La simple idea de crear un refugio donde se ayuden animales abandonados, viejos o enfermos es de por sí loable y guardada para personas bondadosas que han sabido ver el dolor de los desfavorecidos más allá que la mayoría; pero, ¿qué pasa cuando detrás de este acto de caridad profunda existen intereses económicos, o se pone por delante la salud e integridad de los animales para satisfacer beneficios particulares?

Hace algunos días se publicó un sórdido video en el que un grupo de al menos diez perros practicaban canibalismo en las instalaciones del refugio “Vida de pelos”, ubicado en la vereda Villa Nueva del municipio de Soacha, en límites con Sibaté.

Este lugar, que era administrado por Nidia Cecilia Camacho, se encontraba en condiciones paupérrimas de higiene y abandono. En él predominaban heces, cadáveres y restos óseos de perros y gatos, así como los sobrevivientes de tal acto ruin, cuya única opción fue devorarse unos a otros para subsistir en medio del encierro y aislamiento al que estaban expuestos.

Un cuerpo, humano o animal, tarda mucho tiempo en osificarse, y aunque eso depende de muchos factores como la temperatura y  humedad entre otros, es muy extraño que la propietaria de dicho refugio haya dicho que dejó su oficio a favor de los perros porque hacía poco tiempo un familiar suyo había caído en su lecho de enfermo obligándola a estar todo el tiempo con él en Bogotá.

Esta respuesta no sería del todo descabellada de no ser por la cantidad de esqueletos, que quienes ingresaron a este lugar encontraron regados por el predio, lo cual da claro indicio que el refugio había sido abandonado hace un largo tiempo.

En medio de esta macabra historia de dolor animal hay todo un andamiaje de relatos que se entrelazan; por un lado, la dueña del lugar aseguró que mientras estuvo ausente, siempre giraba el dinero destinado por los padrinos de los animalitos para su manutención; pero versiones distintas muestran que mientras ella sí recibía los aportes de quienes apadrinaron a un perro o gato, estos recursos eran utilizados para todo menos para ese fin.

Por varias redes sociales se ha gestado un movimiento de rechazo generalizado contra personas como esta, que se aprovechan del sufrimiento animal y de la buena voluntad de personas caritativas quienes se suman con donaciones monetarias en pos de los peludos.

Y es que esta historia no es nada nueva; ya se habían conocido casos de otros sitios del país donde los animales rescatados vivían un infierno peor que el soportado durante su abandono, reafirmando así la idea de que muchas personas ven un refugio animal como un lucrativo negocio donde el bienestar pasa a un segundo plano y se anteponen prácticas denigrantes de maltrato, insalubridad y muerte como las vistas en “Vida de pelos”.

Claro está, si bien se han conocido sitios terroríficos donde en lugar de ayudar animales, se les condena a una muerte segura en medio de actos ruines en su contra, cabe aclara que la mayoría de refugios (y lo digo con conocimiento de causa ya que he visitado muchos de ellos), están preparados para las exigencias que comprometen ofrecer este servicio.

Tal vez muchos crean que por el simple hecho de ser lugares donde se acogen animales en condición de abandono, es decir animales que carecen de dolientes, estos no deben cumplir con las normas éticas y locativas para tal objetivo, pero al tratarse de la rehabilitación de seres vivos y sintientes, se deben acoger condiciones dignas de confort ya que de otro modo el remedio vendría siendo peor que la enfermedad.

El ser humano con su comportamiento facilista sobre todo, siempre ha visto las consecuencias sin detenerse a analizar las causas; así pues, es mejor generar políticas de esterilización para prevenir la superpoblación y el posterior abandono, que detenerse simplemente a detallar el último eslabón de la cadena que son los refugios animales donde el ciclo de vida de los perros y gatos callejeros suele terminar de maneras tan espantosas como las de esta historia.

Mi consejo para las personas que lean esta nota es que no se dejen impactar por el amarillismo que venden los medios; mientras por un lado la denuncia de actos atroces como el acaecido en el refugio de Soacha son deber de toda persona amante o no de los animales, debemos ver más allá y darnos cuenta que si no educamos a nuestros niños con la idea de que el respeto y amor por los animales nos engrandece como sociedad, este tipo de prácticas seguirán tristemente siendo cada vez más comunes.

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