Luego de la sequía ocasionada por el Fenómeno del Niño llegan las lluvias y con ellas algunas incomodidades menores como los vendavales, las goteras, los encharcamientos de las vías, las mojadas, pero también algunos efectos más graves y recurrentes, a veces con consecuencias fatales, como los huaicos, las riadas, las avenidas y las inundaciones provenientes de supuestos inofensivos arroyitos campesinos, quebradas y cañadas secas, hilitos de agua y “ríos viejos” abandonados durante décadas por las corrientes.

No obstante, muchos de estos cauces pueden tener antecedentes históricos de eventos de destrucción de asentamientos humanos y sus obras civiles, así como de cambios drásticos en el paisaje, que se olvidan con el paso de los años.

Por eso no es extraño que al ser alertados de los peligros de eventuales crecidas en los cauces, quienes habitan en las riberas de las corrientes de agua, expresen frases como esta: “yo estoy tranquilo porque vivo aquí hace muchos años y aquí nunca ha pasado nada”.

Lo que no saben quiénes eso afirman –y no tienen por qué saberlo- es que los períodos de recurrencia de las crecidas y desbordes de las corrientes de agua varían entre de unos pocos, decenas o centenares de años. En consecuencia, esas personas y sus propiedades pueden estar en riesgo, sin que ellos lo sepan o presientan.

Sin embargo, la revisión de las noticias históricas y el estudio de los sedimentos depositados localmente por desmadres antiguos a lo largo de cauces ahora secos o aún activos, pueden proporcionarnos datos certeros acerca del número y las edades de los desbordes de los canales de drenaje, así como de la extensión y los espesores de los materiales acumulados durante cada uno de los eventos identificados.

Y de los resultados de esas investigaciones y otras derivadas de la hidrología y la meteorología es posible extraer la información necesaria para la elaboración de los llamados “mapas de amenazas naturales”, que por ley deben acompañar los planes de desarrollo municipal y los planes de ordenamiento territorial, o POT.

Dichos estudios, que deben ser de acceso público, son indispensables para la evaluación los riesgos para los asentamientos humanos y las obras civiles conexas, y constituyen una herramienta valiosa para la toma de decisiones tendientes a la mitigación o supresión de eventuales contingencias futuras de grandes proporciones.

Definiciones.

Según el diccionario de la Academia Española de la Lengua un huaico -frecuentemente escrito huayco- es “una masa enorme de lodo y peñas que las lluvias torrenciales desprenden de las alturas de Los Andes, y que al caer en los ríos ocasionan su desbordamiento”. De acuerdo con lo anterior, los huaicos tienen una estrecha relación genética con lluvias intensas y con derrumbes y deslizamientos de tierra (en conjunto también denominados deslaves) en las zonas altas de las montañas.

En consecuencia, los huaicos, también conocidos como flujos de lodo y flujos de escombros en el lenguaje académico, o como “avalanchas”, en el habla común, son corrientes espesas, de alta densidad y notable capacidad destructiva, y en las cuales centraremos el presente texto. Una riada es “una avenida, inundación o crecida”; y una avenida consiste en “una creciente impetuosa de un río o arroyo”.

Por otra parte, cuando los cauces son rebozados por corrientes de agua con poca carga sólida, se habla de crecidas y desbordes, reservando el término “inundaciones” para las aguas que se rebasan hacia terrenos planos, donde pueden encharcarse y cubrir extensas zonas aledañas a los cauces y permanecer allí por largo tiempo.

Origen y zonas de ocurrencia

Huaicos, riadas y avenidas son fenómenos comunes en regiones con relieves abruptos, y en particular en las cadenas montañosas jóvenes como Los Andes, la Montañas Rocosas (en EE. UU. y Canadá), los Alpes en Europa y Los Himalayas en Asia. En consecuencia, en Suramérica los países más afectados por este tipo de eventos nocivos son aquellos que tienen parte de su territorio en la Cadena de Los Andes, es decir Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, sin que se salven los países de América Central y ni Puerto Rico.

Como regla general los desmadres antedichos ocurren durante las temporadas de las lluvias intensas que frecuentemente siguen a las sequías producidas por el Fenómeno del Niño, y a las que denomina “Fenómeno de la Niña”-.

El dúo de La Niña y El Niño son dos procesos naturales cuya ocurrencia y efectos positivos y negativos se remontan a por lo menos, 124.000 años atrás, según lo indica un estudio de corales fósiles en la isla indonesia de Bunaken, lo cual significa que el Niño y la Niña, -que son originadas por cambios de temperatura en la Corriente del Humboldt en la costa pacífica de Suramérica- no tienen mucho que ver con el Cambio Climático Global asociado con el comienzo y desarrollo de la era industrial.

Casos extremos de huaicos y riadas se producen cuando los ríos y quebradas que los conducen las tienen sus nacederos en cerros y volcanes nevados, como ha sido el caso de los flujos de escombros comprobados que han afectado la región de Armero en 1200 (aprox.), 1795, 1845 y 1985. Sin embargo, los huaicos más destructores y dispersos en una amplia región, registrados en tiempos históricos en Suramérica, son los ocurridos en el del Estado de Vargas, al oeste de Caracas, en diciembre de 1999, luego de la sequía causada por El Niño entre 1997 y 1998.

