Cuando ya se perfilan aspirantes a las distintas corporaciones políticas, se conocen una variedad de posibilidades con candidatos variopintos, especialmente al legislativo. El Congreso es hoy una de las instituciones más desprestigiadas del país. Al parecer buena parte de sus miembros no se preocupan o poco les importa mejorar su nivel de percepción ciudadana. Ello puede deberse a que sus objetivos personales los consiguen a pesar de lo que ocurra con la gente y lo que diga la opinión pública.

Para ilustrar o corroborar el enorme deterioro de la imagen de esta corporación, se conoció hace poco una ‘simpática’ historia, que sea real o no, o mejor aún, sea una forma de interpretar la realidad, deja un formidable mensaje. Una gran lección de cultura política que podría invitar y obligar a una saludable reflexión frente a próximas elecciones.

Cuentan las informaciones democráticas (que como primicias ya circulan en redes sociales antes que en los medios formales) que a un sujeto con pinta de ‘traqueto’ y, venido a más, lo sorprenden robando gallinas y se lo llevan preso.

En la estación de policía se establece este diálogo con el Jefe de Policía:

“¿Querías comer sin trabajar? ¡A la cárcel!”. El capturado contesta con cierta satisfacción: “– No era para mí, era para vender”. “¡Peor, venta de artículo robado, reducidor, competencia desleal, concierto para delinquir!”

– Pero yo vendía más caro. Hice correr el rumor de que las gallinas del gallinero industrial estaban infectadas y las mías no.

-“¡Eres descarado! ¡Qué tal si te agarra el dueño del gallinero!” (Ya había cierto respeto en el tono de voz del policía que se da cuenta que no es cualquier delincuente).

– Ya me agarró, hice un trato con él. Me comprometí a no correr más rumores sobre sus gallinas. Él se comprometió a aumentar los precios para que queden iguales a los míos. Invitamos a otros dueños de gallineros a entrar en el esquema y formamos un oligopolio.

Ante semejante explicación el policía palidece de asombro y envidia, por el poder ‘emprendedor’ del detenido.

-“¿Qué hace usted, señor, con las ganancias del negocio?” – “Especulo con dólares. Invierto algo en tráfico de drogas. Compro algunos congresistas, ministros y alcaldes. Así conseguí exclusividad en el suministro de pollos y huevos para el programa de alimentación del gobierno, incluyendo el PAE (Programa de Alimentación Escolar). Sobrefacturo y pago generosas comisiones”.

El jefe de policía le sirvió un ‘cafecito’ y le preguntó: “Licenciado, con todo eso, ¿Usted no es millonario?” – ‘Nooo, ¡multillonario! Sin contar lo que evado de IVA y lo que tengo depositado ilegalmente en cuentas del exterior.”

– “Y aún así, ¿continúa robando gallinas, doctor?”, pregunta el policía con respeto, al tiempo que le sirve un whisky. – “A veces. En todas mis actividades no siento sensación de peligro, de estar haciendo cosas prohibidas, de la inminencia del castigo. Robando gallinas, me siento realmente ladrón. Ahora voy a la cárcel, una experiencia nueva, emocionante.”

– “¿Cómo dice eso, Excelencia?… ¡de ninguna manera… usted no va preso!”

– ¡Pero, me agarraron infraganti y en este país los ladrones de gallinas y de cubos de gallinas no se salvan de una condena!

– “Sí, pero en su caso hay que hacer una excepción. Además, con esos antecedentes y pergaminos…  ¡Usted ya debería estar en el Congreso, sería un parlamentario modelo!”

La moraleja, la saca cada uno. Pero especialmente para unas próximas elecciones, sin olvidar a John Kennedy cuando advirtió: “En el pasado, aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él”.

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