Cada característica positiva del mandatario capitalino es contrastada por el analista con una observación adversa, que lo deja al nivel muy… mono.

Es alto, eso es bueno, pero “tiende a encorvarse mucho, cosa que no le favorece, debido a que esto muestra poco poder, creando un ‘efecto tortuga’, donde quiere retraerse de la situación en la que se pueda encontrar”, dice el análisis.

Y uno que pensaba que al encorvarse simplemente quería acercarse a los enanos que gobierna. Normalmente, los altos tienden a encorvarse cuando están rodeados de pequeñines.

Pero Peñalosa puede parase en 2 patas y ulular para mostrar signos de poder y territorialidad, continúa el análisis. Lo cual da para pensar que ojalá lo haga al promulgar un nuevo Plan de Ordenamiento… Territorial.

Tiene voz gruesa, lo que habla muy bien del alto nivel de testosterona que tiene, sugiere el análisis (tal vez mayor que el del Defensor del Pueblo). Una hormona del dominio, dice el autor del análisis, que para nada se refiere al tono grueso de su voz mezclado con su tono ‘gomelo’ estrato 6, según sus críticos, porque —seguramente— este no es muy común en los primates. ¡Macho alfa gomelo!

Las canas hablan de su experiencia; por eso, lo ponen —decimos nosotros guardando la línea del análisis— al nivel de Dumbledore en ‘Harry Potter’, pero también al de ‘Drácula’, canoso y chupasangre.

La pinta informal de Peñalosa, que puede mostrar un “manos a la obra”, también es criticada porque puede transmitir “falta de seriedad”. Y los primates siguen empelotos… Por eso, nadie los toma en serio.

Se observa, dice el autor del análisis, en ciertas ocasiones picos de “nerviosismo agudo” al responder las preguntas, lo que “denota inseguridad e improvisación”. La lección Peñalosa: decir cualquier bobada pero mostrando seguridad: si no puedes convencerlos, confúndelos. ¿Será que algún líder alguna vez ha dudado, o se las sabía todas?

Pero, agrega el autor, el hoy Alcalde ha dejado de jugar con las manos con esferos y vasos cuando habla, lo cual es bueno, porque ya no muestra, entre otras, indicios de aburrimiento. Seguro que cualquiera de sus adversarios en la campaña a la alcaldía, Pardo, Clara y hasta Pacho, estarían jugando hasta ‘rasquinball’ en un interesante consejo de gobierno en el que se discutiera lo que dejó Petro.

Por eso, el análisis que ofrece El Espectador tal vez hubiera funcionado en época de campaña, enriquecido con lo que decían —también como primates— los contendores de Peñalosa a la alcaldía.

Para decir todo lo que afirma el analista desde la perspectiva de la primatología no es necesario hacer cursos en prestigiosas universidades: con varios documentales de NatGeo le hubiera bastado.

Al final, queda el desprevenido lector del análisis rascándose pero la cabeza, como cualquier mico, y hasta con los ojos un poco desorbitados, y preguntándose: ¿No tiene a estas alturas más valor una evaluación del discurso político, en relación con las ejecutorias, que un análisis de lo que sugiere su postura o su apariencia, lo que dice su discurso vestimentario o lo que transmite la semiótica de sus gestos?

En síntesis, el análisis publicado por el periódico constituye, sin lugar a dudas, un ataque a la persona del Alcalde. Él no tiene la culpa de ser alto, encorvado ni canoso. Es como intentar hallar mensajes en el hecho de que Barack Obama es negro, flaco y alto. Es su naturaleza. Además, una de las características de cualquier mensaje es que es concebido y enviado con una intencionalidad, un propósito. En este caso se podría salvar la referencia del analista al modo de vestir de Peñalosa. Pero de sus canas y su edad no se puede inferir nada distinto a que es un hombre maduro y, por ello, tal vez con experiencia. Obvio.

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