de Uber, paradójicamente le resulta a uno como usuario más ventajoso este sistema, que el acostumbrado “amarillo”, porque además sus conductores se dan el lujo de rechazar una carrera cuando les viene en gana y su trato para el pasajero muchas veces no es el más cordial y atento.

Ya está tomando bastante fuerza el nuevo servicio CABIFY, incluso por encima del mismo Uber, así que el panorama no sigue pintando nada halagüeño para los llamados “amarillos”, si a parte del mal servicio que prestan algunos conductores, se suma la descarada adulteración de sus taxímetros.

Pienso que la competencia siempre obliga a cambiar las pautas de servicio, a erigir un replanteamiento radical de las mismas, redundando en beneficios para los usuarios y eso es lo que el Gobierno a la larga debe contemplar para reglamentar el funcionamiento de estas plataformas, obligándose de paso a modernizar su marco legal vigente frente a la movilidad.

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