Sí, creo que sí hace parte de mis recuerdos, tuve alma cada vez que renazco, cada vez que vale la pena obsequiar un poco de vida en un mundo que en últimas no merece que le demos tanto, mientras los momentos preciosos escasean por una pérdida de tiempo constante en batallitas por vivir la vida de los demás.

Y encapsulado en medio de este recuerdo borroso logro divisar un mar de gente que se golpea a una velocidad apenas perceptible, desde las gradas clásicas del Parque Simón Bolívar.

Durante varios años y entre años intermedios, aunque la banda que más ha participado son los maestros solitarios de las 1280 Almas, se siente esa adrenalina de la espera a volver a sentir los pogos más gigantescos de la historia del rock en Colombia… creo que sí, que eso también hace parte de mis recuerdos, que son recuerdos elaborados con la mente, porque los recuerdos se elaboran, son creaciones de algo que creemos haber sentido, un pequeño detalle que hace a La Pestilencia un icono del rock colombiano.

La primera vez que la escuché, las edades en las que creemos que todo está dicho pero cualquier novedad nos puede develar un universo inédito en nuestra realidad. ¡Vive tu vida! ¡déjate ya de servilismos! Y pasan los años y no aprendimos la lección ¡Cásate, procréate y muere!

Y esa comodidad que nos encanta, que nos satisface, que envuelve nuestros miedos en un velo de seda percudido, pero que nos funciona perfectamente para conformarnos con lo que queremos conformarnos, siempre viviendo de nuevo la vida de otro, el otro que no somos nosotros, que es la versión correcta que nos aleja de ese encuentro necesario para descubrir cuál es el camino que se acerca más a nuestra verdadera noción de sinceridad. ¡pero no!

Ahí ya nos estaban botando el mensaje claro, está bien que este tipo de ideas sigan rondando en la cabeza, nos hace recordar quiénes somos; ya que seguimos huyendo, por lo menos tratemos de no burlarnos tanto de la coherencia.

Y al igual que las Almas auténticas, esas que son un ejemplo de sinceridad en el momento de pararse a construir una canción, así mismo la pestilente mutación sonora, es parte de ese legado de una actitud al hacer música… enseñanza que no se ha reproducido mucho en los últimos años, en los que nos vemos invadidos por productos que desequilibran una balanza entre unas pizcas de introspección musical para darle forma a una pieza artística vs. un trabajo muy profesional en marketing para generar una burbuja distractora con una textura muy liviana.

En algún momento se consolidaría un sentimiento que inicialmente se veía como una estampida de odio frente a una realidad que se veía muy cerca, no como una simple sensación sino como una materialización absoluta del horror al que un país puede caer por un hijo bastardo absurdo de un sistema y un orden mundial que promulga a diario su propaganda para obtener el control de todo a lo que le pueda sacar un beneficio.

A medida que tecleaba esto que se emitió anteriormente pienso en cómo la misma Pestilencia se fue articulando discursivamente hasta lograr plasmar una atmósfera perfectamente cáustica, como esas alcantarillas de violencia que están impregnadas en la piel de esta máquina, prácticamente la única máquina de música que inserta unos choques eléctricos sonoros, que con dificultad logran escaparse de ese implante subversivo visceral que se nos para en frente de nuestra pasividad cómoda, como una radiografía incómoda. ¡Ese mundo perfecto aquí nunca llegó!

Dentro de todos los homenajes posibles e interminables que podríamos crear para honrar esta persistencia inteligente y honesta, próximamente La Peste se cruzará con las eclécticas instituciones del punk norteamericano The Offspring, Dead Kennedys y Antiflag este 9 de septiembre en el Festival Rock and Shout.

Casi que un mano a mano de historias que sucedían de forma paralela en distintas latitudes, distintas formas de ver el mundo pero un sentimiento que se irriga de la misma forma, hirviendo, provocando notas escritas con el alma y ejecutadas con sangre para poder seguir conviviendo en esas danzas paganas que son la prueba marcada en la piel de que siempre renacemos, una y otra vez.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.