Santos acaba de reconocer que hay muchas cosas de los acuerdos con las Farc que no le gustan.

Durante la entrega de las certificaciones de calidad del Icontec a la Rama Judicial, el jefe de Estado colombiano aseguró que aunque muchos sectores no están de acuerdo con la amnistía a los guerrilleros, es un acuerdo que el Gobierno tiene que cumplir:

“Nosotros tenemos que cumplir los acuerdos, hay muchas cosas de los acuerdos que a mí no me gustan, hay muchas de las cosas de los acuerdos que fueron producto de una transacción…”.

Esta es una afirmación bastante grave y muy relevante que no ha trascendido como es debido a la opinión pública.

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Da a entender que a pesar de lo mal que podrían salir tenía que aceptar las condiciones de la guerrilla como producto de “una transacción”que se antoja impuesta y la falta de autoridad del gobierno en el momento de la negociación.

Es evidente que el proceso de fin del conflicto con las Farc no salió como se esperaba. Hoy la mayoría de colombianos o no lo aceptan, o lo rechazan o lo ven como un mal negocio del gobierno.

También esa crisis puede radicar en el “bonachón” Humberto de la Calle, como negociador (inconveniente para el país) tal vez incapaz de imponerse como es debido ante una contraparte muy poderosa en ideas, argumentos propios y amedrentamiento.

Pero es bueno tener en cuenta que una cosa es la posición a lo mejor caprichosa y pendenciera del uribismo y otra la realidad o verdad de este proceso que pareciera tener intereses ocultos.

Entre Santos y Uribe no hay mayores diferencias, en última instancia tal vez sean la misma cosa políticamente. Sus enfrentamientos son más personales y por el poder, trampa en la cual hoy caen muchos colombianos.

Es impresionante como Uribe le pone la agenda a todo el mundo, no solo al Presidente. Hace poco escribió un trino haciendo referencia coloquial a un encuentro en un Carulla con un compatriota que se quejaba de las extorsiones. Luego todo el mundo tomó como patrón ese trino y fue tendencia número uno en Twitter por dos días.

Muchos creían atacar al expresidente, pero lo que hacen es darle relevancia, publicidad y mayor posicionamiento. Es decir lo favorecen políticamente lo cual va a contribuir decididamente a que aumente el número de parlamentarios en las próximas elecciones.

Esas son las trampas en las cuales seguimos cayendo por cuenta de una clase política dominante y minoritaria, del viejo establecimiento que aún nos esclaviza. Entonces nos preguntamos ¿hasta donde el proceso de fin del conflicto de las Farc tenía prioritariamente interés ciudadano o es un aporte legítimo a la paz del país?

Hoy tenemos muchas dudas y más cuestiones frente a lo acordado. Y a medida que esto avanza trasciende la imagen y la actitud de líderes guerrilleros aun soberbios y sobradores, exigiendo mucho más, incluso acusando al presidente Santos de incumplirles.

Posiblemente en un afán por pasar a la historia y por privilegiar la obtención de un Nobel, se trató de finiquitar un proceso de acuerdo con uno de los tantos grupos al margen de la ley en Colombia.

Pero no quedó bien hecho, ni es seguramente el más conveniente que se pudo acordar de forma más inteligente e independiente, sin negociadores tan políticos como De la Calle, quien es un político tradicional que trató de venderse como serio y tramador, pero hoy muestra el cobre al desesperarse buscando candidatura presidencial, lo cual indica que no era nada genuino lo que hacía, que tenía un interés oculto prioritario: el amor al poder. Su vanidad se impone sobre su seriedad supuesta.

Por todo ello el proceso de paz con las Farc está chueco, generando otros traumatismos y problemáticas por otros lados. Como secuelas están el narcotráfico que se incrementa, los cultivos ilícitos creciendo, las bandas criminales en riesgo de fortalecerse, las disidencias inconformes y miles de exguerrilleros sin proceso legítimo, válido y efectivo de resocialización. Esto último puede ser una verdadera bomba de tiempo, máxime cuando muchos de ellos se incorporan armados a asuntos de seguridad del país.

Por otro lado se habla de 2.700 muertes que se pudieron evitar con este acuerdo al menos en un año y en teoría. Pero no se evalúa, que la verdadera paz del país está en la apropiación de genuinas políticas públicas que mejoren la calidad de vida de la gente, que la hagan crecer integral y equitativamente.

En Colombia por ejemplo mueren cerca de 300 personas diarias solo por tres patologías crónicas donde la mayoría de muertes tempranas son evitables.

Esto si se invierte generosamente en la intervención de los factores de riesgo que las provocan, a través de educación e intervención en salud pública. Es decir con un compromiso total de adecuadas políticas públicas, lo que se previene con el costoso proceso de la Habana se podría controlar en solo nueve días (2700 muertes tempranas evitables por cuenta de males crónicos o degenerativos precoces).

Pero también lo cojo está en la polarización y división que se ha generado en el país, en buena parte por cuenta de las vanidades políticas del propio Santos, amigos y parentela. La actitud del presidente es fastidiosa, ya que pareciera que su interés prioritario es ganarle una pelea diaria al uribismo o responder de forma pendenciera.

Le falta grandeza, talante, humildad y conexión genuina con la gente. Seguramente por ahora no ha habido un presidente tan impopular y poco querido por la gente (más bien casi odiado por algunos sectores) y esto debería ser motivo para un replanteamiento total en su estrategia.

Con un proceso aun deficiente y en deuda con el país, ahora solo queda que líderes de la sociedad civil, organizaciones independientes y el sector privado intervengan para su replanteamiento, mejoría y acogida ciudadana (no para hacerlo trizas).

Que actúen también, para que se haga un verdadero proceso de paz entre esas dos facciones que vienen en guerra fratricida durante casi ocho años. La contradicción arranca con el propio Santos, quien ahora acepta que muchas cosas de su propio proceso no le gustan, quedó entonces chueco, al igual que tantos políticos de profesión en este país.

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