En 1968, en los Olímpicos de México, el estadounidense Jim Hines ganó la final del hectómetro al marcar 9,95 segundos. Él fue el primero en la historia en bajar de 10 segundos.

Cuatro décadas después, en Beijing 2008, el jamaiquino Usain Bolt alcanzó 9,72 segundos (aclaramos hoy el récord está en 9,58, pero este es el referente o punto de quiebre de Bolt). La mejoría de 23 centésimas en la ‘prueba reina’ no parece significativa. Sin embargo, ha requerido de un gigantesco desarrollo de la ciencia y la tecnología.

Los dos metros de ventaja que Bolt tomaría a Hines si mirásemos las películas de sus récords de manera simultánea no son el resultado de un mayor talento, sino del mejoramiento de las condiciones externas. Para lograr esa diferencia fue imprescindible optimizar y ‘manipular’ las capacidades, así como diseñar sistemas de entrenamiento que hicieran énfasis en cualidades específicas.

En especial, la potencia y la velocidad, cuyo perfeccionamiento ha requerido de la selección de un biotipo con mayor desarrollo en las fibras de contracción rápida de los músculos.

De Grasse y Bolt
Foto: AFP. / Foto: AFP.

Entre los atletas de hace 50 o 40 años no existieron mayores cambios y por eso la mejoría de las marcas fue tímida a mediados de siglo. Los Olímpicos de 1968 fueron el punto de quiebre por varios hechos, entre ellos la implantación del sistema de cronometraje electrónico y la preocupación que produjo la competencia por encima de los 2.200 metros sobre el nivel del mar.

Aquello significó diseñar una preparación basada en principios científicos, enfocada en cuidar la salud de los atletas y en mantener el desempeño pese a la baja presión de oxígeno (y por lo tanto escaso en la sangre). Los entrenadores además apelaron a una nutrición centrada en incrementar la reserva energética, llevar los porcentajes de grasa a niveles mínimos y contribuir al desarrollo de un biotipo adecuado.

Las diferencias entre Hines y Bolt son evidentes. El porcentaje de masa muscular en los deportistas de hace medio siglo era del 46 al 48 por ciento del peso total de su cuerpo. En contraste, hoy puede sobrepasar el 50 por ciento, lo cual otorga una mayor disponibilidad energética y mejor potencia en los sprints como la carrera de 100 m planos.

La revolución de los materiales deportivos también ha favorecido a los atletas en la medida en que les ha brindado más comodidad. Aparte de los uniformes ultralivianos (que manejan el sudor favoreciendo la ventilación), la estructura de las zapatillas de competencia ha otorgado ventajas biomecánicas evidentes.

Usain Bolt
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Los expertos calculan que por cada 100 gramos menos en el peso del calzado, el atleta ahorra al menos un uno por ciento de energía (ello podría significar una ganancia de hasta unas cinco centésimas de segundo o un medio metro de ventaja, lo cual es extremadamente significativo).

Y ahí aparece otra ganancia para Bolt: su calzado es 150 gramos más liviano que el que usó Hines. Además las características tecnológicas y los materiales de las zapatillas son excepcionales. Un zapato de competencia, para un campeón de este nivel, cuesta miles de dólares y apenas sirve para unas cuantas pruebas, por la pérdida milimétrica de sus características.

Usaín Bolt sin duda es el velocista que ha corrido más rápido, el más laureado en JJOO y mundiales en la ‘prueba reina’. Pero no se puede dejar de lado a Jim Hines, ya que no sabemos de qué hubiera sido capaz de tener a su disposición las mismas condiciones del jamaiquino, que insistimos es excepcional. Hines al menos no merece ser olvidado tan fácil.

Hoy los plusmarquistas que llegan a JJOO o mundiales están tratados cuidadosamente, vitaminizados, sin un gramo de grasa en exceso y con unas zapatillas hechas a su medida cuyo peso apenas sobrepasa los 100 gramos. Hace medio siglo esto era solo un sueño. Hoy, a un costo muy alto, se han ganado unas centésimas de segundo. Pero una sola puede significar la diferencia entre la gloria y la derrota.

 

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