Todd Howland, para quienes no lo saben, es el Representante en Colombia del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. Y ha sido durante los últimos años un acérrimo defensor no solo de esos derechos, sino de los procesos de paz.

En los últimos días se produjeron dos hechos noticiosos en torno a este funcionario internacional norteamericano, jurista y hombre de altas sensibilidades. El primero: ante el posible traslado de Howland a otro país, organizaciones sociales y gentes en general, de manera masiva en Internet y redes sociales, pidieron que Howland no se vaya y que continúe en Colombia como garantía de paz y de respeto a los derechos humanos.

Y el otro hecho fue el discurso que el propio Howland pronunció ante el Congreso para señalar que en manos de esta corporación está la verdadera paz nacional y la vida de miles de personas. En ese escenario, pidió ante el Congreso la refrendación del Acuerdo de Paz.

Pero lo más interesante y profundo de su discurso fue la revelación del miedo que siente Howland por el país y su futuro. Un miedo que él asocia a una leucemia que lo aqueja. Y sabe de ese miedo porque conoce los territorios quizás más profundamente que la mayoría de colombianos. Sus reflexiones estremecieron a más de uno.

Quisiera comentar apartes de lo dicho por el funcionario, las cosas que afirma y las que no puede decir en su calidad de funcionario, pero nosotros sí:

Tengo miedo por el futuro de su país. Tengo un miedo muy grande de que la esperanza del Acuerdo de Paz con las Farc no va a producir la No Repetición de las violaciones de derechos humanos… No estoy aquí para culpar al Gobierno, ni a quienes votaron Sí, ni a quienes votaron No. Pero todos comparten la responsabilidad de donde estamos ahora. Todos y todas tienen responsabilidad de encontrar una salida”.

Howland interpreta lo que los corazones y mentes sensibles de Colombia sienten. Apenas empezado el posacuerdo, los señalamientos son graves. El Gobierno no cumple en materia simple como la instalación de las zonas veredales para las Farc, niega la sistematicidad del  asesinato de líderes de izquierda y populares.

Howland lo sabe. Tiene miedo de la matazón más grande que se anuncia y de que se enrede la desmovilización de las Farc, su participación política, la justicia transicional, no solo por cuenta de los enamorados de la guerra sino por la mediocridad de las fuerzas del gobierno en el Congreso y fuera de él.

 Estoy aquí para pedirles a ustedes poner como prioridad los derechos de los más o menos dos millones de colombianos y colombianas que viven afectados de manera directa por el conflicto armado con las Farc, y para que con sus decisiones no se adicionen 2 millones de víctimas más a los 8 millones que ya existen en Colombia”.

Howland expresa acá el peso contradictorio de dos realidades nacionales. El país urbano semi moderno y escéptico de sí mismo y de los avances colectivos, egoísta y víctima de las pos verdades de los guerreristas. Y el país del agro, olvidado, constreñido a la vaca loca sinfín de su desgracia.

Howland está diciendo que al horror de 8 millones de desplazados se pueden sumar otros dos millones de desarraigados en plena “paz”, una paz que no puede ser el mero silencio de los fusiles.

Howland tácitamente se refiere a la necesidad de las reformas sociales, en el agro prioritariamente, que no parecen hacer parte de la agenda del gobierno ni del régimen, que en el fondo solo pretende la desmovilización de las guerrillas para fortalecer el indigno statu quo y la indolencia social. En eso, santistas y uribistas son lo mismo. O por lo menos el Gobierno, obligado por los acuerdos, parece desde ya sacarle cuerpo a ese reto, con un Congreso gamonal y enmermelado.

“Los procesos de paz son sostenibles cuando los acuerdos son bien implementados, y hay  una manera evidente de ver una mejora en la situación de derechos humanos. Este proceso de paz con las Farc se puede decir que ya está mal implementado, pues ya hay impacto negativos en la situación de derechos humanos…  Estos vacíos dejados por las Farc, supuestamente el Estado los va a llenar, trabajando por transformar las economías ilícitas en lícitas. Esto no está ocurriendo ahora. En cambio, otros grupos ilegales están entrando en estas áreas. Es importante ponerse en los zapatos de las 2 millones de personas que viven en estas áreas de conflicto.”

Es claro lo que infiere  Howland. El paramilitarismo nunca se acabó: las Bacrim son narco-paracos de nuevo cuño, han ocupado ya no pocos territorios para entrar a dominar, a matar, a desplazar y copar. Y el gobierno, al negar la existencia del paramilitarismo, cual avestruz hunde su cabeza en un pozo séptico.