La Tragedia de Vargas, como se la conoce popularmente, fue producida por torrenciales e incesantes lluvias en la Cordillera de la Costa venezolana, que dieron lugar a incontables derrumbes de roca y deslizamientos de tierra que fueron a parar en los ya crecidos ríos y arroyos que descienden por laderas empinadas y terminan en la zona de costa, por ese entonces ya bastante urbanizada.

Y fue tanta la lluvia, que en dos semanas cayeron cerca de 1200 mm de agua, una cifra que supera el promedio de lluvias Bogotá para el lapso entre 1971 y 2000, que fue de unos 1000 mm/año. El número oficial de los muertos y desaparecidos estuvo entre 5000 y 7000 (otros hablan de 30.000) y el de damnificados superior a 90.000.

Descripción de los huaicos

Los huaicos se comportan como trenes sedimentarios desbocados que inician a partir con derrumbes y deslizamientos en las cabeceras de las corrientes de alta montaña y que paulatinamente van aumentando en volumen y longitud gracias a la incorporación constante de los materiales sueltos existentes en los lechos y los arrancados de las riberas, formándose así un frente o “cabeza” constituida por el material de mayor tamaño, con grandes bloques de roca suspendidos en un matriz de agua, arena, lodo y arcilla.

La cabeza del huaico barre el agua que le antecede y da lugar a una corriente inusual que al llegar a las zonas planas causa una primera inundación. Detrás de la cabeza, queda un cuerpo de aguas turbulentas que ayudan a lavar el lecho, y que al final de su camino pueden producir sucesivas oleadas de riadas muy destructoras.

Además, dado que los deslaves en las cabeceras de las corrientes pueden no ser no sincrónicos, cada uno de ellos tiende a generar huaicos individuales, que no juntarse, se traducen en sucesivos flujos de escombros, conocidos en el lenguaje popular como “bombadas”.

A su paso los huaicos pueden destruir toda clase de obras civiles como puentes, casas, bocatomas, tuberías, pequeñas represas, y arrasar la vegetación de las orillas de los cauces.

Por lo común, en las zonas de alta pendiente, la masa en movimiento se mantiene dentro de los cursos habituales, pero se comporta como si fuese en un tobogán que la obliga a ascender en las partes externas de las curvas, que actúan como rampas, y barre con la vegetación y los suelos, dejándolos casi pulidos; en cambio en la parte interna de las curvas se deprime y mantiene baja.

Condiciones apropiadas para que se produzcan huaicos con carácter desastroso. Dado que el concepto de desastre tiene que ver con los principalmente con los daños a las comunidades, un huaico que transite de principio a fin por un corredor fluvial sin encontrar núcleos urbanos en su cauce activo, será considerado como un huaico más, que posiblemente no merezca salir en las noticias. Sin embargo, para que se produzcan huaicos con carácter desastroso para los humanos se necesitan las siguientes condiciones:

  1. 1. Que existan asentamientos urbanos en las vegas de una corriente de agua.
  2. 2. Que esa corriente tenga sus orígenes en la parte alta de una zona montañosa con laderas escapadas.
  3. 3. Que se presenten lluvias persistentes que empapen el suelo profundamente y sean suficientes para desencadenar deslaves de consideración, sin que importe si se trata de zonas boscosas o con escasa cobertura vegetal.
  4. El paradigmático huaico de Salgar, Antioquia en mayo de 2015.

El caso más reciente y ejemplarizante de un evento devastador por un flujo de escombros en Colombia es el de Salgar, una población localizada en un a unos 60 km al suroccidente de Medellín, capital del Departamento de Antioquia. Allí, en la madrugada del 15 de mayo de 2015 ocurrió una notable crecida de la Quebraba Liboriana, la cual nace en la cresta de la Cordillera Occidental, allí culminada por el Cerro Plateado con alturas máximas próximas 3.400 m.

Luego de un recorrido de 19 km y un descenso de casi 2.200 m., la Quebrada Liboriana desemboca en el Río Barroso, de lo cual resulta una pendiente elevada, con una descenso promedio de 180m /km (Figura 1).

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El desbordamiento en cuestión, fue ocasionado por lluvias torrenciales en la zona alta de la cuenca de la Q. Liboriana, las cuales causaron numerosos y casi simultáneos deslaves (Figura 2) que fueron a parar al cauce principal, donde generaron un huaico relativamente pequeño, pero suficiente para causar la destrucción parcial del núcleo urbano del corregimiento Las Margaritas.

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El resultado final fue de unos 100 muertos y algunos desaparecidos, además de un número considerable de heridos y de viviendas arrasadas. El suceso tuvo gran despliegue en los medios informativos, lo que motivó la movilización de los organismos de socorro y una visita del presidente de la república, quien prometió las ayudas del caso, en especial los recursos necesarios para la construcción de nuevas viviendas y la mejora de las condiciones de vida de los pobladores.

