A esta altura tenemos claro que la guerrilla no es el peor de los males de Colombia, lo que pasa es que necesitamos un demonio al cual echarle la culpa.

Lo acaba de confirmar Sigifredo López en televisión, cuando en una entrevista en vivo dijo que RCN (y de paso la Fiscalía) le habían hecho más daño que las Farc cuando fue acusado de haber ayudado al secuestro de sus once compañeros diputados del Valle del Cauca.

La institucionalidad puede ser peor que la insurrección, y aunque la guerrilla ha incendiado este país, el alcance de su maldad no se iguala al de la gente que nos ha gobernado. Es ya un cliché, al punto de que hay memes al respecto.

Cuando una situación se vuelve meme es que ha alcanzado el rango de lugar común. Famosa en internet es la imagen con tres fotos: una de Venezuela, otra de Hiroshima y otra de Dubai, con la leyenda que reza que, a la larga, la corrupción es peor que un desierto o una bomba atómica.

La imagen de los tugurios de Venezuela, lo tenemos claro, podría cambiarse por cualquier paraje colombiano.

Es una cosa jodida para el pueblo soportar a los dirigentes de siempre, enquistados desde hace años en el poder, administrando el país como si fuera su propia empresa. Pero hoy estamos ante un problema nuevo: que los dirigentes de la Farc que se van a integrar a la vida civil se comporten como cualquier miembro de partido político.

Está pasando con el avión en el que llegó al Yarí Rodrigo Echeverri Londoño, otrora Timochenko, jefe de las Farc. Estamos indignados porque semejante personaje viaja en jet privado. Yo no mucho más de lo normal, porque entiendo que, salvo por las armas y los ataques a los ciudadanos, Echeverri no es muy diferente a cualquiera de nuestros políticos.

Además ¿qué esperaban, que llegara en canoa? Descartada la opción de que monte en burro, o en flota, tampoco está la que se suba en una aerolínea comercial. ¿Cuántos se bajarían de cruzarse con él en un avión?

Es mejor que nos vayamos acostumbrando a ver a los miembros de las Farc que se dediquen a la vida pública usando los recursos del país. Y a los que no, compartiendo con nosotros las calles y los restaurantes, los buses y los estadios de fútbol. De eso se trata todo este asunto de la paz. Y si Timochenko llega a ser presidente, como rezan algunos montajes y vallas falsas, no hay problema. Cualquier colombiano que saque ocho millones de votos tiene derecho a serlo. Que a uno le guste, o no, ya es otra cosa.

Pero la situación de Timochenko trasciende las implicaciones políticas y deja una vez más al desnudo la mentalidad de pobre del colombiano, que es a la larga lo que nos tiene condenados. En un tiut acusatorio, la senadora Nohora Tovar Rey (adivinen de qué partido), dijo que la cabeza de las Farc había viajado en un avión de lujo.

De acuerdo, el jet privado de matrícula HK 5068 no será un tiesto y varias comodidades tiene, pero se nota que no sabe lo que es el lujo de verdad, no tiene idea de cómo viven los ricos. Yo tampoco, pero me fijo, y según mis parámetros, lujos son los de la realeza europea, los jeques árabes, los millonarios asiáticos, los del top 500 de Forbes, las estrellas de Hollywood y Cristiano Ronaldo. De resto, a algunos solo les va mejor en la vida que a otros.

Pero es entendible que la congresista piense así. Somos un pueblo con valores deformados, no solo morales, sino también económicos y estéticos. Creemos que tener carro (y engallarlo), comer carne todos los días, tener un iPhone y comprar ropa de marca es ser rico. Ya no digamos volar en avión, así sea en Viva Colombia.

Nos falta mucho por andar. Nos falta mundo, sentido común, tolerancia y humildad. Y dinero, así sea para montar en una low cost.

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