Aunque en la facultad siempre nos dicen que el derecho del consumo busca proteger al comprador como la parte débil del contrato, solo hasta que se tiene un problema fuera de la academia es que uno entiende lo indefenso que se está cuando el contrincante es una gran cadena. Y esta vez el turno fue para mí.

Compré un computador para mi hermana la hora antes del fin del CyberLunes por el portal de Alkosto, solicité el medio de pago en banco y el sistema me emitió una factura que según la letra menuda me servía para cancelar ese día o el siguiente.

La primera sorpresa vino cuando a la mañana después mi hermana perdió el viaje a su banco de confianza porque el recibo tenía fecha límite de pago del día anterior.

“Lo compré a las 11 pm, no hay bancos abiertos a esa hora”, dije al funcionario de Alkosto que tomó mi llamada, “Sí, pero hasta ese día era el CyberLunes”, “¿Entonces habilitaron por horas un medio de pago que no servía?”, “Sí, así es”, respondió con una brutal honestidad. Tras varios minutos tratando de desempolvar mis clases del Estatuto del Consumidor el funcionario habló con su superior y aceptaron enviarme un nuevo recibo válido hasta el final del día, el cual obviamente nunca llegó a mi correo como prometieron.

Como el descuento se había mantenido aún luego del CyberLunes, decidimos intentarlo de nuevo. Esta vez el pago se hizo sin contratiempos y el computador llegó a una sorprendente velocidad, lástima que el mouse táctil no sirviera y los puertos USB hicieran necesario sacar o meter una memoria con dos manos, de resto todo perfecto.

Lo empacamos y lo llevamos al Alkosto más cercano donde un amable funcionario lo revisó y dijo que el cambio procedía, pero al ver la caja solo preguntó “Y los icopores?”, “En la basura”, “No se lo puedo recibir sin los icopores”. Sí, así como suena. Una vez resuelto el asunto, prometiéndole que le daría los icopores que trajera el nuevo equipo, procedió a solicitar la emisión del bono por el monto pagado, aun cuando la Superintendencia de Industria y Comercio ha sido enfática en que los bonos están prohibidos, pero le confirmaron que el encargado de ello se había ido temprano, entonces que tendría que volver al día siguiente.

Y así fue, regresé por segunda vez, feliz porque acabaría el calvario. Me entregaron el bono y fui a pagar, pero entonces me indicaron que el mismo computador había aumentado $600.000 de una noche a otra y que tendría que pagar la diferencia.

Rojo de ira les dije “Me mantienen el precio o salgo ya a la Superintendencia a denunciarlos”.

Hoy mi hermana tiene su equipo, tras dos llamadas del supervisor que arreglaron el problema, y yo atravesé una interesante experiencia que me dio a entender cómo la ley a veces es insuficiente, y las supuestas protecciones se esfuman, cuando la parte fuerte del contrato se empeña en abusar del ingenuo consumidor.

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