Ya los medios de comunicación están contentos. Su patrón, Juan Manuel, tiene el premio Nobel. Además, como buenos relacionistas públicos del gobierno, dicen que es muy justo. ¿Final feliz? Las causas del conflicto no se han resuelto.

Recapitulemos entonces, los avances de la paz en Colombia. Primero, las Farc ya no están matando ni ejerciendo sus demás actividades delictivas, excepto el de lavado de dinero y activos; y eso es bueno para los estándares colombianos.

Sin embargo, el país salió a deberles a ellas en el mediano y largo plazo y, además, tendrá que responderle a sus víctimas. El Estado es el único que va a indemnizar, tanto a las Farc como a las víctimas que generaron porque, para los colombianos, el Estado es un cajero automático al que hay que saquear.

La suma de las demandas que debe el Estado, rivaliza con el producto interno bruto. La capacidad del Estado para invertir en el bien común se sacrifica para indemnizar intereses particulares. Entretanto, las Farc solo tienen que pedir perdón y los colombianos y la comunidad internacional aplauden.

Segundo, la economía de la paz. Parece que hablar de paz y economía, para los colombianos, es mezclar peras con manzanas. Sin embargo, ambas van muy de la mano, y en Colombia no tenemos ni tendremos una economía para sustentar la supuesta paz lograda. El crecimiento cercano al 1.8% en 2016 y un escueto 2 o 2.2% en 2017 no serán superados en varios años.

Así mismo, tenemos un déficit que supera el 50% del producto interno bruto. Gracias a una total ausencia de política económica de los gobiernos en las últimas dos décadas, Colombia se quedó en producción y comercialización de los productos básicos sin valor agregado, y con una deuda riesgosa.

Se planeó el premio Nobel y se institucionalizó la corrupción (puesto 83, en 2015, en índice de corrupción de Transparencia Internacional), pero nunca la economía. Tenemos una que no crece y que además está basada en el asistencialismo que fomenta la informalidad laboral y empresarial. A esto hay que sumarle la “reforma” tributaria, casi que impuesta por las calificadoras de riesgo, y que promueve el Nobel cediendo al lobby y a los corruptos.

Esa “reforma” garantiza el subdesarrollo, que a la postre promueve la inequidad. Esto, no es paz.

Tercero, la convivencia. Este país que idolatra la superficialidad y ha convertido la corrupción en su modo de vida, comenzando con sus “líderes”, carece de consciencia colectiva en el equilibrio de derechos y deberes.

Aquí se demanda paz y justicia, pero quienes exigen no están dispuestos a dar ejemplo, sobre todo en el ámbito de convivencia. Para los partidos de fútbol, la rumba alucinógena, y la demagogia en forma de protesta, los colombianos se ponen la camiseta.

Por el contrario, para practicar el respeto, orden e higiene ambiental, no hay prácticamente nadie. La paz no son palabras y forma, es el fondo de la consistencia entre lo que se piensa, dice y hace, con sentido de bienestar colectivo.

Aquí todos esperan que los demás cumplan, con pocas excepciones insuficientes, a dar ejemplo. Así se espera la paz, que llegue de otros, que se favorezcan grupos específicos, que los medios de comunicación repitan la palabra como un eslogan de propaganda socialista o nazi.

El Nobel a Juan Manuel es un premio a la forma, a la corrupción política y mediática. Mientras tanto, tenemos garantizada una Colombia sin consciencia ni compromisos individuales y colectivos.

Puede que las armas causen menos muertes, pero la corrupción, la economía sin valor agregado, la informalidad, el asistencialismo regresivo y la demagogia perpetuarán el conflicto social y económico; y seguiremos eligiendo malos gobernantes.

LO ÚLTIMO