Mi marido se tenía que ausentar por largos periodos para ir a trabajar en las plantaciones de coca”,

explica la esposa de Jorge, quien hace parte de una de las familias que ahora se dedica a cuidar de sus ocho vacas. “No se gana tanto como en el tema de los cultivos ilícitos, pero es un dinero limpio.”

Sin embargo, llegar a la finca de la Esperanza tiene cierta dificultad. Hay que cruzar un puente colgante con las tablas justas que evitan caer a una quebrada rodeada de bosque nativo, de esa naturaleza que se ha convertido en una preocupación para el recién formado ganadero. Ya que esos hermosos árboles sirven como sombrío a ocho vacas de raza criolla, de doble propósito, es decir tanto para producción de leche como de carne.

Y eso que se conoce como el “embrujo llanero”, se refleja en las paredes de colores de la Esperanza, en la carne oreada que se cocina mientras los funcionarios de la empresa Alquería cuentan cómo se ha venido dando este acercamiento a unos campesinos colombianos que tenían como único sustento la producción de coca y todo el proceso que conllevaba ese lucrativo negocio.

“Como ellos hay 1.500 familias vinculadas a este programa” explica Carlos Fernando Fuentes, director de Fomento Ganadero de la empresa lechera colombiana. Esta actividad se ha venido desarrollando en la zona de Cubarral, cercana a la serranía de la Macarena, donde la sustitución de cultivos se ha convertido en un programa que compromete tanto a los nuevos pequeños ganaderos como a todo el esquema de la empresa Alquería.

Más allá de la producción lechera, el acopio es una de las actividades que resulta más importante, ya que para poder producir este alimento se deben tener en cuenta unos estrictos procesos de refrigeración y transporte. Y esto lo tienen claro los integrantes de la familia Rodríguez.  Es así como el precio del líquido puede mejorar, si su calidad, es decir su componente de sólidos y grasa aumenta; además de su volumen.

Otro aspecto que hay que resaltar es que en los Llanos Orientales la producción de leche varía considerablemente entre las épocas de invierno y verano. Siendo mayor en las épocas secas.

A todo este proceso, que se conoció de manera simbólica a través de la historia de Jorge Rodríguez y su familia, y la participación de dos parejas de representantes de otras regiones, se le suma el proceso de formación de los jóvenes. Este trabajo va de la mano de la confianza, educación y del mejor uso de los recursos, donde ha sido de gran importante la alianza con el Sena.

Así, los módulos de buenas prácticas ganaderas, que finalmente han repercutido en 2.617 personas, que de una u otra forma han sido formadas por el Sena, se van convirtiendo en multiplicadores. De esta experiencia hacen parte ya 13 mil asociados que, a lo largo de tres años, han desarrollado un proyecto que cobija todo el país. Son 127 jóvenes, que vinculan en total a 1.176 productores. Logrando no solo un impacto social sino, sin duda, una protección del medio ambiente.

De esta manera, y poco a poco, este proceso se va convirtiendo en aprendizajes formales. Así, la propuesta se ha traducido en escuelas de campo, donde se aprende haciendo. Esta experiencia, que lleva 14 años, ha cambiado las costumbres, haciendo que la producción de leche sirva mucho más que para mezclarla al café o al chocolate, como ocurría a los inicios del proyecto.

Ahora, Jorge Rodríguez y su familia producen 45 litros por día. “Son ocho vacas en producción más cuatro en proceso”, dice orgulloso el pequeño ganadero, quien con la ayuda de su hijo de quince años y su esposa ordeñan en dos jornadas.

El plano de la finca permite entender el proceso de pastoreo, que busca optimizar las tierras. “Yo voy moviendo las vacas de un sector a otro y utilizo un cable eléctrico para que las vacas no se muevan hasta que hayan comido el pasto”, dice Jorge Rodríguez, explicando que las reses no deben pisar el pasto que luego les puede servir de alimento.

Así, Jorge busca aprovechar de la mejor manera su finca de tan solo 14 hectáreas. Un área bastante pequeña comparada con las dimensiones de las tradicionales fincas llaneras. Su ganancia es de alrededor de un millón de pesos al mes, pero nada se cambia por la tranquilidad de estar en un negocio que permite vivir en paz.

Además él entiende que con la producción lechera se tiene un adecuado flujo de caja, mientras que se alcanza la producción de carne y otros cultivos como los frutales, el plátano y el cacao. Este sistema permite, además, que la tierra se regenere a sí misma, teniendo zonas bien conservadas resistentes a los cambios climáticos.

Las mujeres hacen parte, de manera importante, en este cambio de actividad. Ellas han encontrado otras importantes labores como la producción de miel y la asociación en cooperativas, que aprovechan y valoran la leche, con la producción de quesos.

