El metro es ese nombre genérico que se le da a un medio de transporte masivo. Y en buena parte del mundo consiste en un tren que viaja por debajo de la tierra. A pesar de tener condiciones diferentes de acuerdo a la ciudad, esta alternativa de comunicación está presente en las principales capitales del mundo.

El subte argentino, los metros de Londres, Paris, Nueva York y Washington, entre otros van por debajo de tierra, mientras el de Medellín, es la excepción al recorrer la ciudad en una serie de puentes a altura. Todos con más de medio siglo, con un característico olor a cañería, o más bien a túnel.

Además de los olores, las luces, las sombras y los sonidos, el mundo bajo tierra es otro. Sin saber cómo, los viajeros se adentran en esa esos ductos, en esa especie de arterias que permiten transportar, casi que mágicamente, de un extremo a otro de la ciudad, a los viajeros de esa “permanente noche”.

Y como suele suceder en nuestro país, la discusión alrededor del metro se distrae. En lugar de que la preocupación se dirija hacia mejorar la movilidad, los bogotanos terminamos pendientes por ver si esta, prácticamente única, solución se dé a la altura, con la ventaja de la luz pero con el inconveniente de afectar las fachadas de las viviendas y comercios, o subterráneo con el riesgo de que la tierra resista, y con mayores costos, al requerir mayores y complejas obras de ingeniería.

Aunque las comparaciones son odiosas, la mente gira hacia Medellín. La “tacita de plata” ha logrado, como lo hace en muchos aspectos, crear un hito en el tema de movilidad. Sumado al metro, se han construido el reciente tranvía y el metro cable los que han logrado generar un sistema de transporte muy eficiente. Los vagones nunca están muy llenos ni vacíos. Además las estaciones son amplias y cómodas. Así, a pesar de que la capital antioqueña sea una ciudad, una urbe, con casi cuatro millones de habitantes, incluida el área metropolitana, la movilidad funciona de manera adecuada.

Mientras tanto, en el resto del país, las capitales de departamento, han seguido el ejemplo de Bogotá. En lugar de construir un sistema de trenes, de lo que llamamos metro, han dirigido sus esfuerzos hacia una alternativa intermedia: el solo bus, Transmilenio, Mio, Transcaribe o la variedad de nombres que, de acuerdo a las costumbres y diversas idiosincracias colombianas, se le ha puesto a una solución de movilidad que tiene grandes inconvenientes.

La estrechez de las estaciones, de los vehículos, la contaminación, los colados, la generación de accidentes. Además de esto, la corta vida de cada una de las variables del sistema. Desde las frágiles lozas en cemento, pasando por la baja calidad de las “jaulas metálicas”, y las puertas de vidrio que se vuelven objetivo para los ciudadanos en sus protestas; el creativo servicio de los buses encerrados en el centro de la vía, resulta, al menos en Bogotá, un lugar supremamente incómodo donde los usuarios se convierten en una especie de morcilla o salchichón.

Por eso, aunque el alcalde Peñalosa sigue manteniendo su rígida posición, y considerando que las nuevas líneas de Transmilenio son la mejor opción; los usuarios cotidianos de este sistema no entienden cómo resolver esta especie de nudo gordiano.

Hace cerca de cien años, las grandes capitales del mundo encontraron en los metros la solución a la movilidad. Así, a pesar de los años que han pasado, estos sistemas, desde sus estaciones hasta los vagones, han sobrevivido al tiempo. Así se siguen construyendo nuevas líneas que, de manera ágil,  amplían el servicio hacia nuevas zonas de desarrollo urbanístico.

Como en muchos temas, ya casi todo está inventado. Si las grandes ciudades encontraron la manera de resolver sus problemas, lo más sencillo y evidente sería seguir sus pasos, copiar los procesos que a otros les dieron frutos. El alcalde Peñalosa ha recorrido el mundo, no sólo conociendo y aprendiendo de grandes ciudades, también como un reconocido expositor. Por eso nuestro prestigioso burgomaestre tiene, en sus manos y en su mente, las cartas suficientes para organizar la baraja.

Por eso, confiamos en que Bogotá tendrá la mejor solución, en el tiempo y el costo más adecuado. Subte o elevado, será el alcalde quien, con su experiencia y apoyado en la infinidad de estudios, podrá dar la última palabra. Aunque se requiera una pronta respuesta, hay que hacer las cosas con calma, cuidando los presupuestos y haciendo que todas las obras sean estéticas y funcionales.

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