Nunca he sido fanático acérrimo a algo o alguien, abrigo mi propia fe y por supuesto amor y respeto por ese ser supremo que mueve el incognoscible e infinito cosmos, en el que tan solo somos una minúscula, pero muy minúscula partícula autodenominada: raza humana.

Somos unos seres supuestamente inteligentes y en gran manera privilegiados, pues tenemos la oportunidad maravillosa de coexistir y vivir en un planeta tocado por la benevolencia divina, al que de manera vertiginosa y sin razón alguna estamos llevando a la destrucción, movidos estúpidamente por sentimientos negativos como la sed de poder y riqueza, el henchido egoísmo y la recalcitrante banalidad.

Para las grandes potencias mundiales importan más sus arcas repletas de dólares y euros con que fortalecer y agigantar su poderío armamentista, que el bienestar de nuestros congéneres y la preservación de la madre naturaleza, principales víctimas de una mentalidad hedonista y vacía que se convierte en el gran talón de Aquiles, esa que tarde o temprano nos precipitará al abismo desolado de una hecatombe apocalíptica.

“Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, palabras sabias de ese gran maestro que dividió la historia de la humanidad en dos, el llamado hijo de Dios nos heredó un legado importante en sus enseñanzas, mismas que de aplicarse al pie de la letra harían del planeta tierra ese paraíso soñado.

Paradójicamente en nuestra naturaleza humana se contraponen en constante y aguerrida puja “el bien” y “el mal”, teniendo como campo de batalla esa maquinaria perfecta de carne y hueso que abriga una esencia espiritual no reconocida totalmente.

Pecamos al creernos únicos y soberanos en el cosmos, negando la existencia de lo innegable. ¿Agnósticos o materialistas? o simple excusa que alimenta el ego de una humanidad que actualmente cimienta su existencia a ciegas, deslumbrados por los destellos de ese oropel salpicado de sangre, que mueve hoy por hoy el mundo.

Para ratificar lo que digo no basta sino encender el televisor, escuchar la radio, leer un periódico, navegar en Internet, en cuestión de segundos se obtiene la más disímil información sobre lo que ocurre alrededor de este maltrecho planeta: “Tiroteo en una discoteca gay de Orlando: hay al menos 50 muertos y 53 heridos”, “Un alemán-iraní de 18 años, único autor del tiroteo en Múnich con nueve muertos”, “Barro, lágrimas y muerte en el peor desastre ecológico de América Latina”, “Corea del Norte lanza dos misiles balísticos de medio alcance”, “Los niños de La Guajira siguen muriendo por desnutrición”, “¡OMG! Kim Kardashian muestra sus encantos en atrevidas fotos”, “Esperanza Gómez revela su tamaño ideal de pene”, “La ONU teme que 500 inmigrantes hayan muerto en un naufragio en el Mediterráneo”, “Rescatan un bebé recién nacido de un tarro de basura en Cali”, “Jennifer López compra lujosa mansión de 28 millones de dólares”, “Premier británica autorizaría ataque nuclear ante amenazas como Rusia y Corea del Norte”, “Isis decapita a dos espías y lanza nuevas amenazas”.

¿Será que algún día las noticias que se publiquen en los periódicos e Internet, se escuchen en radio y se vean en la televisión dejaran de ser tan cruentas en la mayoría de ocasiones, tan desesperanzadoras y estúpidamente fatuas?

A lo mejor sí, pero para eso, la humanidad tendría que trascender radicalmente del pensamiento materialista a ese lado espiritual inexplorado que guarda sin duda la respuesta al gran interrogante: ¿Quiénes somos, de dónde venimos y para dónde vamos?, en resumen la razón clara de nuestra existencia.

La ciencia es un instrumento importante, pero no el único camino para descifrar ese acertijo sin aparente respuesta. Cada cual cree lo que quiere creer y enfoca ese fugaz paso por la tierra de la manera que le viene en gana, tenemos la libertad para conducirnos por “el bien” o por “el mal”, por el servicio a nuestros semejantes, por enriquecernos egoístamente y buscar la vanagloria o sencillamente caminar por este sendero sin dejar huella, dejando que la vida pase y se escurra como el agua entre los dedos o quizá reaccionar y encontrarle un sentido práctico a las palabras de ese maestro.

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