Recuerdo con mucho cariño dos regalos que mi padre me dio cuando era niño. Ambos eran libros. El primero fue la novela animada de Wu Chengen, Viaje al Oeste, donde su protagonista, el Rey Mono, batalla por todo China junto con el guerrero Cerdo, el Monje de Arena y el Alto Sacerdote Tang.

El segundo fue una colección de pequeños libros que contaban historias chinas, muchas de ellas terminando en moralejas. Hay unas que aún recuerdo y que trato de aplicar a mi vida. De esos libros tengo en mi memoria las bellas ilustraciones y la magia presente en esas narraciones.

Ese fue mi primer acercamiento a la cultura oriental. A través de su literatura. Y desde entonces he sentido gran interés por ello: me he acercado a la literatura budista a través de la teoría del pensamiento complejo de Morin, tratando de entender la forma en que ésta filosofía interpreta la vida. Muestra de esa interpretación es la bella figura Yin Yang, ahora tan llena de occidente.

También me llama la atención la suave literatura de Kawabata o Mishima, o el cine detallado de Kurosawa, y logro disfrutarme y repetirme Ávatar, el último maestro del aire, la serie animada que muestra el poder inmenso de los cuatro elementos de la naturaleza (fuego, aire, tierra y agua).

Y por eso, al ver los cortos de la película Kubo y las dos cuerdas (y la búsqueda del samurái, como llegó a nuestro país), me di cuenta de que me conectaría con aquellas historias leídas en mi infancia.

Y no me equivoqué.

La película narra la historia de Kubo (Art Parkinson), un niño tuerto que se encarga de contar leyendas a través de pequeñas figuras de papel en origami, y que cobran vida cuando éste toca su shamisen (instrumento musical de cuerdas japonés).

La vida de Kubo cambia cuando se da cuenta de que una de sus historias se convierte en realidad y él termina siendo el protagonista. Hace un viaje junto con Mona (Charlize Theron) y Escarabajo (Matthew McConaughey) para encontrar la armadura dorada que perteneció a su padre, Hanso, un guerrero samurai, y con ella descubrir el misterio que rodea a su familia.

La película se convierte en una hermosa sinfonía de magia y de humor que se combina con las perfectas y especiales animaciones que allí aparecen. Kubo es una oda a la narración oral, a las figuras de papel, a la magia oriental aparecida en unos ojos en el fondo del mar que escudriñan secretos, en una gran calavera llena espadas clavadas en su cabeza, o en el sueño que tiene el niño con su abuelo. En ello se nota el cuidado que tuvo el  director, Travis Knight (Los Boxtrolls), con los detalles relacionados con la filosofía y la vida oriental.

Y finalmente la banda sonora: una bella adaptación de una canción de The Beatles, autoría de George Harrison e interpretada en este caso por la cantante y pianista rusa nacionalizada Estadunidense Regina Spektor (les dejo el video). Esta canción se convierte en el sello dorado de una hermosa película que nos pone a pensar sobre la importancia de no olvidar la historia que labramos todos los días de nuestra vida, la que caminamos a diario aunque a veces se esconda entre los muros viejos de la rutina.

¡Muy recomendada!

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