La memoria es una de las capacidades humanas más mágicas, más difíciles de comprender, pero que marcan y diferencian al ser humano de los demás animales.

Y es de eso de lo que se basa la película Remember, en la que el actor Cristopher Plummer hace una magnífica interpretación de un hombre que ha perdido su memoria, por lo que es guiado por otro señor mayor de edad (Michael Landau). Es una magnífica historia con un alto nivel de suspenso, con un final totalmente sorpresivo.

Así, aunque la memoria no es un rasgo exclusivo del género humano, ya que se ha visto en el caso de los perros. Recuerdo, como una perra que tenía mi abuela, la cual tuvo que dejar donde unos amigos, cuando salió de viaje por varios años; supuestamente no quería a los niños; al vernos, se emocionó, y se puso feliz. Su memoria no fue visual, ni auditiva; Melina, que era el nombre de la perra cocker, nos reconoció por el olfato.

El personaje de Remember, quien busca a un antiguo guardia del campo de concentración de Auschwitz, tiene que ir descartando los posibles culpables, que con el mismo nombre, encuentra en su camino.

Hasta el último momento no se sabrá la verdad de lo sucedido. El misterio que esconde la historia de un hombre anciano que tiene  su mente perdida, y que se mueve por la guía de un hombre (Landau), que está preso en una silla de ruedas, pero con su mente y memoria intactas. A la manera de un libreto, él va dirigiendo los pasos del protagonista.

Lo que esboza la cinta, son los problemas de memoria que suelen presentarse a partir de la llegada a la edad adulta. Es claro que existen ejercicios, terapias y hasta juegos que ayudan a que la memoria se mantenga. Las relaciones entre nombres y términos. Juegos como buscar la correspondencia entre números, la lectura, el recuerdo de los eventos recién sucedidos o llevar una agenda.

Es posible que estas situaciones y las mediciones neurosicológicas vayan cambiando, ya que los sistemas restringen lo que entendemos como memoria. La búsqueda por ‘google’ hace innecesario que los niños y jóvenes tengan que recordar desde los conceptos más básicos, hasta complejos ensayos y tesis doctorales.

Esas tradicionales conversaciones de sobremesa, donde se hablaba de mil temas, que era una manera de que el saber de los viejos, ese que pasaba de generación en generación; desde los encuentros alrededor de las fogatas y, más recientemente alrededor de la lectura común, de la radio, la televisión con un par de canales, hasta los celulares, ‘tablets’, portátiles y toda una serie de equipos que aíslan cada vez más a los seres humanos. Así el conocimiento resulta un ejercicio individual, no compartido.

Habría que consultar con un neurólogo acerca del desarrollo antropológico de los miembros de estas sociedades cada vez más tecnológicas, más individualistas, más impersonales.

La memoria debe recuperar su valor. El riesgo de que el cerebro se vaya achicando, que las capacidades que caracterizan al ser humano se pierdan, que sea necesario tener de manera permanente una memoria externa o extraíble, para reconocer el mundo que nos rodea; que podamos reconocer desde una melodía musical, las capitales de los países o departamentos, el nombre del vecino o cualquier término más o menos cotidiano.

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