Mi mamá recuerda que cuando era joven, cuando apenas recibió su pase de conducción, no existían semáforos en Bogotá. Tan solo el manejo precavido, el detenerse en los cruces, en los pares, era la norma de tránsito.

Ahora, en la mayoría de las avenidas, no solo las principales, aparecen estos postes amarillos donde se turnan el rojo, el amarillo y el verde. Sin embargo, lo que si hace mucha falta son los semáforos peatonales que, junto a las cebras determinan los cruces de los transeúntes.

A esto se suma que quienes andan a pie no cumplen con las normas ni tienen claro las normas que regulan su uso de las vías. Y ellos son, de acuerdo a un reciente sondeo, cerca del 80% de los habitantes de la capital.

Así, al no tener frente a sí, y de manera clara, la luz roja o verde, y en algunos casos el sonido que indica el paso para quienes tienen problemas visuales; entonces los bogotanos seguirán arriesgando sus vidas; mirando de reojo el cambio de luz para saber el momento justo en que se pueda cruzar.

Ahora, con el nuevo código de Policía, se debería esperar que los semáforos se completaran, y además que se castigara a quienes crucen de manera indebida. Para lo que se me ocurre que, más allá de una multa, se puede obligar a que el peatón tenga que detenerse por un tiempo, reconociendo su infracción.

La instalación obligada de la luz verde y roja, es decir de los semáforos para peatones, debería ser una exigencia para la actual “Bogotá mejor para todos”. Además, otro elemento importante debería ser el sistema de semaforización para los transeúntes, que consiste en dar prioridad al peatón o determinar que el caminante tenga la prioridad, especialmente cuando hay poco tránsito de peatones en un cruce.

Frente al respeto de quienes cruzan las vías, resulta interesante saber cómo en muchas ciudades del mundo el peatón es quien tiene la prelación.

Es así como con la sola intención de cruzar la vía, los automóviles y las bicicletas detienen su marcha para dar prelación a su paso. Mientras en nuestra capital, como si fueran árboles, estos implementos metálicos se van multiplicando. Así, aún en barrios tranquilos, los semáforos se vuelven indispensables frente a la falta de una conducta cívica de los capitalinos.

Mientras que un compañero de trabajo, de origen alemán, camina una cuadra, o algo más, para buscar un cruce semaforizado. Mientras yo, lo reconozco, como buen “bogotano”, y a la manera de un torero, me arriesgo a cruzar, frente a los peligrosos “cuernos” de buses y automóviles.

Esperemos que ahora, ante la llegada del nuevo código de policía, y más allá de la multas que allí se imponen a los infractores; los habitantes de Bogotá cambiemos nuestra conducta, y entendamos que el respeto de las señales debe ser parte de nuestra conducta cotidiana.

Ojalá nuestro burgomaestre Peñalosa entienda que, además de los ciclistas, los peatones somos los más importantes usuarios de la ciudad.

Por esta razón, las señales para quienes andan a pie deben hacer parte básica del mobiliario de la ciudad. Cruces, señalizados con cebras, y semáforos para peatones deben ser el centro de la movilidad en calles y avenidas. Además se debe buscar una forma adecuada para multar a los transeúntes y adelantar una educación adecuada para todos los usuarios de la vía.

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