Aquel típico dicho popular de “todo tiempo pasado fue mejor” puede que no se aplique para el transporte público de Bogotá. De hecho, más allá del color de los automotores las cosas siguen siendo muy parecidas, e incluso tendiendo a empeorar.

Las comparaciones son abundantes: la impericia de los conductores y su manejo agresivo, no detenerse donde corresponde sino cuando el chofer lo determina conveniente, la evolución de la ‘guerra del centavo’ a la ‘guerra del cronómetro’, falta de rutas, contaminación, vendedores ambulantes y hasta delincuencia.

Arranquemos por lo más reciente. En las últimas semanas se ha desatado una oleada de atracos a mano armada en los SITP que transitan por distintas vías y sectores de Bogotá. Esto no es una modalidad nueva, los asaltos a los buses ocurrían cuando rodaban aquellos ‘servicios ejecutivos’ humeantes por las calles capitalinas. A los delincuentes les tomó tiempo evolucionar y descubrir cómo hacerlo en los buses azules, pero ya lo hacen como hace 15 o 20 años.

Es difícil de comprender cómo han pasado décadas con esta modalidad operativa los delincuentes y la Policía no ha sido capaz de erradicarla. Claro, es complicada y si la gente no denuncia los casos es casi seguro que los malandro salgan del CAI, URI o centro de detención a montarse en un bus para robar de nuevo y volver a empezar el ciclo. ¿No debería haber medidas? Sí, anunciaron que irán policías de civil, pero, ¿cuántos agentes se necesitan para montar en cada SITP que recorre Bogotá?

Ahora bien, hay dos temas vitales a la hora de entender el servicio de buses de la capital que van estrechamente ligados; la impericia de los conductores y la antiguamente llamada ‘guerra del centavo’ que ha evolucionado en la ‘guerra del cronómetro’.

Para quienes son muy jóvenes y no recuerdan aquellas memorables competencias de velocidad, sobrepasos imposibles y de vez en cuando uno que otro madrazo entre los buses tradicionales que cubrían una misma ruta, haga de cuenta cualquier competencia de automovilismo deportivo en el mundo y verá un espejo de lo que ocurría en las calles Bogotanas. Claro, los SITP no recogen el dinero, pero sus conductores deben cumplir con cierta cantidad de trayectos al día. Eso suena factible, salvo que el ‘genio’ que diseñó las rutas puso varía a empezar en el extremo más al norte de la ciudad, casi pegada al peaje de salida de Bogotá por la carrera 7, y a terminar en el último rincón de Bosa. No solo el bus atraviesa Bogotá de norte-sur casi en su totalidad, sino que además de oriente-occidente. ¿Cuánto se demora un bus haciendo ese recorrido?

¿Por qué los conductores del SITP andan creyéndose piloto de Fórmula 1? Porque tiene que cumplir con la cuota diaria de recorridos y cada segundo cuenta. Eso sí, a diferencia de los monoplazas de la máxima categoría del automovilismo los pobre buses azules no tiene ni mucho menos la mejor tecnología, y lejos están de parecerse los conductores a Nico Rosberg o Lewis Hamilton.

Hasta donde recuerdo los ‘servicios ejecutivos’ del pasado no se varaban. Tenían 30 años de uso pero no había uno varado cada cierto número de cuadras, cosa que sí pasa con los azules. ¿Cómo es posible? Pues bien, la buseta, colectivo o bus antes era cuidado con amor y cariño por su conductor, hoy en día los SITP son del distrito y a la persona que los maneja no le importa revisar si tiene líquidos de frenos ni siquiera. A esto súmele que los operadores van a comprar repuestos de segunda, posiblemente a alguna deshuesadora, y por eso fallan constantemente los azules.

Ya los SITP se parecen tanto a los buses tradicionales que incluso paran en cualquier sitio de la ciudad, recogen un personaje que se sube por la puerta de atrás y se va a hablar con el conductor y acompañarlo en su ruta o hasta que llega a su destino el acompañante.

Desde hace unos meses también se da el fenómeno del mendigo. Al usar este término no me refiero al indigente propiamente, sino a todos aquellos que nos deslumbran con su ‘armoniosa’ voz, el rap conciencia, o la música popular, por nombrar algunas. Los que también nos cuentan triste historias de enfermedades, desplazamientos, familiares hospitalizados etc. (puede que hasta hallan algunas que sean ciertas) y por supuesto los vendedores de mecato, maní, dulces, esferos, borradores y hasta cepillos de dientes. ¿Y las autoridades?

Hay que ser realistas, si no pueden controlar este fenómeno en las estaciones de Transmilenio donde se supone que tienen agentes, ¿cómo vamos a esperar que lo hagan en los cientos de buses azules por la ciudad?

Finalmente el ir como una sardina dentro de un SITP, la eterna demora en las rutas, que el conductor pare cuando y donde quiera y no en el lugar que uno necesita son y serán unas constantes. Con decir que primero hay Metro en Bogotá antes de que se solucionen estos problemas.

Los buses tradicionales están casi desaparecidos, pero no se extinguieron, simplemente mutaron y los pintaron de azul.

 

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