Un compañero de la universidad, que hizo carrera como oficial profesional, reflexionaba acerca de lo que sería nuestro país después de la guerra. Mientras casos como conseguir un avión militar para una campaña publicitaria eran impensables hasta hace unos meses, ahora es común ver las aeronaves parqueadas en un hangar, disponibles para cualquier uso diferente a la guerra.

Así como los pilotos de la fuerza aérea y sus aviones de guerra, múltiples oficios, elementos y actividades entrarán en desuso cuando la guerra sea cuestión del pasado. A partir de las nuevas condiciones de paz, los trabajos y oficios ligados al conflicto tenderán a desaparecer o en algunos casos a reducirse de manera dramática.

La situación más evidente y directa está relacionada con la fuerza pública. El número de soldados profesionales, suboficiales y oficiales tendrá que reducirse; ya que con menos frentes de guerra, con la disminución de la lucha irregular, bajará la necesidad de perseguir a la que por años fue una guerrilla inclemente.

Por otro lado estarán los fabricantes de armas y de munición, como la planta de Indumil, tendrán que dedicarse a elaborar monumentos: escopetarras de César López o esculturas en honor de la infinidad de líderes y políticos que han sido inmolados en Colombia.

Ahora que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, pasarán de la clandestinidad a la vida civil, de la guerra a la paz, los uniformados serán los primeros en enfrentar una nueva situación.

Los escoltas, aunque serán menos necesarios por un lado, se requerirán más por el otro. Ya que los guerrilleros reinsertados tendrán que recurrir a personal que los proteja.

Y que será de los sistemas de detección de armamento y de explosivos, de los expertos que los manejan, y, especialmente, de los perros detectores de bombas o de los diferentes explosivos.

Las pistas de aterrizaje clandestinas, los pilotos, los mecánicos y toda la organización alrededor del transporte de armas y drogas deberá caer en desuso. La paz tendrá que darle un nuevo uso a estos elementos y a las personas dedicadas estas labores ligadas al conflicto.

Los fabricantes de carros blindados deberán ver reducir su actividad. Ya que los atentados y el riesgo de las figuras públicas y políticos será menor por lo que la fabricación de estos vehículos tendrá que disminuir.

Casos menos evidentes, será el relacionado con actividades como los cocineros de los casinos y los sastres de camuflados. Probablemente los primeros montarán restaurantes de esos conocidos como corrientazos o caseritos, mientras que los modistos o costureros se tendrán que dedicar a elaborar overoles, trajes everfit, o, en últimas, vestidos de novia.

Los raspachines, que cultivan la hoja de coca, procesan la pasta y buscan, a través de las llamadas mulas, “coronar” un aeropuerto de Estados Unidos o Europa, tendrán que dedicarse a cultivar achiras y a llevar containers de mangos y uchuvas.

Otros que quedarán sin oficio, o verán reducirlo ostensiblemente, son los médicos expertos en trauma y en rehabilitación.

La Organización de las Naciones Unidas con sus expertos en resolución de conflictos, las universidades con sus cursos, diplomados y aún doctorados que buscaron por años, desde lo académico, entender el conflicto de nuestro país, tendrán que preocuparse por temas como la violencia intrafamiliar o las peleas entre los equipos de fútbol, ya sean América y Millonarios.

Probablemente la guerra es un mayor empleador que la paz. En este nuevo escenario habrá que tener mayor imaginación que cuando los fusiles, las granadas y los explosivos tenían espacio como parte de la guerra.

Entonces, ¿cuál es la respuesta a una Colombia sin guerra? Realmente tendremos que tener una especial creatividad, y una energía para transformar los oficios.

El periodismo de guerra, los corresponsales tanto nacionales como internacionales, tendrán que buscar otros horizontes, otros países en Oriente Medio, para ir a poner a prueba el gran conocimiento adquirido en los últimos cincuenta años de conflicto en nuestro país.

No será fácil, pero como los jóvenes bachilleres, tenemos la ilusión de que lo que viene será mejor. La paz, el ocio, la belleza natural de nuestro país, con el incremento del turismo, servirán para transformar las actividades de todos los colombianos. Por eso, que bien que la creatividad, tanto de guerrilleros como de militares, les permita hallar como cambiar las actividades de guerra por la paz.

El deporte, así sea violento como el rugby o el boxeo, la danza, la cumbia o el vallenato, los juegos de mesa como el parqués, el monopolio o el ajedrez, servirán para sublimar el combate y el enfrentamiento. Bienvenida la paz, adiós a la guerra.

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