El discurso positivo a favor del uso de la bicicleta ha crecido sustancialmente en los últimos años, a la par del éxito internacional que han tenido nuestros escarabajos en las carreteras del mundo. Y es claro que como método alternativo de transporte tiene sus ventajas: la posibilidad de moverse libremente, hacer ejercicio y descongestionar un poquito nuestras caóticas ciudades, son solo algunos de los puntos positivos que se le atribuyen al mítico “caballito de acero”.

Sin embargo, no todo es color de rosa y su adopción en una ciudad como Bogotá impone grandes retos para transeúntes y ciclistas, así como para las autoridades, que deben pasar del discurso a los hechos concretos.

Para entender mejor este fenómeno vamos de lo general a lo particular.

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La inseguridad

Aunque ya no es noticia el hecho de que en Bogotá roben bicicletas a diestra y siniestra, me sorprendió el caso reciente de un ciudadano coreano, quien tras recorrer casi medio mundo a bordo de su “burra”, llegó acá y, como no podría ser de otra manera, se la robaron (Ver noticia). Kim Jeong Hwan confío en ciudadanos colombianos y cayó, una situación tan común, auspiciada por el mínimo control que las autoridades ejercen sobre las mafias dedicadas a este infame crimen.

Un reporte de la corporación Bogotá Cómo Vamos, citado por el diario El Tiempo, indicó que los robos de bicicletas pasaron de 1.142 en el primer semestre de 2016 a 965 en el mismo periodo de 2017, cifras que a muchos no nos cuadran, teniendo en cuenta que la percepción de inseguridad sobre dos ruedas ha ido en aumento. Según esta corporación, después del dinero en efectivo y de los teléfonos celulares, las bicicletas son los elementos que más se hurtan en la ciudad.

¿Y las autoridades? Pues su silencio parece indicar que es poco o nada lo que hacen para controlar este fenómeno, en el cual, incluso han muerto personas en hechos violentos que quedaron en la impunidad. Al Gobierno, como raro, le ha quedado grande regular la compra y venta de bicicletas robadas, algo similar a lo que pasa con los celulares. A mucha gente, con tal de comprar artículos más baratos, no le importa la procedencia de los mismos así estén manchados de sangre. Por esto, el Congreso, el Ministerio de Transporte o alguna otra entidad deben pedalear urgentemente una reforma sobre el tema, para que podamos rodar tranquilos en la calle sin temor a que nos quiten la vida.

La calidad del aire

Como lo relaté en mi columna anterior, Bogotá tiene una calidad del aire pésima con niveles que superan ampliamente lo permitido en los parámetros internacionales. Teniendo en cuenta las recomendaciones de los expertos consultados en esa oportunidad, lo más básico es evitar la exposición a los corredores viales más contaminados, que curiosamente albergan gran parte de la red de ciclorrutas de la ciudad.

Existen máscaras antipolución que pueden ayudar a mitigar el problema, pero, personalmente, creo que usar una máscara incómoda, y no poder respirar libremente por culpa de la ineficiencia de las autoridades ambientales, no es justo. A pesar de ello, para no enfermarse, va a tocar usarlas…

La imprudencia

También los ciclistas, así seamos ocasionales, debemos poner de nuestra parte. Hice el ejercicio durante dos semanas y a pesar de que no existen estadísticas oficiales, en lo que pude percibir menos de la mitad usan casco, el elemento básico e indispensable para salir a montar. Ni hablar de lo que puede pasar en una caída por el simple hecho de no usar este elemento de producción.

Otro factor que claramente aumenta la accidentalidad es la terquedad por andar con los audífonos puestos a todos volumen. Si bien es delicioso escuchar sus canciones favoritas en la vía, el aislamiento de sonido es peligrosísimo, pues no le permite a una persona percibir los peligros que están a su alrededor, como por ejemplo, otras bicicletas, vehículos, motos e incluso peatones distraídos que pueden representar un riesgo para su integridad.

De igual forma, el hecho de utilizar las vías exclusivas para vehículos, sumada a la conducción hostil y temeraria de los propietarios de estos últimos, constituyen el escenario perfecto para un accidente seguro. Según cifras oficiales, la ciudad cuenta con 13.500 kilómetros de vía carril (yo no sé en dónde están) pero solo 476 km de ciclorutas, que generalmente no tienen continuidad y motivan a los ciclistas a invadir las vías para carros. A pesar de que en las dos últimas alcaldías se ha buscado incrementar la red quitándole espacio a los carros, a mi modo de ver esta tampoco es la solución, pues demuestra una absoluta falta de planeación y de diseño que nos asegure a todos el derecho de movernos como queramos.

A estos tres factores sumémosle uno final y es la intolerancia. Al volante nos sentimos grandes, fuertes, que podemos pisotear a todo el mundo y esto no debería ser así. La cultura del respeto en las vías se ha ido a la basura, y la conducción defensiva y agresiva es la ley en la selva de cemento.

Estos comportamientos son reprochables y solo depende de nuestra propia actitud cambiarlos; si esto no viene acompañado de un compromiso personal por respetar al otro, es mejor que sigamos en el Transmilenio y no expongamos nuestras vidas, solo por que no entendemos el derecho que tienen los otros.

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