Allí unas magníficas entrevistas con unas introducciones que permitían entender las dos caras de la moneda de unas guerras interminables. Algunas distantes y extrañas, otras no tanto. Preguntas cortas, contra preguntas, que a la manera de una pelea de boxeo, buscaban poner sobre la lona a dictadores, gobernantes y líderes de oriente, medio oriente y occidente.

Con gran maestría, la Fallaci, utilizaba cada palabra, cada expresión, para entender más allá de los términos, las expresiones, las actitudes, el carácter de unos personajes más o menos protagonistas de nuestro convulsionado planeta.

Y ahí, pensaba yo que, una periodista de estos kilates sería lo que nos haría falta para entender el momento por el que está pasando nuestro país.

María Isabel Rueda, Vicky Dávila, María Elvira Samper, Diana Calderón, María Elvira Arango o María Jimena Dussán, podrían acercarse a esa voz incisiva, a esa mágica capacidad de la Fallaci, de desnudar a sus entrevistados, para entender qué se esconde detrás del poder, como una suma de detalles que permiten ver como los actos y las palabras de quienes lideran el mundo hacen que se desarrolle la historia del planeta.

Hasta ahora no conozco la voz de Timochenko, de Iván Márquez, de Santrich. No en el sentido de su sonoridad, sino de conocer a fondo qué objetivos encierran sus palabras. En ese sentido, tampoco sé que piensa Juan Manuel Santos, qué encierra el discurso del presidente de esa “nueva” Colombia; más allá de lo oficial, de las palabras que le han merecido su Nobel de Paz. Caso similar ocurre con sus comisionados de  paz: de la Calle, Jaramillo o Pearl.

Falta un periodista que vaya más a fondo, un entrevistador a profundidad, que con adverbios precisos, con el quién, cuándo, dónde, cómo y aún por qué, permita dar a conocer, de manera organizada, esta guerra de 50 años, estos hombres que se fueron a la selva con un fusil, o que desde la academia buscaron entender la lógica de la guerra y la forma de desenredar ese ovillo.

El libro de la Fallaci lo consiguió, en buena manera, con otros conflictos. Ella se colocó, como si hablara de sus propias historias, de uno y otro lado de las trincheras. Con una actitud casi que infantil, con la visión del pequeño que pregunta sin descanso, que busca que le expliquen el porqué de esas enredadas peleas, logró, aunque no siempre totalmente, explicar la razón por la que gente del mismo pueblo, del mismo color, de la misma sangre, combatía sin descanso por tierras, en algunos casos, poco ricas.

Así, con la excusa de las mentalidades, de los partidos políticos, de la idiosincrasia, del comunismo versus el capitalismo; Fallaci recorrió más de medio mundo, con una grabadora, con una capacidad de interpretar este complejo planeta.

Y vuelvo a mirar nuestra Colombia. Con la superficialidad de la televisión y la radio, con uno que otro reportaje escrito en los diarios nacionales, se siente que hace falta la voz incisiva de una Oriana Fallaci, que permita entender quién es quien.

LO ÚLTIMO