A lo largo de mi vida laboral, unas veces como subordinado y otras con personal a mi cargo, he tenido la oportunidad de interactuar con compañeras de trabajo y algunas jefas, enfundadas perfectamente en lo que llaman misandria: mujeres que odian a los hombres.

Definen la misandria o misoandria como el odio o aversión hacia los varones o la tendencia ideológica o psicológica que consiste en despreciar al varón como sexo y con ello todo lo considerado como masculino.

Se constituye en una tediosa lidia estar al mando o compartir escenario laboral con mujeres misándricas, y cuando por infortunio son mayoría, debes como representante del género masculino acorazarte en todos los aspectos para librar verdaderas batallas campales, “tácitas” o abiertamente declaradas con ellas, para no ser irremediablemente pisoteado por ese despiadado e indolente combo, que por lo general se escuda en un malentendido feminismo y la cacareada solidaridad de género, como mecanismos útiles de defensa.

El artículo continúa abajo

Las mujeres misándricas tienen el total convencimiento que pueden prescindir de los hombres en todos los planos de su vida, su aversión llega a límites enfermizos y no pierden oportunidad para tomar revancha por ese arraigado sentimiento y postura radical, similar a la adoptada por los llamados misóginos.

En el plano laboral atreverse a darle la batalla a un combo de mujeres misándricas, te expone a ser tildado paradójicamente como, misógino compulsivo, gay, maltratador, “rata de dos patas”, como en la canción de doña Paquita la del barrio y sin ningún atisbo de remordimiento, ellas te indilgarán a ti ante superiores jerárquicos, la autoría del complot orquestado por su astucia femenina y te pondrán ante los ojos de los demás como el desalmado villano del cuento.

Si como compañero de trabajo de una mujer misándrica logras sobresalir más que ella, no escatimara oportunidad para poner en tela de juicio tu idoneidad, te descalificará siempre pese a los reconocimientos públicos que obtengas, tratará de imponer siempre su criterio y cuando no encuentre argumentos sustentables, simplemente cambiará su discurso haciendo gala de desbordante histrionismo, para acogerse de inmediato a una amnistía conveniente, sobre todo cuando se siente acorralada y hasta intentará unirse en apariencia al “enemigo masculino”.

Nunca te confíes de una mujer misándrica, ella nunca será tu amiga, ni una confiable compañera de trabajo, está alerta siempre a desquitarse del género masculino. Su satisfacción es ver a un hombre doblegado a su autoridad, a su voluntad o al aniquilamiento laboral.

LO ÚLTIMO