La pensión y el final del tiempo laboral, permiten que la vida se aproveche de otra manera. Esos viajes pendientes, la libertad de madrugar o trasnochar, el dominio del tiempo, para visitar o llevar a los nietos al parque o a tomar un helado.

Unicentro, un café Juan Valdéz, Starbucks, Oma o Brot, sirven, entre otros, como escenarios para que un grupo de hombres se reúnan a discutir y recordar lo que ha sido su valioso paso por este mundo. Política, historia, fútbol, uno que otro chiste, anécdotas familiares o la última discusión familiar son, entre otros, los temas de unos “jovencitos” que rondan entre los setenta y cien años.

Uno de los asuntos que genera algo de tristeza entre los asiduos integrantes de este “club”, es que de vez en cuando los integrantes a estos lúdicos encuentros se van retirando, para anticipar el viaje sin regreso que todos tendremos que realizar.

Estos “jóvenes”, que guardan en sus mentes una inmensa alegría y que tienen la capacidad de poner su experiencia como una manera de criticar y valorar la actualidad, comparten una charla donde el humor y una competencia de memoria y conocimientos, enriquecen esos mágicos encuentros.

A veces tienen que hablar un poco más alto, o hacer un esfuerzo para recordar, curiosamente no esa memoria lejana, sino esos pequeños detalles de lo que sucedió poco tiempo atrás. La amenaza del famoso alemán, del Alzheimer, hace que a veces las reuniones se “pierdan” un poco.

Sin embargo, la riqueza que se acumula alrededor de una de esas mesas, ya sea en Unicentro o en un café de calle 81, no sólo está centrada en la suma de los años de quienes se reúnen, sino en toda la sabiduría de cada uno de esos sabios seres humanos.

Mientras esto ocurre con los hombres “ancianos de la tribu”, las mujeres mayores de edad también tienen sus lugares y rituales de reunión. Los costureros, los rincones para orar o rezar, las mesas donde se juegan cartas: rummy, canasta, bridge, son espacios donde, a veces, se integran con los varones de una tribu.

Mientras esos mágicos encuentros se dan en espacios públicos y privados de Bogotá. En otros casos, como en los Estados Unidos, son ciudades o estados que sirven para reunir a las personas mayores de edad, a los pensionados, que por múltiples razones terminan habitando lugares como barrios de la Florida, donde gracias al permanente clima cálido, habitan la que se conoce como la “capital del sol”.

Ya que la edad de los seres humanos ha ido en aumento, se espera que los diferentes estados del mundo planteen respuestas y alternativas para quienes superan los setenta años. La soledad, la falta de atención, la inactividad, hacen que en muchos casos la vida de los llamados adultos mayores sea triste, que no tenga sentido.

El afán y la falta de tiempo de los hijos, nietos o hasta biznietos llevan a que las personas mayores sean vistos y tratados como una carga. Por eso, no hay duda que una buena alternativa es crear o fomentar espacios de encuentro de esos seres que cuentan con mucha vida por delante, que tienen algo invaluable como su memoria. Esa capacidad de hacernos recordar que la inteligencia y los valores humanos no se pierden con la edad.

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