Mi voto, en septiembre, cuando tenga al frente el tarjetón del plebiscito, será por el SÍ. Un SÍ rotundo, gordo, abollonado, relleno de esperanza, creyendo que el cambio es posible, que es posible que en este país, pintado de rojo durante los últimos 60 años, exista otra salida diferente a la guerra para resolver los conflictos y los intereses políticos. Creo con firmeza que aquí puede anidar, sin miedo, la paloma de la paz.

Pero es un proceso largo. Somos una tierra acostumbrada a la violencia, se nota en el simple trato a los demás, en la intolerancia que se nos aparece todos los días en los ojos, en sentir que somos mejores e inteligentes si logramos pasar por encima del otro para lograr lo que queremos.

La apuesta del fin del conflicto, de la guerra, y la bienvenida a la tan anhelada paz, tiene que darse también entre nosotros, entre los que caminamos todos los días por las ciudades y nos encontramos con el aire de violencia que siempre respiramos. La paz no solo debe darse en las montañas, también debe darse en estas selvas de cemento.

Pero la otra alternativa que aparece para ese día, frente al tarjetón, es el NO. Es un NO que muchos de nosotros vemos como la forma en que la ultraderecha colombiana, la misma que salió a marchar en favor de la familia heterosexual, y que insultó a la Ministra de Educación por ser homosexual, por promover unas cartillas falsas donde aparecían dos caricaturas masculinas deseosas de amarse, toma venganza porque Juan Manuel Santos traicionó a su líder y lo dejó lejos de la contienda política.

Esa ultraderecha dice NO a Santos, NO al traidor, y no se preocupa por las consecuencias que puede tener para el país una decisión de ese tipo. De alguna manera, si gana el NO, seremos un país que legitima la fuerza armada como forma de lucha para llegar al poder, que legitima la violencia como parte de nuestra idiosincrasia, que acepta a las FARC y sus secuestros, y sus muertes, y sus amenazas en nuestras vidas. Es perpetuar la violencia e incorporarla definitivamente a nuestros genes.

Y entonces aparecen otros NO. Otros tan lejos de las señoras entaconadas, como decía mi abuela, y que usan gafas Ray Ban para que no se les quemen los ojos claros con los que ven. Otros NO lejos de las ciudades, donde sólo somos espectadores de una guerra a través de las imágenes que muestra el televisor, como si fuera una película barata de acción. Esos NO que aparecen en los labios de los campesinos. Esos son los otros NO del plebiscito.

Unos NO de campesinos e indígenas que vieron cómo las FARC mataban a sus familiares, que los desplazaban de sus tierras, que los dejaban sin raíces. Esos campesinos creen que el gobierno es muy benevolente con las FARC, que no se les puede dar todo lo que piden, porque no les parece justo.

Y hay otros NO. Los de los campesinos que vivían en regiones controladas por la guerrilla, donde era ella la que gobernaba, la que hacía presencia a falta del Estado. Son regiones en las que existe un status quo lleno de lo que quiere el país, de paz y tranquilidad.

Un equilibrio donde no hay drogadictos, ladrones, violadores, donde la gente puede dejar las puertas de la casa abierta y nadie entrará a robarlos. Ahí, en esas regiones que se llenaron de Marxismo y Comunismo, también quieren un NO. Por una sola cuestión, ¿Si la guerrilla se va, qué haremos nosotros sin ellos?

No recuerdo que en los años noventa se hablara con tanta frecuencia de exploraciones y explotaciones mineras como ha ocurrido en esta década del siglo XXI, es un asunto recurrente en las noticias y en las redes sociales donde los ambientalistas han encontrado un espacio para defender la naturaleza.

Esa ha ocurrido, por otras e importantes razones, porque la guerrilla ya no puebla esos territorios. Y las multinacionales pueden entrar a buscar El Dorado sin ninguna restricción. Ese es un NO que le convendría al medio ambiente, a los ambientalistas, y a los campesinos que también viven en estas zonas.

Y así la lista del NO tal vez sea muy larga, como seguramente lo puede ser la del SÍ, que también está permeada de campesinos e indígenas que quieren un país diferente.

El NO no es solo una cuestión de caprichos particulares, también es una palabra que tiene fuerza en la gente que ha vivido la violencia, que ha visto las balas pasar sobre sus cabezas y han sentido sus casquillos caer sobre los techos de sus casas. Esos NO no aparecen en la televisión.

Nosotros no conocemos, ninguno, la dimensión de la decisión que se tomará en un mes. No sabremos qué pueda pasar meses o años después de este septiembre. Pero espero que gane el SÍ, porque es, creo yo, la única sílaba que puede traerle, como dijo Scorpions, vientos de cambio a este país.

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