“Antes, los campesinos que estábamos dedicados a la coca, caminábamos sin rumbo”, dice uno de los integrantes de las asociaciones de productores lácteos, quien considera que ahora, al dedicarse a la ganadería, hay nuevos intereses como la búsqueda de mejora de las razas, con el objetivo de ampliar la producción y la calidad de la leche.

El proceso no resulta fácil. Frente a la producción de la sabana cundiboyacense, el llano es proporcionalmente menor, por lo que otros esfuerzos, como el que realizó la multinacional Nestlé, no continuaron y esa empresa tuvo que retirarse hace unos años de la zona.

Luego fue remplazada por unas queseras, que permitían aprovechar una leche que no tenía como ser refrigerada. Frente a esa situación, apareció la Alquería que, con otra visión, promovió su Plan Finca, que busca asegurar la comercialización a través de un proceso de acopio, que asegura la compra y los canales de distribución.

Esto se da a través pequeños camiones que recogen la leche y la cargan en pequeños tanques metálicos, cuyo contenido es llevado a la planta de Cubarral, Meta; donde, además de refrigerarse en unos tanques de gran volumen, son tomadas muestras que se analizan para conocer su calidad y luego ser enviadas a la Universidad de Antioquia, donde se establece que no haya ningún tipo de germen o bacteria.

Los temas de instrucción y pedagogía, que se desarrollan a través de Escuelas de Campo Agropecuarias, Ecas, son de gran importancia para la Alquería. Así se han generado espacios de convivencia por un lado y procesos de certificación para buenas prácticas por el otro. Para lograr esto, se lleva registro de cada una de las actividades y se realiza un cuidadoso manejo de las vacas, tanto para el pastoreo como para el ordeño.

“Cada una de nuestras vacas tiene nombre propio, por lo que no tenemos que maltratarlas para poder llevarlas de uno a otro pastizal o hacia el ordeño, ya que ellas responden a nuestro llamado”, explica Jorge Rodríguez, quien lleva a cabo su trabajo con gran mística y cuidando entre otras cosas, el tener las manos limpias antes del oficio del ordeño.

El compromiso de estos pequeños ganaderos no se limita a las cercas de sus fincas; ellos han entendido que hacen parte de toda una cadena productiva, donde se debe buscar trabajar con sus vecinos. “Es difícil el trabajo en comunidad, pero poco a poco hemos entendido que es clave trabajar con el vecino”, afirma la esposa de uno de los integrantes de las asociaciones. Así, poco a poco, han ido comprendiendo lo importante que es pensar en la base social y, más allá, en la participación con las diferentes entidades, tanto públicas como privadas.

La historia de este proyecto, que tiene como símbolo a la finca La Esperanza, ha tenido sus altibajos. Es así como en el año 2.000, la agencia de cooperación de los Estados Unidos, Usaid, ya había creado un fondo rotatorio, para promover este cambio de actividad. Sin embargo, con la finalización de la zona de despeje se fueron al traste muchos de estos esfuerzos. Y no solo el intento de promover la ganadería a pequeña escala, sino otros proyectos, como el cultivo de maíz que fracasó por los peligros e inestabilidad de la zona.

Hasta que en el año 2009, la Alquería le apostó a promover el negocio lechero con su sistema de recolección y la planta de acopio. Pasando en poco tiempo de 160 litros a 400 y en algunos casos hasta 500; por los que se llega a pagar hasta 850 pesos por litro, de los que se van 100 pesos para el transporte. Así, la economía de las familias campesinas dio un gran vuelco. Mientras por un lado se consiguió salir de una actividad riesgosa e ilegal, por el otro se logró tener unos ingresos constantes, con la posibilidad de que vayan en ascenso.

Con programas como “Colombia responde”, los campesinos aprendieron a “transformar la coca en leche”. Proceso que comenzó mucho antes de los actuales acuerdos de paz. Ya hace 18 años, esta iniciativa hacía parte de los proyectos para desmovilizados. Otros aportes claves han sido los bancos de hielo y el laboratorio, entregados por la agencia de cooperación de los Estados Unidos, Usaid.

Sin duda este es un arduo trabajo que aporta a la paz. El eco, que se genera a partir de ejemplos como el de la finca de los Rodríguez, hace que las entidades gubernamentales, las privadas y las ONGs giren su mirada hacia estas regiones que alguna vez fueron consideradas como “zonas rojas”.

Los fracasos que se dieron en otros tiempos, sirven como experiencia, para aprender y alcanzar los logros actuales. “Se necesitan 20 años para cambiar la cultura del cocalero”, afirma Carlos Fernando Fuentes quien, al frente de este proyecto de la Alquería, y con la ayuda de un importante equipo busca que el símbolo de una finca, que no podría tener un mejor nombre: “La Esperanza”, sirva para construir un programa de paz y desarrollo para una región rica en pastos, tierras, agua y en general medio ambiente.

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