No es normal para un país tan desarrollado como Colombia que de estos dos millones de personas muchos tengan que vivir de la coca, de la minería ilegal, que no haya presencia del Estado, ni servicios básicos como salud y educación, y claro no hay oportunidades para ellos y ellas”.

Vuelve Howland a poner el dedo en la llaga. El problema de Colombia es lo social. El problema de la paz es construir una democracia real, administrativa, social, laica. Lo que está claramente diciendo es que no ve que quienes tienen el poder del cambio o de las mínimas reformas tengan voluntad de progreso social. Howland le espeta de frente al poder: no hay paz sin justicia social.

“Estos dos millones de personas viven miedo por el contexto de violencia. No es normal que muchos de estos dos millones de personas, ni siquiera puedan votar… Estas personas, además, también son colombianas y colombianos y merecen los mismos derechos que tienen ustedes. A pesar de que la inversión necesaria en sus vidas para cambiar su realidad, no haga que ustedes ganen elecciones”.

Y da en el clavo: las elecciones, el régimen electoral, el quid: si no se cambia el régimen electoral en una especie de revolución de las urnas, lo único que se garantiza es que perdure la morralla, la mermelada, el tamal. Y se los dice de frente: a ustedes no les interesa el campo, porque tienen amarrado el voto mediático manipulado por la prensa hegemónica, el voto clientelista en otros lados.

“Las Farc le preguntan a los integrantes de nuestros equipos en terreno, en varias partes de Colombia rural: qué está pasando y qué va  a pasar con nosotros. La Incertidumbre es muy mala para un proceso de paz… Maximizar su reintegración es necesario para el éxito del Proceso de Paz y para la No Repetición de violaciones de derechos Humanos. Estamos observando más y más señales de disidencia…  En unas áreas ustedes ya están demasiado tarde, porque ya entraron otros grupos armados, y ya hay personas muertas.” Claro. El mal ejemplo histórico de tratar a las FARC como una fuerza vencida y exterminable, y no en el fondo como un socio del futuro, ya abona el terreno para nuevas violencias. Y puede hacer explotar el proceso con el ELN. Howland no ve certezas en el proceso ni en la factura de nuevas leyes de paz. Ve, más bien, con miedo, la multiplicación del conflicto.

“Los Acuerdos de Paz son imperfectos. Este de Colombia no es la excepción. Un mal acuerdo bien implementado tiene posibilidad de ser sostenible. La perfección es enemiga de lo posible. Trabajar en Colombia por el “Acuerdo Perfecto” va a condenar a dos millones de personas a la repetición de violaciones de sus derechos, porque las FARC se va a desarticular antes de que ustedes creen ese “Acuerdo Perfecto”.

El llamado es evidente. Hay que sacar adelante las leyes, las acciones por la paz social. Y de paso, Howland le dice al Centro Democrático que su irresponsabilidad manifiesta de no unirse a la paz, es un acto descabellado y criminal.

“Es importante que ustedes como actores del Estado recuerden sus obligaciones relacionados con los derechos de todas y todos, incluyendo particularmente a estos colombianos y colombianas, los dos millones de personas, que viven en estas zonas en las que su derecho a la vida está en juego. Su obligación es la de parar el conflicto con las FARC lo más rápido posible y la de no arriesgar más la vida de estos dos millones de Colombianos.”

Ahí Howland peca por ingenuo: su auditorio eran los congresistas que están pensando en la paz por “disciplina” pero sobre todo para sacar tajadas con mermelada. No harán nada filantrópico. Solo harán lo que les llene las urnas de votos comprados y en consecuencia los bolsillos de dinero. Y quizás las cifra de dos millones de futuras víctimas, se queda corta.

En Colombia, país permeable a lo de afuera, país que nunca ha practicado la xenofobia, nos encanta que los extranjeros opinen, hablen de nosotros, nos digan las vainas. Y lo que desde su aparente distancia el funcionario dice (porque Howland está metido en el corazón de Colombia) es una aterrorizante y miedosa alarma,  pero en el fondo también un acto de fe.

Los fanáticos lo tratarán de “mamerto” de hacer parte del comunismo internacional, hasta de espía, tan solo por haber hecho decentemente su papel de interlocutor de paz entre los actores del conflicto, el poder nacional, los movimientos sociales y las comunidades. Y por tener, con sobrada justificación, miedo.

Un miedo que el país no se tiene a sí mismo y que, por no tenerlo, ha pasado tantos años en la asquerosa “valentía” de la guerra.

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