Escribo esta columna horas antes del juego de ida entre Nacional e Independiente del Valle por la final de la Copa Libertadores. No importa quién gane, porque lo bonito del fútbol es verlo sin tomar partido por un lado u otro. No siempre se puede, pero cuando se logra, el fútbol se disfruta mucho más.

Por un lado, quiero que gane Nacional. Más allá de lo que dicen los hinchas de otros equipos, Nacional sí es Colombia en la Copa Libertadores. De alguna manera, cualquier equipo que juegue un torneo internacional representa a su país. Por eso países como Argentina, Brasil, Italia, Inglaterra y España son respetados. No solo por su selección, sino porque varios de sus clubes ganan copas internacionales. “Los argentinos son bravos”, o “Los brasileños son calidosos” son frases que se armaron de tanto ver a Boca y Estudiantes, Santos y Sao Paulo prevalecer sobre sus rivales.

Entonces, una victoria del equipo de Medellín ayudaría al país y a su fútbol de muchas maneras y le daría alegría a mucha gente. Entonces, ¿por qué no querer que venza?

Y este no es un intento por subirme al bus de la victoria. Que Nacional haga lo que se le dé la gana, lo mismo Independiente del Valle, y que gane el que juegue mejor y haga más goles, el resto no importa y no me afecta. Soy hincha del fútbol, no de un club, más allá de que sienta simpatía por Junior, equipo al que he visto varias veces campeón y muchas veces subcampeón. Mi vida no es mejor cuando gana ni peor cuando pierde.

Porque cuando veo a los hinchas de un equipo perder la objetividad y convertirse en una masa que grita mucho y piensa poco, me queda claro que no quiero ser eso. Los fanáticos sirven para darle colorido al juego y dinero a los equipos, patrocinadores y futbolistas, pero están sobrevalorados. Sin ellos, sin nosotros más bien, el fútbol igual existiría. No habría tanta difusión ni tanto dinero, pero la gente seguiría jugando en cada cancha y en cada potrero disponible.

De hecho, cuando uno odia a un equipo no lo hace por el equipo en sí, sino por sus hinchas, que hacen alarde de algo que no lograron, que restriegan los triunfos ajenos como si fuera de ellos. Sacan pecho por seguir a un club como si ser hincha fuera muy difícil. ¿Sabe cómo puede volverse fanático de un equipo, cualquiera que este sea? Dígalo y ya. “Yo soy hincha de Real Madrid”, y empiece a celebrar como loco todo lo que gane. No tiene ciencia, no le piden cartón profesional ni codeudores ni hoja de vida ni extractos bancarios.

Por otro lado quiero que gane Independiente del Valle, protagonista de una historia increíble. Hay mucho de belleza cuando gana el más débil, que en este caso es el equipo ecuatoriano. En su país todos están con él y no se han puesto con el cuento de que ese equipo no me representa. Por solidaridad o porque futbolísticamente son un país incluso más débil que nosotros, no les importa quién les dé una victoria. Aunque belleza a un lado, Nacional ha sido el mejor de esta Libertadores y lo lógico es que se quede con la copa.

Fase tras fase, y me incluyo a ratos, los hinchas de otros clubes les hemos mandado mala energía para que pierda, y no hemos podido. De hecho, es por eso quizá que le ha ido tan bien Esa actitud habla mucho de nosotros los colombianos, expertos en odiarnos y desearles la desgracia a los demás. Si nosotros no pudimos, que los otros tampoco. Así pensamos.

Creo que es hora de cambiar, estamos quedados en hacerlo, y este tema de la paz que tanta división nos ha traído es una buena oportunidad para empezar a desear el bien a todos, especialmente a los que piensan y tienen gustos diferentes a los nuestros. Si hacemos el bien, el bien llegara también a nosotros. Esa es la mejor forma de ayudarnos.

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