Lo triste del caso es que esta tragedia había sido pronosticada en estudios realizados por INGEOMINAS y en los consignados en el plan de desarrollo, en el cual se manifiesta que: “Una lluvia fuerte que se produzca en la parte alta de la cuenca (de la quebrada Liboriana) podrá generar una creciente que estaría afectando el área urbana con su máxima intensidad antes de 1 hora y 45 minutos”.

Empero, según se lee en el periódico El Tiempo del 20 de mayo de 2015, el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, expresó: “Lo que sabemos es que detrás del casco urbano hay un sistema montañoso donde se crea alta lluviosidad, y en Cerro Plateado se presentó un aguacero que produjo el desbordamiento de la quebrada La Liboriana.

Eso no lo prevé nadie”. Los resaltados en letra cursiva nos nuestros.

Colombia: ¿Qué tan propensa a nuevos huaicos y riadas? En Colombia las áreas montañosas con sus valles intermedios conforman cerca de la mitad occidental del país, en la cual habita casi el 70% de la población. Se trata de un territorio de pluviosidad media a alta, en el cual las épocas invernales severas no son extrañas.

Se cumplen, entonces los 2 requisitos básicos para la generación de huaicos y riadas: Contar con laderas empinadas y épocas lluviosas severas, en especial cuando vienen acompañadas de aguaceros torrenciales y sectorizados.

En cambio, la mitad oriental del país, dominada por terrenos bajos (Llanos Orientales), solo tiene problemas con los huaicos en la zona del piedemonte llanero, en tanto que el resto compuesto de zonas planas propensas a las inundaciones.

En el caso del área andina, es conveniente recordar que se trata de un territorio con muchas ventajas , como por ejemplo la variedad climática, vegetal y ecológica, y algunas desventajas, entre ellas la dificultad para el desarrollo de obras lineales, la abundancia de drenajes de montaña, los peligros por deslizamientos y derrumbes, y la sismicidad media a alta.

Se trata, no obstante, de condiciones naturales que no podemos cambiar y que nos obligan a convivir con ellas, en lo posible manteniéndonos alejados de las zonas de peligro, evitando la invasión (urbanización o “desarrollo”) de las zonas de alto riesgo definidas en los mapas de amenazas, como aquellos terrenos propensos a los deslaves, los desbordes y las inundaciones, y reforzando las construcciones para hacerlas sismo-resistentes.

Sin embargo, aunque las intenciones sean buenas, son muchos los casos en los que los mapas de amenazas naturales y de riesgos han llegado tarde, pues las zonas de alto peligro -que pueden ser las más atractivas para la gente- ya están ocupadas por asentamientos legales o ilegales, lo que impide que el estado pueda cumplir a cabalidad con el mandato establecido en Artículo 2 de la Constitución Colombiana de “…proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes,…”, a no a ser a los altos costos que significa la solución definitiva consistente en trasladar los asentamientos humanos localizados en las áreas de peligro hacia zonas seguras, una tarea para la cual no se cuenta con los presupuestos y los recursos necesarios, y que se mantiene aplazada hasta el próximo desastre.

Además de la reubicación de barrios, pueblos y aldeas, se conocen otras opciones, también onerosas e impracticables para la protección frente a los huaicos, como las planteadas por el expresidente Fujimori y algunos columnistas en el Perú, quienes con ocasión de los huaicos que afectaron severamente a Lima por las crecidas del Rio Rimac, propusieron la “limpieza” de los cauces de las quebradas de montaña.

Así mismo, en casos aislados y condiciones favorables se puede levantar costosos muros para la desviación de los huaicos, como ya se ha hecho en Japón, o en últimas, modificar los cursos de las corrientes de agua. Se trata, de todos modos, de soluciones que aunque posibles, no parecen realizables en nuestro medio, y las recomendaciones para la prevención y mitigación de desastres contenidas en los Planes de Desarrollo y de los POT’s, de muchos de los municipios colombianos se quedan en el papel o se convierten, como se dice en Colombia, en un saludo a la bandera.

En consecuencia este tipo de desventuras seguirán siendo tema para las noticias, dolor para las víctimas y motivos para las visitas oficiales, acompañadas de inciertas promesas de reparación a las víctimas y reconstrucción de las edificaciones afectadas.

Algunas referencias

El Tiempo 20 de mayo de 2015. Estudios advertían de la vulnerabilidad en Salgar por avalancha.

Ferradas Pedro. 1994. Callao: cuando el río habla es porque inundaciones anuncia.-Revista Desastres y Sociedad, No Especial. Desbordes inundaciones y Diluvios. Año 3, No.2, pp 7-19.

Hughen, K. Schrag D.P., Jacobsen, S., & Santoro, W: El Niño during the last interglacial period recorded by coral from Indonesia.-1994

Geophysical Research Letters Vol 26, No. 20. Pp. 3129-3132.

Mojica, J. (1996): Efectos del terremoto del 6 de Junio de 1994 en la región al oriente de Silvia (Depto. del Cauca, Colombia).-Revista Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Vol. 20, No.76, Pp. 71-92. Bogotá.

 

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